LA TERCERA
domingo 26 de septiembre de 2010
Mientras en la superficie de la ciudad se construye aceleradamente, a menos de un metro bajo tierra los arqueólogos van recolectando silenciosamente las historias desconocidas de cómo vivían los santiaguinos.
por Por Consuelo Terra.
Este mes comienza lo que los arqueólogos llaman la "temporada roja": con el buen tiempo, los santiaguinos empiezan a hacer mejoras en sus casas. Entonces aparecen sorpresas. Como esta semana en El Monte, cuando un particular, al cavar una piscina para su casa, encontró tres restos humanos precolombinos rodeados de cerámicas. Carabineros llamó al Consejo de Monumentos Nacionales p ara determinar si se trataba de un hallazgo policial o arqueológico.
El Consejo tiene un "escuadrón" de ocho arqueólogos, que son enviados a evaluar los restos que se descubren en todo Chile. "Apenas damos abasto, porque el país y, especialmente Santiago, es un hervidero de hallazgos arqueológicos. En temporada roja podemos recibir hasta tres peticiones al día", dice el arqueólogo de la institución, Rodrigo Riveros. La Ley de Medio Ambiente obliga desde 1994 a las empresas constructoras a considerar el impacto arqueológico de sus obras. En caso de encontrarse algo, un equipo de expertos pagados por la empresa hace una investigación y rescate de los restos en el menor tiempo posible y luego los destinan a algunos museos nacionales de Santiago.
No hay que cavar muy profundo. A 50 centímetros ya comienzan a encontrarse restos coloniales. Pero como la mayor parte de la capital está pavimentada, los proyectos de infraestructura son la mejor forma de encontrar sitios valiosos. "Santiago ha tenido un crecimiento explosivo y las obras del metro, autopistas y edificios nuevos han sido importantes para hacer nuevos descubrimientos. Aquí no tenemos restos monumentales como en México, donde excavas y aparece una pirámide maya. Pero sí hay restos que dan pistas valiosas de cómo vivían los habitantes de las distintas épocas de la ciudad", dice la arqueóloga de la U. de Chile, Nuriluz Hermosilla.
Los arqueólogos urbanos escarban restos antiguos poco glamorosos: la basura y las tumbas. Ambos muestran una radiografía de los alimentos, utensilios, higiene y gustos. "En la construcción de un edificio nuevo en Huérfanos, cerca de los tribunales, encontramos cerámicas muy finas de un rojo brillante que fabricaban las monjas claras en el 1600", cuenta Hermosilla.
En ocasiones, los profesionales en terreno descubren que lo que está escrito en los registros históricos no siempre es verdad, como le ocurrió a la consultora arqueológica Tagua Tagua durante la excavación de la Costanera Norte. "Todos los documentos de la época decían que los tajamares del Mapocho llegaban hasta Cal y Canto. La arqueología demostró que los tajamares continuaban hasta la calle San Pablo", cuenta la arqueóloga Catherine Westfall.
Cementerio inca en Quinta Normal
Recién hace un mes llegaron al Museo de Historia Natural las últimas piezas del cementerio inca que se encontró durante la excavación de la estación de metro Quinta Normal. El sitio tenía tal cantidad de hallazgos, que el museo destinó un depósito completo para guardar las muestras. "Los restos humanos nos dan pistas sobre la dieta y salud de las comunidades indígenas. Se encontraron vasijas con ofrendas de quínoa y porotos. Este consumo fuerte de carbohidratos generó que muchos individuos presentaran caries que debieron causarles fuertes dolores", dice el arqueólogo del museo, Cristián Becker.
Niño de cerro El Plomo (1954)
Un pirquinero y un zapatero que iban tras una mina de plata encontraron, a 5400 metros de altura sobre el cerro El Plomo (sector nororiente de la cordillera santiaguina), el cuerpo congelado de un niño inca de unos ocho años. "Es un cuerpo de 500 años, perfectamente conservado. Fue depositado dormido en una fosa como ofrenda al sol. A nivel mundial esos hallazgos son muy escasos y valiosos, porque es como una instantánea que muestra cómo era el mundo en esa época", dice Cristián Becker, arqueólogo del Museo de Historia Natural, donde el cuerpo permanece en una vitrina refrigerada.
Piedras tacitas de Cerro Blanco (1970)
Sobre las faldas del Cerro Blanco, en Recoleta, separadas de la calle apenas por una reja, está el único sitio arqueológico monumental visible de Santiago, aunque pocos conocen su existencia. Son grandes rocas blancas, con alrededor de 130 hendiduras con forma de "tacitas", que los picunches del 1500 utilizaban como morteros para moler semillas de peumo y realizar ritos ceremoniales. Al estar bajo una pendiente, también pudieron ser utilizados como recolectores de aguas lluvia. Algunas agrupaciones mapuches de Santiago consideran este sitio de interés ceremonial para ellos y realizan sus rituales en Cerro Blanco.
