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sábado 30 de abril de 2011
Según una encuesta de The Guardian , un 67% de los británicos cree que la monarquía todavía es apropiada para su nación, en los comienzos del siglo XXI. Dicen que favorece el respeto hacia el país y que es mejor que otras alternativas.
En medio del arrobamiento mundial en torno a William y Kate, el escritor Martin Amis embistió contra la corona inglesa y el enlace real. Un nuevo eslabón en la larga tradición de sarcasmos lanzados por escritores y pensadores sobre una institución anacrónica, pero que parece gozar de buena salud. Mejor, en algunos casos, que la del mundo intelectual.
ELENA IRARRÁZABAL SÁNCHEZ
Hace pocos días, el semanario francés "Le nouvel observateur" recogió las palabras del conocido escritor inglés Martin Amis (61) sobre Gran Bretaña y su monarquía. Amis retrató a la Reina Isabel II como una mujer que nunca escucha y asimiló las risas del príncipe de Gales al "ronquido de un chancho". Remató calificando a los "royals" como unos "filisteos".
Isabel II ha visto pasar doce primeros ministros. Dada la longevidad de los Windsor, el príncipe Carlos debe tener paciencia.
Victoria: los ceremoniales se potencian en su extenso reinado.
RITOS Toda la pompa real se despliega en la ceremonia de coronación de Isabel II, en 1953, en la abadía de Westminster.
Simbolismo Tras su coronación, la reina lleva sobre su cabeza la corona imperial, en la mano derecha el cetro con la cruz y en la izquierda el orbe: una esfera hueca con oro y piedras.
Martin Amis: "la reina no escucha".
"Me he encontrado con la Reina en algunas ocasiones. El problema es que ella no escucha lo que uno le dice. No se supone que deba entender las palabras que uno le dirija. Un día perseveré y le comenté impetuosamente 'Majestad, usted nombró caballero a mi padre' [el poeta Kinsgley Amis]. Su única reacción fue mirar a lo lejos, fijando vagamente la mirada en una pintura en la pared. Eso fue todo", relató Amis. Sobre la boda real, anticipó que "sin duda la atmósfera va a ser irracional. Muy británica, en cierto sentido".
Cristopher Hitchens: "una familia malcriada".
Las palabras de Amis constituyen otro eslabón en la larga historia de sospechas mutuas entre algunos intelectuales y la monarquía inglesa. Otro gran amigo de Amis, el siempre polémico Cristopher Hitchens, es un antimonárquico de larga data. "Esto es lo obtenemos cuando se funda un sistema político en los valores familiares de Enrique VIII", señaló tras la seguidilla de escándalos protagonizados por los Windsor. A juicio de Hitchens, "el principio de la monarquía constitucional es un obstáculo para el sentido de responsabilidad de las personas. No puede ser bueno para las individuos tener vidas vicarias o sustitutas, centradas -por morbo o deferencia- en los acontecimientos de una familia malcriada y poco distinguida".
Bernard Shaw y Mark Twain
M. Twain: escribió sobre reyes, pero los aborrecía
Si antes de que Inglaterra tuviera una monarquía constitucional, el autor de cualquier crítica o desobediencia a la corona corría el riesgo de que rodara su cabeza -bien lo supo Tomás Moro, gran amigo de Erasmo y autor de "Utopía"- tras la consolidación de una monarquía en la que el rey tiene casi nulas potestades de gobierno, las opiniones se hicieron más explícitas.
Al poeta inglés George Herbert se le atribuye la frase "la corona real no cura el dolor de cabeza" (otros la asignan a Benjamin Franklin) mientras que George Bernard Shaw solía decía que los reyes "no nacen, son fruto de alucinaciones artificiales" y su vecino francés, Victor Hugo, sostenía que "los reyes son para aquellas naciones que están en pañales".
Al otro lado del Atlántico, en el naciente Estados Unidos, las críticas fueron más mordaces. Thomas Jefferson señalaba que "apenas hay un mal en los países europeos cuyo origen no pueda atribuirse a su rey". Mark Twain, el célebre autor norteamericano -creador de obras sobre reyes como "El príncipe y el mendigo" y "Un yanqui en la corte del rey Arturo" - fue un furibundo antimonárquico.
"Hay fraudes y fraudes, pero el más visible de todos es el de los cetros reales. Observamos a los monarcas reunirse en solemnes ceremonias, a las que asisten con la figura muy erguida, pero es imposible no imaginar que luego se reúnen en privado y se ríen unos y otros", aseveró Twain, que aspiraba a vivir 50 años más, "para ver cómo los tronos de Europa se rematan como hierro viejo".
