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sábado 24 de diciembre de 2011
V/D
Aunque los cuatro volúmenes que componen esta casa del fundo Los Olmos del Huique son de distintas épocas y materialidades, conforman un conjunto armónico, muy encantador y con personalidad propia. Sus dueños, Gabriela Errázuriz y Andrés Balmaceda, la han complementado con un cuidado parque e interiores decorados con muebles heredados o hechos por sus antepasados.
Texto, Jimena Silva Cubillos Producción, Paula Fernández T.
Fotografías, José Luis Rissetti
1En la galería, la puerta de la iglesia San Miguel del Huique que compraron en un remate. Las campanas se ocuparon antiguamente en el mismo campo.
2Al fondo de este camino definido por arces destaca una tinaja entre hortensias de los más variados tonos.
3El ropero también es antiguo pero comprado por los dueños de casa en una venta particular en Providencia.
4Esta porcelana francesa reemplazó la loza que se quebró con el terremoto.
5Además de nenúfares y papiros, en la laguna hay patos malares que se han reproducido muy bien.
6El comedor de diario lo decoraron con un retrato del presidente José Manuel Balmaceda, ilustraciones campestres y una lámpara de pasillo que era de Olivia Grez.
7Bárbara Fernández y Javier Baeza armaron esta terraza con muebles hechos con maderas recicladas.
8Una de las terrazas, que cuenta con horno de barro, está decorada con una colección de lámparas a parafina.
9En el patio de servicio guardan los canastos que usan para cosechar frutas del fundo Los Olmos del Huique.
10La mesa de juegos está rodeada por sillas de estilo francés que aún conservan su tapiz original. Andrés las heredó de sus padres.
11 A comienzos de año terminaron de reconstruir este volumen que sirve como departamento para uno de los hijos casados.
12Sobre el sillón que perteneció a la casa patronal, hay un autorretrato de Andrés Balmaceda Bello con su hijo Diego.
13El papel mural que el matrimonio compró en un local de Irarrázaval le da un carácter especial a esta pieza amoblada con un tocador y una cama de bronce.
El terremoto de 2010 sorprendió a Gabriela Errázuriz y Andrés Balmaceda solos en su casa del fundo Los Olmos del Huique, en pleno valle de Colchagua. "Si me lo hubiesen contado no lo creería, pero fue tal la fuerza del movimiento que terminamos tirados en el piso, varias de las paredes se cayeron y había restos de abobe y polvo por todos lados. Siempre agradezco que los hijos y los nietos no estuvieran ahí esa noche", recuerda Gabriela, quien sueña con volver a ver en pie esa casa de 1905 que permanece apuntalada con pilares. "El próximo año, sin falta, comenzamos a reconstruirla", indica su marido, el arquitecto Andrés Balmaceda Hurtado.
"Tendrá otra materialidad; hay que ser racional y no tan emocional. El adobe es signo de un mundo que ya se fue, es anacrónico. Se usó en un momento de la historia porque era lo que los agricultores tenían más a mano. En todos los campos había tierra, paja de trigo y caballos para revolver el barro, pero ahora no tiene sentido construir con ese material porque es muy caro y riesgoso hacerlo; no existe compañía que asegure una propiedad de adobe. Pese a que hace algunos años habíamos reforzado y ampliado la casa, prácticamente se nos cayó encima. No tiene sentido insistir porque se puede lograr la misma estética, el mismo encanto y el mismo espíritu con un material más contemporáneo y duradero como la albañilería", explica Andrés, quien a poca distancia de ese discreto volumen -que originalmente perteneció al profesor de la escuela del fundo- proyectó una galería que en el momento del terremoto estaba en obra gruesa, y que pronto permitirá unir la casa con la cocina, que se encuentra en una construcción independiente.
