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sábado 23 de octubre de 2010
"Todo se oscureció y todos estaban como locos. Yo fui uno de los cinco que estuvo más cerca del derrumbe", ha dicho Bustos sobre el accidente.
Estuvo en el epicentro del terremoto de febrero y vivió el maremoto que asoló Talcahuano. El desastre lo obligó a dejar su trabajo en Asmar y emigrar a Copiapó. Allí sobrevivió 70 días en la mina San José. Esta es la historia de Raúl Bustos Ibáñez, un mecánico hidráulico que en seis meses fue testigo de primera línea de las mayores tragedias de la historia de Chile.
Gazi Jalil F.
Nelson García, jefe administrativo de una empresa de buses de Talcahuano y entrenador de Barrabases, se conectó a Facebook ese jueves en la noche. Uno de sus contactos había escrito un mensaje. Decía:
"Fuerza Murci, ya estarás con nosotros".
A García se le dio vuelta el corazón. Había escuchado en las noticias sobre un accidente minero en Copiapó, pero no se le pasó por la cabeza que su amigo Raúl Bustos Ibáñez, lateral de Barrabases, alias el "Murci" como el "Murci" Rojas, estuviera entre los atrapados.
García buscó en una libreta donde guarda todos los números de sus jugadores, llamó a la casa de Bustos y preguntó por Carola Narváez, señora de su amigo.
-Ella no puede atender -le dijo el hermano de Carola.
-¿Pero es cierto lo de Raúl? -le preguntó.
-Sí, es verdad.
"Corté y no pude controlar mi llanto. Lo primero que hice fue poner una estampita de Dios en mi computador, una virgen y un candelabro, y recé todas las noches", cuenta hoy García.
Cuatro días antes del derrumbe, Bustos había estado en Talcahuano celebrando su cumpleaños número 40 y debutando por el equipo senior de Barrabases, de la Liga Deportiva Denavi Sur, la población en que vive junto a su mujer y a sus dos hijos, María Paz, de 5 años, y Vicente, de 3.
El equipo ganó tres a dos.
Raúl Bustos, fanático de la U. Católica, estuvo brillante, dice García.
El miércoles regresó a la mina.
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Raúl Bustos no es minero.
Raúl Bustos es técnico mecánico, con mención en hidráulica. Estudió la carrera en el Inacap y estaba trabajando en Asmar Talcahuano cuando ocurrió el terremoto del 27 de febrero. La ciudad, que ayer era un bullente puerto, quedó prácticamente en el suelo, sin mercado, sin comercio, sin electricidad, sin gas, sin agua y con cientos de casas inhabitables. El maremoto que vino después empujó decenas de barcos pesqueros a la calle, dañó gravemente el astillero y la base naval, inundó todo el plano y cortó los caminos. Al día siguiente, la imagen de Talcahuano era la del infierno y vinieron los saqueos e incendios en supermercados y hoteles, los tiroteos y el toque de queda en una ciudad que aún hoy, ocho meses después, continúa con las secuelas físicas y sicológicas del desastre.
La población Denavi Sur, ubicada a 15 minutos del centro, salvó milagrosamente de la destrucción. Sus casas sólidas aguantaron bien el terremoto y la de Bustos apenas quedó con algunos vidrios quebrados.
Carola Narváez, su mujer hace casi siete años, ejecutiva de la isapre Consalud, venía en bus desde Santiago y no se enteró del sismo hasta que el vehículo debió tomar varios desvíos para poder entrar a la ciudad.
"Con Raúl no bajamos al puerto hasta un mes después", dice Raúl Bustos padre, retirado de las Fuerzas Armadas. "Lo que vimos era otro Talcahuano, totalmente irreconocible. Habíamos visto en la tele lo que sucedía, pero caminar por allí era otra cosa, era como si hubieran bombardeado las calles".
Bustos trabajaba en el taller de combustión interna de Asmar hace poco más de un año, pero el astillero había quedado con daños importantes. En mayo aún no había claridad sobre la situación laboral de los funcionarios. Sólo a fines de junio se acordó la mantención de 2.500 trabajadores de los 3.300 que había antes del terremoto. Del resto, 400 fueron despedidos y otros 400 encontraron trabajo en otras zonas del país. Bustos fue uno de ellos.