Caballos antes que libros
Los reyes ingleses también han tenido, por cierto, buenos defensores. Winston Churchill -hábil político, pero quien también recibió un Nobel de Literatura- alababa la estabilidad que han entregado los reyes a su país."La monarquía es extraordinariamente útil. Si Gran Bretaña gana una batalla, se grita 'Dios salve a la reina'. Si se pierde, se pide la caída del Primer Ministro".
Alan Bennett: "soy el último monárquico".
Un caso más contemporáneo es el del narrador, actor y dramaturgo inglés Alan Bennett, considerado uno de los escritores que mejor describen los recovecos de la identidad inglesa. Con cierta ironía, Bennett se define a sí mismo como "el último monárquico" -"por más que lo piense, cualquier alternativa a la corona me parece peor"- y ha defendido la labor del príncipe Carlos.
Curiosamente, el mismo Bennett rechazó el nombramiento de Sir que le otorgó la reina Isabel. "Simplemente no me calza. Es como verse obligado a usar traje el resto de los días de tu vida". A pesar de eso, el escritor brinda una inolvidable mirada a Isabel II en su libro "Una lectora poco común" (Anagrama).
Para muchos analistas, una de las razones de la popularidad de la reina Isabel II es, precisamente, su falta de pretensión intelectual. El cronista y periodista de la BBC Jeremy Paxman afirma en su agudo libro "On royalty", que la familia real británica "sobrevivió el siglo que fraccionó el átomo manteniendo su interés focalizado en asuntos campestres". A juicio de Paxman, la atmósfera en la corte de Isabel II es "poco sofisticada y ciertamente su hijo Carlos resiente que su entusiasmo por la música, libros y pinturas no son apreciados por su familia. Por otra parte, la ignorancia tiene el mérito de ser poco controversial".
De hecho, las constantes opiniones -ligeramente excéntricas- del príncipe Carlos sobre arquitectura, medicina, alimentación, cultivos orgánicos, educación y terapias alternativas le han acarreado más detractores que admiradores.
Dignidad y eficiencia
A pesar de sus bochornosos escándalos, de los ataques intelectuales y las discutibles opiniones principescas, la monarquía inglesa parece gozar de buena salud y los grupos republicanos constituyen más bien entidades pintorescas o minoritarias, cuyos argumentos son apoyados por alrededor de un 20 por ciento de los ingleses. El rey Faruk de Egipto, que auguró que "a fines del siglo XX van a sobrevivir cinco reyes: los cuatro de la baraja de naipes y el monarca inglés", no andaba tan descaminado acerca de la robustez de esta institución inglesa.
"Si las masas de ingleses se vieran cerca de una república, se pondrían a temblar", señaló el célebre ensayista victoriano y editor del Economist, Walter Bagehot. El mismo Bagehot formula la teoría de los dos partes en el ejercicio del gobierno: la dignidad y la eficiencia. La monarquía es la que permitiría que las personas le den al gobierno la reverencia que éste necesita para funcionar.
Para Bagehot, tres prerrogativas serían las únicas que debiera ejercer el monarca: " to warn, to encourage, to be consulted" (advertir, animar y ser consultado). Estas tres facultades son las que Isabel II - desde su coronación, ha visto pasar 12 primeros ministros y doce presidentes de Estados Unidos, desde Truman hasta Obama- ha ejercido casi sin dar un paso en falso.
Y aunque tras la muerte de Diana los estudios marcaron un descenso en la adhesión real, hoy este sentimiento experimenta un momento promisorio. Un reciente sondeo encargado por el republicano periódico The Guardian señala, entre otras cifras, que un 63 por ciento de los británicos creen que están mejor con la familia real que sin ella.
¿Cómo entender la adhesión que todavía despierta este linaje basado en la herencia? Muchos lo atribuyen a las sólidas raíces de la monarquía en la historia inglesa y a la forma en que el poder real se fue limitando desde la Carta Magna firmada por Juan sin Tierra (1215), hasta culminar en un sistema con nulas atribuciones de gobierno, pero sí un fuerte rol simbólico. También al buen desempeño y la dedicación de los últimos monarcas, como Isabel II y su padre, Jorge VI.
Entre las razones invocadas en los estudios de opinión para justificar la monarquía figuran la importancia de la presencia del rey como fuente de inspiración, reflejo de Gran Bretaña y vínculo con la historia nacional, además de ser un elemento que favorece el respeto hacia el país.
