Domingo 5 de diciembre de 2010
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ARTES Y LETRAS
Nueva publicación Libro editado por el diseñador Pedro Álvarez
Un sofisticado envase para transportar huevos fue el primer modelo industrial registrado en Chile. Una nueva publicación aborda, por primera vez en 200 años, la historia gráfica del diseño vinculado a la producción. Si es chileno, ¿es bueno?
Nicolás Rojas Inostroza
"No hay en Chile manufactura alguna, pues no merecen tal nombre las rudimentarias industrias del jabón y las velas", escribía la viajera María Graham en 1822. A poco menos de dos siglos de sus severas anotaciones, un libro a todo color da cuenta de la evolución histórica de la propiedad industrial en el país. Logotipos, afiches, prototipos y fotografías conforman esta compilación que ya está disponible en las bibliotecas públicas del país.
Viernes, Biblioteca Nacional.
El diseñador Pedro Álvarez Caselli viste de negro. Acaba de presentar, junto a algunas autoridades, la "Historia gráfica de la propiedad industrial en Chile" en la sala América. A unos metros está Maximiliano Santa Cruz, director del Instituto Nacional de Propiedad Industrial (INAPI), quien viste más formal. Junto a ellos, un centenar de invitados participa de un cóctel en un iluminado hall.
La idea de editar el libro nació tras una visita de Santa Cruz a la biblioteca del INAPI. La sorpresa fue grande al encontrarse con el material y fue aún mayor al enterarse de que el instituto tenía una bodega llena de archivos. El director resalta la existencia de peticiones de patentes firmadas por Thomas Alba Edison, Claudio Gay o Guillermo Marconi. Todo en la misma bodega.
"Tuvimos cinco meses para hacer el libro. Había que generar un texto, escribir la historia. Eso es poco común en el trabajo de los diseñadores", cuenta Pedro Álvarez. El autor de "Chile, marca registrada" (Ocho Libros, 2008) trabajó con el equipo de Pie de Texto para dar forma a este sintético volumen de 200 páginas. Sintético porque sólo las patentes de invención suman más de 47 mil.
Héroes de cajetilla: de la litografía al logo
El texto está dividido en tres capítulos: el Chile republicano del siglo XIX, Del Centenario al proyecto de país industrializado y Globalización y sociedad del conocimiento. La edición aborda el desarrollo de las marcas comerciales, las patentes de invención, los modelos de utilidad, los diseños industriales, las indicaciones geográficas y las denominaciones de origen. Como las del vino.
Eduardo Castillo es cómplice de Pedro Álvarez. Mientras toma un pequeño café, cuenta que su trabajo en el libro estuvo focalizado en la primera mitad del siglo XX. El editor de "Artesanos, artistas, artífices" (Ocho Libros, 2010) esboza un recorrido iconográfico de la evolución de las marcas. Identifica, en el siglo XIX, una construcción muy vinculada a los símbolos patrios de la naciente república. Por esos años abundan las imágenes de héroes en los rotulados de productos tan diversos como cigarrillos y bebidas alcohólicas. Incluso, en 1887, G.A. Hormann registró una marca basada en el escudo nacional, con una versión libre de huemul que se asemeja más a un caballo. El texto central estaba escrito sobre dos cañones cruzados que rezaban: "Esmeralda-Arturo Prat".
Un año antes de las fiestas del Centenario, Tancredo Pinochet manifestaba con preocupación: "Hoi dia todo el mundo se jacta de consumir articulos estranjeros i nada tiene salida en el comercio si no lleva marca exótica". Por esos años estará a la venta el vino "Por la razón o la fuerza". Al avanzar las décadas esta evolución deriva, a juicio de Castillo, en una "revalorización de lo popular local". Son los años del chablis rosado ("para verlo todo color de rosa..."), del refinado jabón LUX (producto de "los proveedores del Rey de Inglaterra") y de la malta Blanca ("cerveza especial para personas débiles"). Pinochet Le Brun concluye que "si nos trajeran aguas de las alcantarillas de Paris, embotellada i etiquetada ya veríamos como tendría consumo entre los chilenos".
El impacto de la Gran Depresión de los 30 impulsó el modelo de desarrollo hacia adentro. Fueron los días más promisorios de la industria nacional. En junio de 1931 un decreto especificaba que una marca comercial podría consistir en "una palabra, locución o frase de fantasía, en una cifra, letra, monograma, timbre, sello, viñeta, franja, emblema, figura, fotografía o dibujo cualquiera".
"Muchas veces aparecía la fotografía de este nuevo burgués que era una especie de héroe de la revolución industrial", dice Pedro Álvarez, ejemplificando con una añosa etiqueta de Bilz en la que aparece Andrés Ebner, fundador de la Compañía de Cervecerías Unidas (CCU).