Por esos días lo había llamado Sergio Donoso, un tío de Copiapó que trabajaba en Armamit, empresa contratista de la minera San Esteban, dueña de la mina San José.
-¿Cómo está la cosa? -le preguntó.
-Difícil.
-¿No tienes ganas de venirte? Aquí hacen falta mecánicos. Pagan bien.
Para Bustos no era extraño el mundo de la minería. Había hecho su práctica y su tesis en la mina Los Pelambres, donde tenía que estar 20 días por 10 de descanso. En la San José le ofrecían turnos de 7 por 7, así que renunció por escrito a Asmar, tomó el nuevo trabajo y a la semana siguiente viajó a Copiapó.
En la capital de Atacama se alojaba en una pensión y en la mina su labor era la mantención de los camiones y maquinaria pesada. Su supervisor era Juan Carlos Aguilar, 49 años, oriundo de Los Lagos. Cada siete días Bustos tomaba el bus y viajaba 20 horas hasta Talcahuano para visitar a su familia. Luego volvía a Copiapó y así durante poco más de dos meses: Copiapó-Talcahuano, Talcahuano-Copiapó.
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Ese jueves, a las 6 de la mañana, sonó el teléfono de Carola Narváez. Era su marido. Le decía que había llegado a la pensión y que esperaba el bus para ir a la mina. En la noche, la mujer estaba viendo la tele y volvió a sonar su teléfono. Ahora era su hermana y su voz era urgente.
-¿Dónde trabaja tu marido? -le preguntó- ¿En qué mina? ¿Viste las noticias?
Entonces Carola Narváez llamó al celular de Bustos y sonó fuera de servicio. Volvió a llamar y lo mismo. Eran pasadas las 10 de la noche.
"Yo pensaba que no le había pasado a él, porque sale como a las seis de la tarde. No sabía que todo había sido a las dos", contó hace poco.
Raúl Bustos padre estaba en el velorio de un amigo cuando cerca de las 11 un cuñado le avisó sobre el accidente.
"Fuimos donde Carola para ver si tenía más información. Nos metimos a internet, pero no encontramos nada, hasta que en la radio dieron la lista de mineros que habían quedado atrapados. Ahí escuchamos el nombre de Raúl", recuerda Bustos.
Al otro día, Carola Narváez estaba viajando a Copiapó. Los hijos quedaron a cargo de Silvia Asken, la abuela materna, y los padres de Bustos se quedaron en Talcahuano a la espera de novedades.
"Yo ni sabía en qué mina trabajaba, pero cuando supe que Raúl estaba enterrado me vino un dolor en el pecho. Pensé que era principio de infarto, pero no quise ir al hospital. Preferí quedarme en la casa viendo las noticias, era lo único que quería hacer. El domingo vino un amigo y me dijo que me afeitara y que saliéramos a dar una vuelta para despejarme. Me hizo bien. Cuando regresé le dije a mi señora: viejita, me voy para Copiapó", dice Bustos padre.
El lunes ya estaba en la mina junto a Carola Narváez.
"Fue una inyección de alivio. Conversé con otros familiares y me decían que si los mineros estaban en el refugio, estaban bien".
Se enteró también de otras cosas. Se enteró, por ejemplo, de que su hijo no entraba nunca a la mina. Raúl Bustos se quedaba afuera reparando las máquinas, pero ese jueves decidió entrar porque uno de los vehículos se había quedado en pana adentro. Así que abordó una camioneta y entró con Juan Carlos Aguilar.
Ahí se desmoronó el cerro.
El mismo Bustos lo contó esta semana al diario La Estrella de Concepción: "Todo se oscureció y todos estaban como locos. Yo fui uno de los cinco que estuvo más cerca del derrumbe".
Afuera, cuando el rescate por la chimenea había fracasado, cuando las máquinas de sondaje trabajaban día y noche y cuando nadie sabía si estaban vivos o muertos, el padre, la madre y el hermano menor de Raúl Bustos se encomendaban.
Su padre, a Jesús de la Misericordia.
Su madre, Rosa Ibáñez, al Papa Juan XXIII.
Su hermano, José Guillermo, a San Sebastián.
Por la hora en que supo la noticia, Carola Narváez pensaba que su marido se había salvado del derrumbe. Al lado: Bustos al interior de la mina y Narváez en el Campamento Esperanza junto a Raúl Bustos padre y Rosa Ibáñez.
