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sábado 3 de septiembre de 2011
En pleno campo, en medio de un paisaje en el que se imponen la cordillera, los viñedos y almendros se levanta este verdadero castillo construido íntegramente con piedra del lugar. Su dueño tardó siete años en terminarlo, y el decorador Francisco Monge dos en ambientar sus imponentes espacios con mobiliario compuesto por pocas pero importantes piezas.
Texto y producción, Beatriz Montero Ward, Fotografías, José Luis Rissetti
Desde la entrada al fundo El Peumo, ubicado en la comuna de Paine, se aprecia un orden riguroso. Todo luce impecable, desde los almendros que recién han empezado a florecer hasta los pequeños muros de piedra que cercan los distintos viñedos repartidos en estas 2.500 hectáreas que trepan hasta la cordillera. Si esto sorprende, más aún lo hace la casa, emplazada en un lugar con gran vista hacia los verdes cerros y rodeada de árboles nativos que han estado parados allí por años y que el propietario, con dedicación, se ha encargado de cuidar. Una construcción entera hecha en piedra, hasta con torre, que de inmediato trae a la memoria los castillos medievales de la región de Umbría o de la Toscana en Italia.
Y no por casualidad, porque a comienzos de la década de los 90, después de comprar el campo y de poner riego por goteo a los almendros existentes e iniciar un prolijo trabajo de limpieza, el dueño de estas tierras partió de viaje a Europa con su señora. Fue durante el recorrido por Italia, especialmente por Asís, que ambos se entusiasmaron con la idea de construir en el campo una casa entera de piedra. Un proyecto que, ya de regreso, pusieron en marcha con la ayuda del arquitecto Pablo Pelegrini. "Teníamos muy claro lo que queríamos, incluso que debía tener torreón. Así, no hubo problemas con el diseño. La dificultad era cómo trabajar la piedra", señala el propietario. Pero como los desafíos lo entusiasman no tuvo mayores conflictos en encontrar la forma, primero, para traer las piedras amarillentas y con musgo desde una ladera justo al frente, y segundo, para pegarlas. "Con los maestros desarrollamos aquí una tecnología con maicillo de un tono ocre, que trajimos del sector La Obra en Las Vizcachas", cuenta.
Así, lentamente, durante siete años, se fue armando esta verdadera fortaleza medieval de gruesos y altos muros, pisos de madera, toscas vigas y prolijas terminaciones, que dan cuenta del cariño y la dedicación que aquí pusieron sus propietarios. "Compraba todos los cachureos que me ofrecían porque sabía que en algún momento me iban a servir. Por ejemplo, las vigas de pino Oregón del living, comedor y terraza eran del puerto de Caldera; el piso de lingue de esos mismos estares proviene de una lechería que se desarmó en el sur, y el mañío que está en la pieza de visitas lo encontré en una casa que estaban demoliendo.", dice.
Nada desentona aquí con esa estética medieval de la arquitectura en piedra. Todo sigue la misma línea, desde los enchufes y sanitarios hasta las rejas, faroles y cerraduras. Así, los baños tienen tinas con patas y lavatorios con diseños antiguos de factura inglesa, y la cocina -el lugar favorito del dueño de casa- un artefacto a leña y otro a gas pero con un look de hace más de cien años. El refrigerador, de última generación, se esconde tras un par de puertas de madera, igual a esas que tenían las heladeras de las viejas carnicerías de barrio. "Son detalles menores, pero que no dejan de dar un toque", reflexiona el propietario.
Cuando ya estaba casi terminada, este matrimonio con cuatro hijos le pidió a Francisco Monge que le ayudara a ambientar los distintos espacios. "Porque había que ver qué se les ponía adentro", dice el decorador. Y agrega que a pesar de las grandes proporciones y de la monumentalidad de los recintos no fue difícil lograr que fueran acogedores. "Fue un proyecto que se realizó con calma, como deben hacerse las cosas para que salgan bien", puntualiza. Así, lo primero que hizo junto a los dueños de casa fue viajar a Buenos Aires a comprar un par de piezas importantes, esas que son clave y sirven de base para armar un buen conjunto, como las dos tapicerías, el facistol (atril de iglesia destinado a apoyar los libros corales), un par de sitiales para el hall de entrada y un arcón gótico. Pero también en ese viaje Monge sacó la idea de la lámpara del comedor, que terminó haciéndola él, en fierro con lámina de oro y con los escudos de los distintos reyes franceses.
"En la severidad de esta arquitectura bastan dos o tres objetos importantes para que la cosa se arme. Porque la nobleza de la piedra y de las maderas ya son un ingrediente ganado", afirma Monge. Por eso para el comedor bastó una mesa generosa y un conjunto de sillas con asiento y respaldo de cuero repujado que hizo aquí un maestro artesano, y para el living, una larga banca parecida a esas antiguas de campo, además de un par de confortables y un gran baúl de mesa de centro.
Para los dormitorios, en cambio, reprodujo distintos modelos de camas chilenas con reminiscencias inglesas y norteamericanas. Son versiones de campo, que tienen algo de Federal, de Sheraton, pero más exagerado. "Hacer todo este mobiliario fue un trabajo grande y de mucho detalle, que estuvo siempre en manos de Ana Cazorla de nuestra oficina", explica Monge.
El jardín es un tema aparte. Fue hecho por la propia dueña de casa, quien quiso mantener los árboles nativos e incluyó boj, algunas flores y elementos decorativos propios de un parque, como tinajas antiguas, macetas y un par de pozos de agua que compraron en Buenos Aires.
"Le digo a esto el condado de Peumo y aquí soy el rey; mi señora es la reina y mis hijas las princesas. De verdad que este lugar es de otro mundo", dice con mucho humor el dueño de casa.
Texto y producción, Beatriz Montero Ward, Fotografías, José Luis Rissetti.
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