Aunque ellos pensaban hacer de la galería un gran estar de campo para jugar y sobre todo para cobijarse del frío en invierno, la emergencia los forzó a utilizarla provisoriamente como bodega para guardar los muebles y objetos que lograron rescatar de entre los escombros. Hoy este volumen de hormigón pintado amarillo claro por fuera y blanco por dentro, con numerosas puertas vidriadas, cielos forrados en madera y techo de zinc pintado verde, no sólo acoge las principales áreas de estar, sino también un escritorio y una cama para alguno de los hijos. No es un espacio tradicional, sino uno muy alargado, sin tabiques ni divisiones estructurales, parecido a un enorme vagón de tren, donde dialogan distintos ambientes que permiten a Gabriela y Andrés compartir en forma cómoda y fluida con sus cinco hijos, dos nueras y cinco nietas cuando logran reunirse todos.
Durante algunos meses tuvieron que ubicar ahí, frente a un gran ventanal, su cama, lo que les permitió disfrutar del parque, lugar en el que abundan robles americanos, alcornoques, acacios, arces, alcanfores, crespones, diamelos y un par de magnolios. Lo negativo es que tenían que caminar varios metros a la intemperie para ir al único baño que quedó en condiciones de ser utilizado. "No queríamos pasar un segundo invierno así; por eso nos apuramos en arreglar el otro módulo de habitaciones que también quedó en pésimo estado", dice Andrés, haciendo alusión al cuarto volumen que completa la propiedad que Gabriela heredó de su padre Jorge Errázuriz Echenique, y que hace un par de meses terminaron de restaurar incorporando muros de albañilería.
"Aún vivimos en Santiago, pero mis raíces están en este lugar. Hay una casa patronal que perteneció a mis bisabuelos, después a mi abuela y luego a mi papá, quien a mediados de los setenta murió en París siendo embajador. Como soy la hermana mayor y la única que entonces estaba casada, quedé a cargo de la casona, aunque varios años después nos dividimos la propiedad entre los cuatro hermanos Errázuriz Grez", recuerda Gabriela, quien cedió la casa patronal a sus hermanos y escogió quedarse con un pedazo de tierra que incluía la antigua casa del profesor y otro volumen mucho más pequeño que servía como cocina y bodega de la escuela. "Era un potrero de maíz con dos construcciones aisladas. En un tablero empezamos a dibujar el parque, contemplando una laguna, y recién como a los tres años, a fines de los noventa, arreglamos el volumen principal", recuerda Andrés, quien a continuación transformó el otro en una especie de departamento con dos piezas, un baño y una galería techada para uno de sus hijos casados. "Hemos ido arreglando y ampliando muy de a poco, con harto cariño y dedicación. Todas las plantas y árboles del parque las produjimos aquí mismo, en un vivero que armamos especialmente. Sólo las palmeras que están en el acceso las trasladamos con bulldozer", detalla Andrés, quien es uno de los directores de la Corporación de Patrimonio de Colchagua.
Al momento de decorar, esta pareja que pronto celebrará cuarenta años de matrimonio prefirió hacerlo sólo con elementos de fuerte carga histórica y otros heredados que ya ni recuerdan hace cuánto tiempo los acompañan. Destacan la delicada puerta de acceso a la galería, que era de la iglesia San Miguel del Huique que se cayó con el terremoto del 85, y varios muebles que fueron hechos por Andrés Balmaceda Bello, abuelo de Andrés, quien fue mueblista, arquitecto y pintor, o de su madre, Verónica Hurtado de Balmaceda, quien talló lámparas y repisas en madera, además de bordar algunos tapices. "También hay piezas de mobiliario que eran de Olivia Grez, mi mamá; Gabriela Echenique, mi abuela; y de Isidora Zegers, mi bisabuela", dice la dueña de casa, quien en uno de los muros de la galería atesora un plano antiguo del fundo y fotos que registran su paso como alcaldesa de Palmilla, cargo que ejerció a comienzos de los noventa. En otra pared colgó fotos relacionadas con la historia política de los Balmaceda y un par de obras pintadas por el abuelo de Andrés, entre las que se cuenta un retrato del ex presidente José Manuel Balmaceda, su tío bisabuelo. "Más que muebles antiguos reunimos cosas de distintas generaciones de nuestras familias; lo importante es que tienen un significado especial y más de una historia por contar".
Texto, Jimena Silva Cubillos Producción, Paula Fernández T. Fotografías, José Luis Rissetti.
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