La década del 30 estuvo marcada por la idea de un consumo de orientación nacionalista. Aunque los héroes lentamente compartirían los paquetes y etiquetas con personajes populares, como el ratón Mickey (que ilustraba las pastas para calzado y los envoltorios de caramelos).
A mediados de siglo, las marcas priorizaron los mensajes de sus productos más que su carácter nacional. Algunas marcas adquirieron tanta fuerza que pasaron muchas veces a reemplazar el nombre de los productos. Tal es el caso del confort (papel higiénico), el jabón gringo (para lavar), el plumavit (poliestireno expandido), el tanax (insecticida) y las alpargatas (calzado).
Durante los años sesenta las marcas se adaptaron a la comunicación de masas, la ampliación del consumo y el protagonismo adquirido por la juventud. Los envases y afiches coloridos fueron emblemas de la época en que se vendían pastillas coléricas ("Una dulce conversación, un sabroso flirteo") o las latas de Wirenbo ("sierra similar salmón"). El libro extiende el análisis hasta la actualidad.
Chile, ¿país de inventos?
La primera concesión de patentes fue otorgada en 1840 y recayó en Andrés Blest, tío del autor de "Martín Rivas". El médico inscribió un "método para hacer el ron en Chile". Durante el primer decenio se entregaron concesiones para la fabricación de cristales, tejidos, betunes y máquinas para reducir los lavaderos de oro. La tendencia creativa, según Maximiliano Santa Cruz, está dada por "áreas como el agro o la minería".
El escritor e ingeniero Liborio Brieva patentó, en 1882, un sistema de ascensores "mecánicos". Un año más tarde diseñó el ascensor Concepción, pionero de los que hoy operan en los cerros de Valparaíso. Años antes, el alemán Karl Flach, creador de un submarino de fierro construido en Limache, fue víctima de su fallida invención. La nave se hundió en 1866 con once tripulantes, entre ellos el inventor y su hijo adolescente. Eduardo Castillo reconoce una "pesquisa inconclusa" en torno a esta historia.
Los autores concuerdan en que quienes más patentaban eran extranjeros, inventores, muchos autodidactas. Poniendo el foco en Chile, Eduardo Castillo se sorprende de que "gran parte del terreno fértil que tuvieron los inventores locales no estuvo tanto en la morfología de un determinado invento, sino en las modificaciones de ese invento acorde a la realidad del país. Proceder de esa manera, en una suerte de ingeniería inversa que no aspiraba a inventar, sino a mejorar considerando las necesidades del país". El investigador añade que muchos inventores nacionales no insertaban fotografías en sus inscripciones por temor a revelar información excesiva.
Viernes, Biblioteca Nacional. Pasado el mediodía. El director del INAPI conversa con calma y tras responder la última pregunta, agrega que "las primeras marcas que uno ve en la década de mil ochocientos setenta son muchas de vinos, de espirituosas, de cigarrillos. Ya entonces no era sólo producir para la industria, sino también pasarlo bien" (ríe).
Rarezas de bodega
"A raíz de lo que pasó con los mineros, uno de los primeros cinco inventos registrados en el Chile de 1840 fue una perforadora de suelo con un taladro gigante activado, en ese entonces, por propulsión humana. En 1840 ya existían perforadoras que taladraban el suelo con distintos tipos de broca", recuerda Maximiliano Santa Cruz, director del Instituto de Propiedad Industrial.
"Me llamó la atención la diversidad que encontramos en el INAPI: pañales de guagua, chalecos antibalas, intentos de automóviles. Perritos, bacinicas, modelos de WC, aparatos para llaves de agua. También la existencia de fabricantes que armaban partes de locomotoras, que son productos complejos. Fabricación de submarinos, de torpedos, de maquinaria bélica, de helicópteros", destaca Pedro Álvarez Caselli, editor general de "Historia gráfica de la propiedad industrial en Chile".
Eduardo Castillo, diseñador e investigador del libro, no habla de rarezas: "Si bien existen registros fotográficos de objetos industriales, todavía es muy grande la investigación y el trabajo sistemático que se puede seguir haciendo para documentar ese legado".
Diseñadores de oficio
El diseño existe en Chile, como disciplina profesional, desde fines de la década de los sesenta. "Antes, el protagonismo estuvo principalmente en dibujantes provenientes de una formación artística o desde su trabajo en editoriales o imprentas. Luis Fernando Rojas le dio un rostro a Prat o a Carrera Pinto. La gráfica de los billetes le debe mucho al trabajo de ese grafista. También es importante el aporte de Alejandro Fauré, él partió como aprendiz de dibujante litográfico", cuenta Eduardo Castillo.
"Quienes diseñaban las marcas eran artistas, ingenieros, dibujantes, proyectistas, ilustradores, publicistas, artistas. Era gente que tenía un cierto dominio y, por otro lado, gente amateur", dice Pedro Álvarez.
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