Carola Narváez y Bustos padre alojaron en las carpas que puso el ejército en el Campamento Esperanza y se mantuvieron a prudente distancia de la prensa. De sus pocas declaraciones, Narváez se mostró crítica de los familiares que traían a sus hijos a vivir al campamento. Decía que no era lugar para los niños. De hecho, María Paz y Vicente Bustos nunca estuvieron en la mina. A ambos les dijeron que su papá se había enfermado y que su mamá lo había ido a buscar. A la niña no la enviaron al colegio para que no se enterara de la verdad. "Soy fuerte para muchas cosas, pero con los niños es muy difícil -relató por esos días Carola Narváez-. No puedo hablar con mi hija, ni saludarla, ni decirle algo. No me da, no le he dicho nada".
Adentro, en el encierro, Bustos luchaba por sobrevivir. "Había un grupo bien cohesionado que era el de la empresa que prestaba servicios. Nosotros éramos cinco (junto a Richard Villarroel, José Henríquez, Juan Carlos Aguilar y Juan Illanes), que andábamos para todos lados juntos, aparte que éramos todos del sur. Nos acoplamos muy bien a don Luis Urzúa y a Florencio Ávalos. Lo tomamos de la mejor manera", contó a La Estrella.
Luego vinieron las primeras señales de vida, el mensaje "Estamos bien en el refugio los 33", los abrazos, el video desde la mina, los saludos y las cartas. Esta fue una de las primeras que Bustos le escribió a su mujer:
Cosita:
Ya sabías que las palabras que me mandaste me hicieron llorar. Bueno, no sé cómo decirte que siempre has estado conmigo, además de mi Dios que me dio las fuerzas para vencer la ansiedad del hambre que pasamos.
Pero bueno, eso es lo de menos, mi Dios nos dejó vivos de milagro y con un propósito. Aquí casi se desmayaron. Yo rezaba y pedía por todos, que si pasaba algo lo tomaran bien, porque en un momento ya pensaba que no rompían las herramientas el cerro. Pero a la que reventó le puse de nombre "Paz": la ganadora, la que nunca pierde. Y rompió. Amor, no sabes la alegría que teníamos.
Nelson García, el entrenador de Barrabases, había enviado un lienzo al Campamento Esperanza con el nombre de Bustos y escribió tres correos al club Universidad Católica para que le enviaran una camiseta a su amigo, así como la U. de Chile lo había hecho con Jimmy Sánchez, el más joven de los atrapados, y Colo Colo con Claudio Acuña.
"Nunca lo hicieron", reclama hoy.
Los Bustos Narváez presentaron la primera acción penal contra la minera San Esteban, pero cuando a Bustos le preguntaron esta semana si volvería a trabajar en una mina, respondió:
"Uno siempre está sometido a riesgos. Pero si hay una oportunidad buena, yo no le tengo miedo a la roca. Esto pasó por el estado de la mina, aunque igual fue algo fortuito que me tocó a mí. Lo mío es la mantención y si hay que entrar a una mina, lo haré".
Bustos fue el minero numero 30 en salir desde la cápsula Fénix 2. Eso pasó a las 20:35 horas del miércoles 13, tras 10 minutos de ascenso. En la superficie lo recibió Carolina Narváez. Sus padres lo esperaban a pocos metros, en el hospital de campaña. Y su hermano José Guillermo vio en por la tele el largo abrazo entre Bustos y Narváez. Estaba en su casa, en el sector de Penco Chico, y cayó de rodillas frente al altar que había hecho con la imagen de San Sebastián.
Hoy, mientras prepara el recibimiento de su hijo en Talcahuano y habla con monseñor Ricardo Ezzati para que oficie la misa de bienvenida, Raúl Bustos padre dice: "En febrero vivimos el terremoto, en marzo murió mi padre y en agosto estuve cerca de perder a mi hijo... Quiero que el 2010 se vaya rapidito".
Colaboró Fabián Álvarez, corresponsal en Concepción.
A LOS HIJOS DE BUSTOS LES DIJERON QUE SU PAPÁ SE HABÍA ENFERMADO. A LA NIÑA NO LA ENVIARON AL COLEGIO PARA QUE NO SE ENTERARA DE LA VERDAD.
Gazi Jalil F..
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