www.emol.com
Sábado 16 de Julio del 2011
Homenaje También se presentan dos documentales, uno de ellos realizado el año pasado:
Tras la muerte del artista, la Corporación Cultural de Las Condes vuelve a montar, a partir del 16 de julio, parte de la muestra exhibida en 2005, a la que se incorporan veinte obras inéditas. Son dibujos y óleos de la primera etapa de Bravo (1951-1960), en su mayoría retratos.
Marilú Ortiz de Rozas
Consciente de que poseía un don, desde muy joven Claudio Bravo vivió para cultivarlo. "Las primeras obras suyas son muy interesantes, por cuanto demuestran el virtuosismo de Bravo como dibujante, a tan temprana edad", manifiesta Benjamín Lira, amigo cercano del artista. Ya en esa época, siendo estudiante, Bravo no tenía que pagar modelos; éstos le daban dinero a él. En su destino obró una mano que el artista siempre atribuyó a Dios.
Contaba él que fueron los sacerdotes del colegio San Ignacio los que descubrieron su talento plástico, pero cuando propusieron a su padre que le tomara clases con un maestro, éste se opuso rotundamente. Claudio (1936) era el segundo de los siete hermanos Bravo Camus. Sus padres vivían en un fundo en Melipilla, por lo que él, a los ocho años, fue internado con los jesuitas, en Alonso de Ovalle.
El prefecto, Francisco Dussuel, de porfía celestial, igual le financió clases con el maestro Miguel Venegas Cifuentes, recurriendo a los fondos de la congregación. Tras algunos meses, reunió sus mejores dibujos y volvió a visitar a Tomás Bravo Santibáñez, el recio progenitor de su protegido, quien, al verlos, pronunció la frase de la cual no pudo echar pie atrás. "Si Claudio dibujara así, por supuesto que le daría permiso". Como el padre Dussuel le reveló que el autor de dicha obra gráfica era su hijo, don Tomás tuvo que seguir pagando los cursos, y devolverle a Dussuel lo que invirtió en la formación del artista, que entonces tenía doce años.
Esta anécdota la narra el propio Claudio Bravo en el documental de Hugo Arévalo, "La Pupila del Alma", realizado en 1995. Será exhibido junto a la cinta que el francés Philippe Aubert realizó el año pasado en Marruecos sobre Bravo. En 26 minutos, el documental pasa revista a las casas de Bravo en Taroudant, Marrakech y Tánger y sugiere la impronta de la luz y de los objetos de arte tradicional marroquíes en las últimas obras de Bravo. Es una suerte de "testamento" del artista.
"Cualquier exposición en nuestra Corporación se hace por lo menos con dos años de anticipación; sin embargo la muerte de Claudio Bravo nos impulsó a volver a montar parte de la muestra que efectuamos aquí en 2005, incorporando obras inéditas", manifiesta Francisco Javier Court, director de la Corporación Cultural de Las Condes.
La veintena de obras nuevas, del total de sesenta, también pertenecen al período escogido (1951-1960) y lograron conseguirlas rápidamente porque ya tenían contacto con sus propietarios. "Gran parte de las obras estaban en poder de quienes tuvieron lazos de afecto con el pintor, ya que él era muy joven y en su mayoría son retratos", explica Fernando Moya, productor de la Corporación y parte del equipo curatorial, compuesto por él, Court y Paulina Paredes.
Del total de obras, aproximadamente cuarenta son dibujos, de distintos formatos, destacando un interesante "Autorretrato con figura"; y el resto son óleos, algunos ya conocidos, como el retrato de Héctor Noguera, su compañero de colegio, y otros también inéditos. "Son obras donde se puede apreciar el talento de Bravo en su etapa más pura, antes de su ingreso al mercado del arte internacional", precisa Court.
