LA TERCERA EDICION IMPRESA
domingo 06 de febrero de 2011
El texto está basado en los recuerdos de la hermana y de una amiga de la Premio Nobel.
por María Josefina Poblete
Cuando no corría por los senderos de Montegrande ni saltaba acequias, Lucila Godoy Alcayaga jugaba silenciosa con sus muñecas. Una de ellas, dicen, se llamaba Gabriela. El nombre la obsesionaba, tanto así que, llegado el momento de bautizar a su sobrina, rogó a su hermana que ese fuera el elegido. "No, yo sé lo que va a ocurrir -respondió Emelina, madre de la recién nacida. En vez de Gabriela le van a decir 'Grabiela'. Será mejor que le pongamos Graciela", dijo. Varios años después, la joven poeta tomaría la revancha y firmaría así uno de sus más célebres poemas.
"Nunca lograríamos comprender plenamente la personalidad de la escritora si hiciéramos caso omiso de su patria chica", afirma Marta Elena Samatán (1902-1982) en Gabriela Mistral. Campesina del valle de Elqui. Basado en recuerdos de su hermana Emelina y en el archivo de una de sus mejores amigas, el libro fue publicado hace más de 40 años en Argentina. Ahora se edita por primera vez en Chile.
"Siempre vivo unida al recuerdo de aquel sitio donde bebí la ruralidad que nunca he perdido", afirmó alguna vez Gabriela Mistral (1889-1957), nacida en Montegrande y criada en Vicuña. El libro, que revela varios pormenores de su infancia y adolescencia, insiste en su personalidad introvertida. Reacia a jugar con niños de su edad, se la pasaba explorando descalza por el huerto, para regresar con las manos llenas de menta y yerbabuena. Varias veces, su madre la encontró arrojada en el suelo, en aparente diálogo con las plantas.
A pesar de los apuros económicos tras la partida del padre, la familia llevaba una vida tranquila. Mientras la madre cosía, Emelina sostenía el hogar como maestra rural. A la luz de la vela y guitarra en mano, ambas mujeres cantaban cuecas y tonadas de amor "como para resucitar a un muerto", según un vecino. Lucila, siempre silenciosa, sólo tocaba la guitarra cuando creía que nadie la escuchaba. Sus ojos verdes, cuenta Samatán, detenían a los peatones.
Los primeros coqueteos con Romelio Ureta, cuyo suicidio inspiró Los sonetos de la muerte, la dificultad para obtener libros y la humillación de no tener un título de maestra son algunos de los pasajes que dan vida al texto. También la vez en que la directora de una escuela declaró, sin rodeos, que la niña no sabía redactar. El libro, que incluye poemas y cartas, da cuenta del profundo impacto de lo rural en la obra de la poetisa. Porque si bien pasó gran parte de su vida en el extranjero, Mistral procuró, casi religiosamente, alejarse de las grandes ciudades.
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Mistral fue la primera latinoamericana en ganar un premio Nobel de Literatura (1945)(Foto: Archivo/ELUNIVERSAL)
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