La Nación
Domingo 11 de julio de 2010
LND Magazine
Por Mauricio Valenzuela
Cómo sea, este rincón es actualmente una reguera cosmopolita, llena de italianos y “paisanos” que tienen sus fábricas textiles en las inmediaciones.
Es curioso que Santiago sea un lugar sin transiciones leves. Aquí, el paso de un estilo a otro, o sea, el cambio de visión -arquitectónica y social- que se tiene al recorrer con los ojos el anfiteatro perspicaz y misterioso de algunos barrios es algo brutal. Santiago es definitivamente el terruño de los contrastes marcados: lo viejo subsiste en maravillosa condición -a veces, y otras no tanto- junto a lo nuevo, por ejemplo, una torre de departamentos de lujo -tan comunes en este tiempo-, un restaurante de comida rápida o una pila de carteles y propagandas horrorosas de alguna teleserie nueva. Cuando miramos la ciudad no vemos la ciudad, sino una suerte de papel tapiz conformado por cables, pancartas políticas, basura, anuncios de venta o arriendo, aparadores con tristes maniquíes, una pila inquieta de desagradados transeúntes que odian las fotografías de algún fisgón insistente como quien escribe, etc.
Santos Dumont, en este aspecto, es una calle que encaja en la descripción. Su multiplicidad de estilos nos golpea con una brillantez de tonos saturados: rojos, amarillos y púrpuras transitan frente a uno, haciendo su mejor y peor gala. Algo hay aquí de Buenos Aires y de calle San Diego, pero algo también hay que no encontramos en ningún otro lugar. Algo indecible y que hace a este tramo parte de un misterio. Quizás es porque en cada esquina, partiendo de Recoleta hasta llegar a Avenida Perú, podemos encontrar casas antiguas, deshabitadas mansiones inverosímiles que cobran, por un lado, el prestigio de haber sido grandiosas en su tiempo, y por otro, tienen el encanto de una ruina que nos habla de otro Chile, viejo, señorial y cuyos ecos hoy día son sólo fantasmas.
Cómo sea, este rincón es actualmente una reguera cosmopolita, llena de italianos y “paisanos” que tienen sus fábricas textiles en las inmediaciones. Son comunes las vitrinas exhibiendo la última ropa de temporada: Marie Claire, FBO Italy, Ellesse, Lorenzo Di Ponti, etc. Además de los conspicuos dueños de la moda, que abotagan el barrio con el colorido elegantoso de sus pilchas, desfilan en las inmediaciones de esta calle sumergida en el influjo trasero del cerro San Cristóbal una serie de personajes excéntricos y que, al paso de la casualidad, despotrican locura a los cuatro vientos: predicadores y fanáticos religiosos, borrachos vestidos como mercanchifles gitanos y uno que otro chino que se desvió de Patronato perdiéndose más al norte. Es curioso ver cómo Avenida Perú se ha convertido en una especie de estacionamiento a trasmano de los locatarios que hacen su vida en esta zona. Su recorrido es obligado a los fanáticos de perderse entre las calles para mirar rincones, como dije, llenos de ruinas y fantasmas. Aquí podemos hacer honor a aquella frase del poeta Omar Cáceres, muy habitué a perderse por la ciudad: “Rodeado de fantasmas para poder pensar”. //LND
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