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sábado 30 de julio de 2011
La muestra permanente del museo se renueva con 96 obras escogidas por la curadora Soledad Novoa.
por Denisse Espinoza
Corre 1842 en Chile y para el pequeño circuito de arte local parece inevitable y necesaria la formación de una Academia de Pintura con todas sus reglas. Es entonces que el gobierno de Manuel Bulnes hace una jugada inesperada y pone sus fichas en un joven talento: Antonio Gana se convierte en el primer artista becado en París. La idea es que al terminar sus estudios vuelva a Chile y se ponga al frente de la futura institución. Todo falló.
Los fríos europeos y la vida paupérrima, debido al escaso dinero de la beca, hacen que Gana enferme de tuberculosis y muera en el barco de regreso a Chile. Tenía 23 años. Su nombre se convirtió en leyenda y sólo dos de sus obras sobrevivieron. Una de ellas, nunca antes expuesta, protagoniza ahora la exposición Diecinueveinte, con la que el Museo de Bellas Artes renueva su colección permanente bajo la mirada de la curadora Soledad Novoa. "El eje de la muestra es la Academia y cómo algunos pintores adscribieron a ella y otros la rechazaron por completo. Además, quise poner en tensión grandes obras con otras más desconocidas de los mismos autores", dice Novoa.
Así, está Pedro Lira con el clásico cuadro La carta y al mismo tiempo, El niño enfermo, lienzo con el cual el pintor se acercó al retrato social y a los paradigmas modernos de la Generación del 13. En la misma línea se encuentra La perla del mercader, obra ícono de Alfredo Valenzuela Puelma, junto a Flores japonesas, donde el pintor rompe la composición tradicional y pinta un florero a ras de suelo, y de fondo se ven los detalles de bastidores y de lo que sería su propio taller.
A la pintura de Antonio Gana se le suman otras reivindicaciones, como las mujeres que a fines del siglo XIX pintaron a la par de los grandes maestros: Luisa Lastarria, las hermanas Mira y Celia Castro. "Figuraron en los salones de pintura y ganaron premios, pero a la hora de escribir la historia en los libros fueron olvidadas y consideradas sólo como aficionadas", dice la curadora.
Clara Filleul es un caso emblemático de la mala memoria que sufre el arte local. La artista llegó de Francia acompañando a Raymond Monvoisin, quien tendría gran éxito como retratista de la sociedad criolla, logrando instaurar un taller que funcionó como una verdadera industria de pintura. La alta demanda hizo que el francés se hiciese ayudar por Filleul para terminar sus obras. "Se dice que fueron amantes y que muchas veces Monvoisin esbozaba las figuras y Filleul las terminaba. Incluso en Lima hay obras firmadas por los dos. Acá expondremos retratos hechos por ella", señala Novoa.
La muestra incluye obras de Rugendas, Arturo Gordon, José Gil de Castro, el grupo Montparnasse y Virginio Arias, más conocido por sus esculturas. El recorrido salta al siglo XX, con obras experimentales de Guillermo Núñez, uno de los primeros en incluir serigrafía en la tela, del geométrico Ramón Vergara Grez y del surrealista Roberto Matta, quien rompería todos los esquemas del academicismo local y mundial.
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