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sábado 18 de junio de 2011
Los intrincados pasillos del Palacio de Tribunales ocultan un poder centenario. La cúspide del sistema jurídico deja ver sus calabozos casi vacíos, puertas talladas con medusas griegas, 21 chales de alpaca que usan los jueces o un mayordomo que vive en el techo y en las noches oye murmullos.
por Roberto Farías
Despertó. Miró el reloj: eran las 2 de la mañana. Un golpeteo rompía el rumor del primer aguacero del año: clip… clap. Clip… clap. Pablo Cepeda (57) se calzó unas pantuflas y salió de su casa en el mismísimo techo del Palacio de Tribunales, en Bandera con Compañía, y empezó a recorrer la Corte Suprema con un manojo de 73 llaves y un balde. Su experiencia de 18 años como auxiliar y hace tres y medio, como mayordomo del edificio, le decía que por algún lado había una gotera. A diferencia de otros palacios del centro de Santiago, donde hay un nochero, en el Palacio de Tribunales el mayordomo vive ahí con su familia.
El viento silbaba en el techo de cristal que cubre la galería principal y en la oscuridad apenas veía sus manos. Pero no podía encender la luz antes de comprobar la gotera. "Un edificio de 105 años es como un anciano", dice Cepeda. "Hay que ser precavido: un cortocircuito puede ser fatal".
Llegó al Pleno, donde se reúnen los 21 ministros en esas altas sillas de cuero pegadas a la pared de ebanistería de lingue y coigüe que hizo el carpintero Regulus Prajoux, quien talló también a las medusas de las puertas: la gorgona de la mitología griega con serpientes venenosas en lugar de cabellos que aleja de los jueces el mal y el encantamiento.
Una gotera caía desde el techo a cinco metros de altura sobre el escritorio del secretario del tribunal. Debajo del cual se guardan los 21 chales de alpaca que usan los ministros en las largas audiencias para evitar la transpiración del cuero y no por el frío como muchos piensan. Cuando Cepeda iba a oscuras hacia el centro del Pleno a poner el balde, resbaló en una poza de agua.
A las 00.00 de la madrugada del 17 de julio Margarita Herreros (75) dejó de ser ministro de la Corte Suprema y miembro del Poder Judicial, al cumplir el límite de edad. Hecho que no le provocó ningún desvelo. Todo lo contrario, ansias de descanso. Durante los últimos 47 años ha dibujado con su valiosa firma kilómetros incalculables de papel. Hasta las últimas horas de la tarde y de la noche, ha firmado cuánto: ¿cien, doscientos documentos? Hay ministros de la Corte Suprema que llegan especialmente temprano exclusivamente a firmar altos de papeles. A las 7.30 de la mañana ya casi todos están trabajando en sus privados en el largo pasillo oculto que va desde el Pleno hasta Morandé, por calle Compañía. Y desde hace algunos años los jueves y viernes esa tarea se duplica. Deben participar del Pleno donde juran los nuevos abogados y luego firmar cada uno los diplomas. Antes era una labor sublime: en 1940 juraban 30 abogados al año. Pero en el 2011 esperan que juren casi tres mil. Y hoy 31 mil jóvenes están estudiando Derecho. Se reúnen a firmar en la enorme mesa del Salón de Acuerdos, donde a medianoche, dice el mayordomo, se escuchan murmullos.
Antes de la reforma procesal penal que concluyó el 2003, el Palacio de Justicia era el epicentro jurídico de Chile. "Ahora las marchas pasan de largo", dice Pablo Honorato, quien lleva 30 años concurriendo a reportear al tribunal. Su padre, Juan Honorato que fue periodista de El Mercurio, pasó otros 30 años en esos pasillos. Y continúa: "la actividad se fue al Centro de Justicia, los casos de Derechos Humanos han terminado la mayoría, las fiscalías militares hacen muy poco".
Los calabozos de calle Morandé, zona de tránsito de los detenidos, tienen poco uso. Algunos de los últimos imputados más mediáticos en usar sus instalaciones fueron Zacarach cuando llegó extraditado de Brasil el 2008 o los jerarcas de Colonia Dignidad notificados en mayo de este año por el ministro Jorge Zepeda, quien lleva la causa bajo el sistema antiguo. Antes, todos los días llegaba un carro de Gendarmería con detenidos. Hoy, el vehículo trae las colaciones para los custodios del edificio. "No es que penen ánimas", dice Honorato, "es menos la actividad; pero igualmente importante, porque aquí sí que se dice la última palabra".
A las 16 horas, cuando los ministros comienzan a irse, Honorato sale a cazarlos. A la misma Margarita Herreros que en su último día de trabajo entregó la sentencia de los jueces de Arica sancionados por rebajar penas a un narco. Pero sólo le dice: "si alguna amargura me ha deparado ser juez, ha sido juzgar a mis pares". "Plop", sentencia Honorato decepcionado.
Cuando no queda nadie, Honorato se va. El mayordomo comienza su ronda: cerrando puertas, apagando luces. Esperando a los últimos relatores de las cortes que se van a las 11 de la noche… y ya de pronto suena el timbre: el primero en llegar es el ministro Cornelio Villarroel a las 6.30 de la mañana. Cepeda lo recibe con una pantufla empapada.
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