Menos poder, más oropeles
Cuenta que al morir la reina Victoria, su hijo Eduardo VII habría comentado: "En el cielo va a tener que caminar detrás de los ángeles. Y no le va a gustar". Precisamente, es durante su extenso reinado cuando se potencian las grandes ceremonias y desfiles reales, con toda su carga de emoción y misterio, que tanto atrae al ciudadano común.
Un conocido ensayo del historiador David Cannadine aborda el tema de los ceremoniales de la monarquía inglesa entre 1820 y 1977. El artículo -incluido en la obra "La invención de la tradición" editada por Eric Hobsbawm y Terence Ranger (Editorial Crítica)- destaca que a partir de un ceremonial bastante mal llevado, los eventos reales como coronaciones y jubileos se van convirtiendo en un espectáculo cada vez mejor escenificado. Mientras menos poder tenía la monarquía, mayor el ceremonial.
Y para desplegar toda la magia real, nada mejor que una boda, aunque el historial matrimonial de los Windsor y sus antepasados no sea el mejor. Hoy la esperanza es que William y Katherine emulen el feliz vínculo entre Victoria y Alberto y no el catastrófico enlace entre Carlos y Diana o, peor aún, el de Carolina de Brunswick y Jorge IV, quien odiaba a muerte a su mujer . (Paxman cita el momento en que le informan al rey de la muerte de Napoleón. "Majestad, su más grande enemigo ha muerto", le dicen. "¿Ha muerto ella, por el amor de Dios?", contesta el monarca.)
Nadie quiere, tampoco, que la pareja siga el camino de Eduardo VII y su esposa. Ambos se avenían y tenían una buena relación, pero la reina Alejandra debió soportar estoica los numerosos amoríos de su marido. La leyenda dice que al observar el ataúd con el cuerpo de su esposo, la reina habría murmurado "Al menos ahora sé donde está".
Pero es hora de soñar un poco. En estos días de fiesta, quién quiere pensar en episodios tristes, en los raciocinios lógicos de Hitchens o en las rabietas de Martin Amis.
Reyes y plebeyos: algunas sugerencias de lectura
"Una lectora poco común"
Alan Bennett (Anagrama)
La narración parte de un sencillo episodio: los amados perros corgis de la reina descubren por casualidad una biblioteca móvil estacionada afuera de las cocinas del palacio de Buckingham. La reina termina pidiendo un libro en préstamo y se va entusiasmando con el -hasta entonces- desconocido placer de la lectura. Comienza con las novelas de Nancy Mitford y luego se le abre el apetito hacia Proust y Henry James. Su nueva afición causa alarma en palacio y amenaza con tener consecuencias insospechadas. Una novela breve plena de humor y agudeza.
"On royalty"
Jeremy Paxman (Penguin)
El incisivo periodista británico, autor de "The english" (una disección sobre la identidad inglesa, que gustó al público y a la crítica), escribe una amena investigación sobre las monarquías europeas. Centrada en el caso inglés, pero sin dejar de tocar otras coronas, como la delirante monarquía de Albania, Paxman relaciona su historia y presente, sus absurdos y sus hechos heroicos. Si al partir su enfoque es más bien republicano, el autor parece terminar comprendiendo las razones de la supervivencia de esta vieja institución. Disponible en Amazon, pero sólo en inglés.
"Reina Victoria"
Lytton Stratchley (Lumen).
El más extenso de los reinados ingleses, los 67 años de la Reina Victoria, fue tan influyente que dio nombre a una época. Cuando ella murió, en 1901, Strachey tenía casi 21 años y aún no se formaba el grupo Bloomsbury, del que sería figura central, ni escribía sus ácidos retratos de "Victorianos eminentes" (1918), combinando distanciamiento, compromiso e irreverencia. En 1921 publica la biografía del más eminente de los victorianos, la Reina Victoria. Con una simpatía notoria y un estilo vivaz, recorre vida y reinado (se centra en la dimensión pública del personaje) de la monarca que fue modelo de virtud.
"Breve historia de Inglaterra"
G. K Chesterton (Acantilado)
En 1917, el ya entonces famoso G. K. Chesterton escribió una historia de Inglaterra. En la cual, más que hablar de reyes, defiende una historia "popular" -su objetivo es contar la historia del pueblo inglés- destacando la importancia del cristianismo en el proceso civilizatorio del país, incluso con añoranzas medievales. Escrita casi sin fechas es menos exacta que sugerente, pero como señaló uno de los primeros traductores de Chesterton al español, el mexicano Alfonso Reyes, esta historia "resulta tan heroica como una novela de caballería, tan hermosa como un cuento de hadas".
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