Los aclamados retratos
Bravo inauguró su primera exposición individual a los diecisiete años en "Sala Trece" (en la calle Tenderini), que fue un éxito de ventas. Bravo se define como un ser "ávido de cultura" y traba profundos lazos con el filósofo Luis Oyarzún, y el escritor Benjamín Subercaseaux, entre otros, que serían guías intelectuales para él. Al año de la primera muestra, expone nuevamente y vuelve a vender toda su producción, una tendencia que marcaría su trayectoria. "A partir de ese momento, su obra empezó a ser aplaudida por el público, ignorada por la mayor parte de los pintores y discutida por la crítica, un fenómeno que se repetirá a través del tiempo", escribe Sonia Quintana en el catálogo. Y cita a Héctor Noguera, quien explica que el éxito de ventas de Bravo provocó que su obra fuera considerada como decorativa y comercial. "Chile es un país de modas y en ese tiempo la moda era el arte abstracto, por lo tanto el resto no contaba y Claudio no se sumó a la mayoría", afirma Noguera.
Parte a Concepción en 1958, donde dejó un registro de la sociedad penquista, pues sus retratos eran ya altamente demandados. "El problema del retrato es que todo el mundo te los empieza a pedir y después no puedes hacer otra cosa sino eso", declara Bravo.
Tres años más tarde, emigra a Europa, instalándose en Madrid, subyugado ante el Padre Prado, como llama al Museo del Prado. Lo conmueve particularmente la obra de Velázquez. Tenía 24 años. "Él reconoce en su vida a dos maestros: a Miguel Venegas y al Museo del Prado; por eso lega a este último su colección de arte greco-romano", revela Francisco Javier Court, quien conoció a Bravo en Santiago, en 1977, y se sorprendió por sus cualidades en el plano humano.
En España, pronto su fama de retratista llega a las clases influyentes y Bravo inmortaliza hasta a la familia real. Sin embargo, ya empieza a desarrollar una obra propia, que exhibe con éxito en 1970, en Nueva York. Desde entonces, las figuras de sociedad se mutan en objetos de la vida cotidiana: bolsas de papel, madejas de lana, paquetes y cortinajes; en una factura pictórica en cierta forma emparentada metafóricamente con las Odas Elementales. Gustan. Sus precios se van a las nubes. En 1972 inicia su reclusión en Marruecos, tierra que lo acogió por 39 años, tan lejos de esos años chilenos, sólo hermanados por la cordillera de ambos paisajes.
"Claudio Bravo se va a Marruecos para escapar de los retratos y poder desarrollar su lenguaje, que descubrió en España. Fue un salto, un riesgo que corrió. Era un gran amante de la naturaleza y repartía su tiempo entre su taller y sus jardines. Muy trabajador, pintaba los 365 días del año", recuerda Benjamín Lira.
Lira piensa que a partir de la cotizada serie de "Paquetes", Bravo se desprende de una relación objetual y comienza a crear composiciones. "Se le inscribió dentro del hiperrealismo a raíz de su presentación de dos grandes dibujos en la Documenta de Kassel, en 1972, momento en que esta tendencia hacía furor, pero él no decía serlo y no creo que lo fuera".
José Vicente Gajardo fue invitado en 2009 a una residencia de tres meses en una de sus casas en Marruecos, para crear cuatro esculturas que Bravo donó a un hospital local que financió. "En ese entonces él estaba trabajando en una obra muy interesante, que parecía tridimensional, y consistía en motores". Gajardo es una de las personas que aportan una obra inédita para la muestra en la Corporación Cultural de Las Condes. "Es un dibujo en tinta china, fuera de lo común, que adquirí hace algunos años y que Claudio, cuando lo vio en mi taller, reconoció. Lo realizó a los dieciséis años".
Francisco José Folch, que también escribió un texto para el catálogo de la muestra, ahondando en el período en que el artista construyó su casa en Puerto Octay, subraya que Claudio Bravo, "sobre cuya obra han polemizado y polemizan admiradores y detractores, es alguien de quien es probable que se continúe escribiendo largamente".
---
http://www.latercera.com/
Claudio Bravo en Instituto Cultural de Las Condes
---
No hay comentarios:
Publicar un comentario