Pucará de Chena (1959)
Estas fortalezas militares incas, compuestas por muros interconectados, se encuentran en estado de deterioro sobre el cerro Chena, entre San Bernardo y Calera de Tango. Fue descubierta en 1959 por un hombre que andaba a caballo por su fundo y recién en 1976 un estudiante hizo su tesis en el sitio y consiguió fondos de la Unesco para crear un parque arqueológico. "Lamentablemente nunca hubo mantención. La gente hace fogatas con las piedras y raya los muros. Hay un proyecto multisectorial para recuperarlo, pero avanza a paso de tortuga", dice la arqueóloga Catherine Westfall.
Múltiples hallazgos en Plaza de Armas (1999)
Cuando se construyó el metro bajo la Plaza de Armas en 1999, los arqueólogos dieron con restos de múltiples capas históricas. Excavaron y encontraron los cimientos de la antigua Plaza de Abastos de fines de 1700 hasta el siglo XIX, donde los animales se faenaban, vendían y desechaban sus restos en los mismos puestos. "Apareció un cráneo de vacuno en medio de la plaza. Eso confirma anécdotas como la de la exploradora María Graham, sobre un burro que murió en la Plaza de Armas y se pudrió ahí dos meses sin que nadie lo levantara", cuenta el arqueólogo Rodrigo Riveros. También encontraron ductos de los primeros sistemas de agua potable del siglo XIX, una inversión grande para la época en el manejo de la higiene.
Restos de Diego Portales en la Catedral (2005)
Los restos del político asesinado en 1837 fueron encontrados accidentalmente en 2005 durante la remodelación de la cripta arzobispal. Al interior de un ataúd de latón, su cuerpo estaba semiembalsamado y preservado en licor, vestido con chaqueta militar y con los botones y charreteras de la época puestos. Hasta entonces, se sabía que Diego Portales estaba enterrado en la Catedral de Santiago, pero se ignoraba su ubicación exacta. Un equipo de arqueólogos liderado por Pilar Rivas instaló un laboratorio a un costado de la catedral, donde realizaron los análisis. Un año después, los restos del impulsor de la Constitución de 1833 fueron depositados bajo una lápida detrás del altar mayor de la Catedral. "Amó y sirvió a la patria", dice.
Universidad Real San Felipe (2007)
Durante las excavaciones de los estacionamientos bajo la Plaza Mekis, frente al Teatro Municipal, la arquéologa Catherine Wesftall encontró pisos de huevillo colonial y algunos restos de valija importada de otras colonias. Estos son los vestigios de la Universidad Real San Felipe, la primera institución de educación superior fundada en el país en 1738. También se encontraron acueductos del siglo 18. Al ser ésta una zona de la elite santiaguina, también fue una de las primeras en acceder a agua potable. La concesionaria instaló una vitrina en el estacionamiento, exhibiendo estos hallazgos arqueológicos.
Tajamares del Mapocho (2002)
Cuando se hicieron las excavaciones para la Costanera Norte a lo largo del río, el equipo de monitoreo arqueológico, liderado por Iván Cáceres, realizó un descubrimiento que contradecía todos los registros históricos: los tajamares del Mapocho, construidos entre fines del siglo XVIII y principios del XIX para contener las inundaciones, no llegaban hasta la actual estación Cal y Canto, como se creía. Bajo el cauce del río, los arqueólogos encontraron tajamares de ladrillo que continuaban mucho más allá, hasta San Pablo. Estas colosales obras hidráulicas fueron reubicadas en el Parque Los Reyes.
El "patio trasero" de La Moneda (2004)
La construcción de la Plaza de la Ciudadanía, en 2004, permitió descubrir al equipo de arqueólogos que supervisó las obras, que el carácter de frontis y vista limpia vista hacia la Alameda que hoy vemos en esta plaza, existe sólo desde 1930, cuando se construyó el Ministerio de Relaciones. Los trabajos de remoción de los arqueólogos mostraron un gran "patio trasero" de La Moneda, con talleres y bolsones de basura depositados ahí sin mayor consideración hasta bien entrado el siglo XX. "Era basura elegante, eso sí, trozos de copas y loza europea colonial", dice la arqueóloga Nuriluz Hermosilla, "Y encontramos también las bases de los talleres de la antigua casa de La Moneda".
Cementerio de los coléricos (2003)
Cuando se construía la Costanera Norte, a la altura de Renca, la retroexcavadora topó con una estructura de ladrillo. El arqueólogo Iván Cáceres, que monitoreaba las obras, ordenó paralizarlas. Se trataba de un pabellón de 3 por 5 metros que funcionaba como fosa común para los enfermos de cólera. Estas fosas selladas conocidas como el Cementerio de los Coléricos funcionaron entre 1886 y 1888, durante las grandes pestes que mataron a un 1% de la población. El objetivo de construir esta zona aislada era impedir que los familiares fueran a visitar a sus deudos para controlar la epidemia.
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