Vida urbana
Sábado 12 de Septiembre de 2009
Texto, Constanza Toledo Soto
Fotos: Nélson Ólmos y Cristián Carvallo
Es quizás una de las postales más típicas de Valparaíso. Tan coloridos como antiguos –los primeros datan de fines del siglo XIX–, los ascensores han formado parte del día a día de los porteños. A su vez, el tiempo los transformó en uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad.
Hoy su futuro es incierto. Y aunque es difícil señalar con exactitud cuándo se inició la crisis financiera que actualmente afecta a algunos de ellos, hace cinco años, cuando la actual gerencia de la Compañía de Ascensores Privados de Valparaíso asumió su rol, ya existía una situación deficitaria. Este medio de transporte ha visto disminuir considerablemente su número de pasajeros, lo que se traduce en que las ganancias de la empresa sean prácticamente nulas. Hablamos de máquinas que tienen un alto costo de mantención, por lo que gran parte de los ingresos se deriva directamente a estos fines. “Se trata de un sistema cuyo funcionamiento, aunque es bastante simple, tiene revisiones periódicas de ingenieros expertos”, señala Juan Esteban Cuevas, gerente general de la firma, quien cuenta además que sólo como transporte público estos ascensores “no son ningún negocio”.
Por lo mismo, se han reducido los horarios de subidas y bajadas, y también se han suprimido algunos días de funcionamiento en los funiculares donde el tránsito de usuarios es menor. Paralelamente, el desarrollo del entorno de cerros como el Alegre, el Concepción o el Bellavista, ha ayudado a poner énfasis en el carácter turístico que tienen los ascensores. Lo contrario ha sucedido en aquellos cerros más abandonados.
La Compañía de Ascensores Privados de Valparaíso reúne a las tres empresas dueñas de 9 de los 14 ascensores que actualmente funcionan en el puerto. Del resto, cinco son propiedad de la municipalidad de esta ciudad y sólo dos aún funcionan. Los otros están detenidos hace por lo menos cuatro años.
Esta entidad privada –a pesar de lo mal que puede ser recibida la iniciativa– evalúa el cierre de aquellos funiculares de los que, definitivamente, no se obtienen ganancias y que son financiados en forma interna, es decir, por aquellos que sí presentan números azules, como el Concepción, el Artillería y el Espíritu Santo. “Claramente no podemos seguir con esta situación, porque es un desangramiento interno que no tiene ningún sentido y que no nos permite enfocarnos en los sectores donde sí se pueden hacer inversiones”, señaló a fines de agosto Juan Esteban Cuevas a El Mercurio. Entonces aseguró que ellos han hecho todos los esfuerzos para que éstos sigan operando lo mejor posible, pues algunas máquinas ya deberían estar fuera de servicio. Según precisa Cuevas, algunas reservas que se tenían para el subsidio de los ascensores de menor ingreso ya se han terminado, de manera que su cierre es inminente. Mal por un lado pero bueno por otro, pues esos recursos podrán derivarse a nuevos proyectos en aquellos funiculares que tienen una mayor demanda.
La idea de la compañía es que el Estado manifieste su interés en comprar o, al menos, subsidiar esta parte de nuestro patrimonio. Y aunque hasta ahora no ha habido un pronunciamiento formal de parte del gobierno, la empresa igualmente ha encargado un asesoramiento a tasadores extranjeros expertos en el tema de patrimonio y ciudad, que les servirá como “carta de navegación” para enfrentarse a futuros compradores, sea el Estado –quien por ley tiene prioridad– o privados, europeos principalmente. Todo con la única condición de que se hagan cargo del tema, para que esta típica imagen del puerto no desaparezca.
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