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31/07/2010 - 11:40
Hace 100 años, en su exposición inaugural, el edificio del Parque Forestal reunió a 15 países con su arte más tradicional, ignorando las vanguardias. En septiembre, el museo reivindica su error con una muestra que mezcla obras de 1910 con el arte actual más de punta, de esas mismas 15 naciones.
por Denisse Espinoza A. -
La primera vez que Milan Ivelic (74) pisó el Museo de Bellas Artes salió corriendo espantado. Sólo tenía seis años y las esculturas de mármol de Virginio Arias, Simón González y Ernesto Concha lo llenaron de miedo: "Me pareció que eran todos fantasmas", recuerda el actual director del museo. Eran otros tiempos. "El concepto de museo era somnoliento, sin dinámica y las exposiciones duraban eternamente. La gente humilde no quería entrar a un lugar tan fastuoso, no encajaban", dice.
Treinta y seis años antes, el Museo Nacional de Bellas Artes, del arquitecto Emilio Jequier, se alzaba como una luz de esperanza para el desarrollo cultural y social de la ciudad: en medio de los conventillos hacinados y el río Mapocho, se levantaban un majestuoso parque público y un edificio neoclásico, réplica del Petit Palais de París, que albergaría la primera colección de arte en Chile.
Petit Palais de París, 1900
Coincidiendo con el centenario de la República, el museo se inauguró el 19 de septiembre de 1910. Cientos de personas se apostaron en las afueras del edificio, ansiosas por asistir a la inauguración de la primera Exposición Internacional: más de mil obras de 15 países invitados, entre ellos Holanda, Alemania, EEUU, Francia e Italia, se colgaron en las paredes del edificio.
A 100 años del acontecimiento, ahora en el marco del Bicentenario de Chile, el museo revive la exposición con la que abrió sus puertas el próximo 7 de septiembre, bajo el título Del pasado al presente. Junto con reponer 36 lienzos de la muestra original, se trajeron las obras actuales de artistas de los mismos 15 países. El salto cuántico de 100 años en la historia del arte es evidente. Frente a tradicionales paisajes y retratos al óleo y a esculturas del siglo XIX, habrá una gran variedad de obras en formatos actuales: videos, instalaciones, fotos y circuitos de televisión que hablan sobre temas como la movilidad social, los inmigrantes, la pobreza y los derechos humanos. "La confrontación artística es potente: hoy el arte critica a la sociedad contemporánea y revela los problemas del mundo", cuenta Ivelic.
UNA MIRADA NUEVA
La muestra parece querer subsanar la visión tradicionalista que tuvieron los curadores hace 100 años. Los cuadros expuestos se ceñían a técnicas y criterios decimonónicos, ignorando a los nuevos artistas, como Cezánne, Manet y Picasso, que irrumpían con fuerza en el circuito europeo. El comisario de la primera muestra del Bellas Artes, Alberto Mackenna Subercaseux, fue clave en el desprecio a las vanguardias. "Nuestra colección quedó marcada por el gusto conservador. No entendieron el impresionismo y menos el cubismo. Pero ¿vamos a condenarlos? Era la mentalidad de la época, el gusto de la oligarquía. Miramos con envidia al Bellas Artes de Argentina que tiene a Van Gogh, Degas, Renoir", dice hoy Ivelic.
Esta nueva muestra contemporánea será la reivindicación del museo con las vanguardias. La figura central será el italiano Michelangelo Pistoletto, uno de los mayores exponentes del Arte Povera en los 60, corriente que recurre a materiales precarios para construir sus obras. En 2009, el artista inauguró la Bienal de Venecia, donde dispuso espejos gigantes con marco dorado que rompió a garrotazos. En Chile mostrará Love difference, mesa con forma del Mar Mediterráneo donde el público podrá sentarse a discutir problemáticas actuales.
Ad van Denderen, de Holanda, mostrará Go no go, serie de fotos donde retrató a inmigrantes en busca de asilo recorriendo a pie las fronteras de Europa. Thomas Köner, alemán, presenta un video con imágenes superpuestas de gente y autos moviéndose por calles de Africa, Belgrado y Buenos Aires. Mientras, Ursula Biemann, de Suiza, documenta el éxodo actual del Sahara del sur hacia Europa, a través de los relatos de inmigrantes.
Una apuesta novedosa es la de la dupla austríaca Christa Sommerer y Laurent Mignonneau: una instalación digital que conectará a los visitantes del museo chileno con los del museo Ars Electrónica, en Linz. En tanto, el video Oil and Sugar N°2, del francés Kader Attia, muestra un cubo de azúcar que se desintegra de a poco luego de derramar sobre él petróleo negro. La métafora alude a la fragilidad del mundo actual y los desastres ecológicos. Las obras más tradicionales vienen de EEUU, una serie de pinturas de 12 artistas sobre la inmigración, el trabajo y los derechos humanos.
Para Ivelic, el museo hace rato que dejó de ser un espacio exclusivo de obras clásicas. "Mi afán ha sido tener una colección ecléctica, actual y abierta al público, pero nuestro país sigue siendo conservador en materia de arte. Muchos ven el arte abstracto y pasan volando. Existe la convicción de que el arte es una representacion de lo real. En 1994, cuando expuso el hiperrealista Claudio Bravo, se llenó de público. Veían una alcachofa y al lado un cartel que decía alcachofa y quedaban felices. Habían entendido al artista".
UNA APERTURA BAJO EL INFLUJO DE FRANCIA
En 1910, Chile entraba a las grandes ligas del arte y no dejó nada al azar: hubo más de 30 organizadores de la muestra y un estricto reglamento sobre la elección del jurado, préstamo, pérdida y compra de obras. Existía tal idealización del modelo cultural francés, que no sólo el museo fue una réplica de un edificio parisino: las comidas protocolares de la exhibición tuvieron todas menús en francés. Sobresale un postre de moda bautizado Sarah Bernhardt, por la actriz. Eso sí, la inauguración, con discursos de hasta 20 minutos, estuvo teñida de luto: meses antes el Presidente Pedro Montt y su Vicepresidente Fernández Albano, habían muerto.
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Excelentes artículos
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