sábado 31 de diciembre de 2011
Juan Fernández no sólo representa para el arquitecto Mathias Klotz el terrible recuerdo del accidente aéreo de septiembre pasado, en el que murieron varios de sus amigos. A tres kilómetros al este de San Juan Bautista se encuentra Crusoe Island Lodge, proyecto hotelero que lo ha tenido ocupado desde que se enamorara del lugar cuando lo visitó post tsunami.
Texto, Jimena Silva Cubillos
Fotografías, Guy Wenborne
De no ser por el tsunami de febrero de 2010, Mathias Klotz, Cristián Concha y Cristián Goldberg no se hubieran convertido en dueños del Crusoe Island Lodge, uno de los pocos hoteles que hoy opera en la isla Robinson Crusoe, en el archipiélago de Juan Fernández. Arquitecto el primero e ingenieros los dos últimos, se conocieron en ese paradisíaco lugar en abril del año pasado, cuando asistieron a la inauguración de la escuela modular, edificada tras la gestión del grupo Desafío Levantemos Chile, entidad en la que colaboran de manera activa. Goldberg y Concha participaron directamente en esa obra, pues además son socios de Tecno Fast, firma especialista en construcciones modulares, mientras que Klotz es un nombre conocido en la arquitectura y también ha tenido un rol importante en materia de reconstrucción post terremoto y tsunami, a través del diseño de locales comerciales y casas en distintos puntos de Chile.
Fue Mathias Klotz quien volvió dos semanas después con la misión de buscar un sitio para desarrollar juntos un proyecto hotelero a orillas del mar. "Vi algunos en el pueblo y también una concesión marítima en un terreno vecino a este hotel -llamado El Pangal, hoy rebautizado como Crusoe Island Lodge-, con un frente maravilloso. Presentamos la solicitud pero en cuanto me contaron que la antigua hostería Pangal estaba a la venta, decidimos comprarla para probar si funciona la idea de montar una operación turística de alto nivel en una isla que tiene problemas de conectividad y muy poca mano de obra", explica el arquitecto y decano de la Facultad de Arquitectura, Arte y Diseño de la Universidad Diego Portales.
Rápidamente contactaron a Carlos Griffin y Michelangelo Trezza, dueño y arrendatario de esa otra concesión marítima y, pese al aislamiento, en seis meses reacondicionaron la propiedad ubicada a tres kilómetros de San Juan Bautista, el único lugar habitado de la isla Robinson Crusoe. "No sé cómo hizo Griffin para levantar la hostería hace más de cuarenta años si allá hasta contar con una caja de clavos es un hazaña. Tuvimos que trasladar los materiales y organizar cuatro expediciones de maestros para la obra", agrega Klotz, quien estaba en la isla cuando ocurrió el accidente aéreo de septiembre pasado. "Fue algo horrible que generó mucho impacto. Todos nos concentramos en eso y se dilató un poco la puesta en marcha del lodge".
Edificada a casi 30 metros sobre el nivel del mar, en la bahía Pangal, ésta fue una de las escasas construcciones que no se llevó el tsunami que devastó al poblado emplazado en la bahía de Cumberland. Por fortuna, no fue objeto de las olas de quince metros de altura. "No obstante el hotel era un desastre. Acusaba el paso de los años y la falta de mantención", dice Klotz. "Esto partió porque pese a que la isla estaba en muy malas condiciones, todos nos enamoramos de ella. Es un destino único, y aún muy poco explotado. Hemos involucrado mucho sentimiento en este proyecto; comprar la concesión y reacondicionar el hotel es otra forma de ayudar en la reconstrucción. Además, creemos que hay que hacer cosas en el rubro del turismo para que Chile tenga patria", sostiene Concha.
A juicio de Klotz se trata de un edificio bonito, bastante simple y esencial, hecho en madera de pino -"probablemente de la misma isla"-, sobre zócalos de piedra. Data de fines de los ´60, tiene 1.200 m² y está compuesto por dos volúmenes de marcada horizontalidad, lo que le confiere al inmueble una imagen media wrightiana. "Tenía una ampliación reciente muy mal hecha, que parecía un parche. De hecho estaba habilitada en forma parcial porque quedó a medio terminar. Lo que hicimos fue hermanar el hotel en cuanto a arquitectura, restaurando lo que tenía valor y rehaciendo lo que estaba dañado", sintetiza el arquitecto. Así, por ejemplo, tanto en el interior como el exterior recuperaron e impregnaron las maderas, y rehicieron la cocina, considerando una ampliación para contar con área de lavandería y comedor, baño y lockers para el personal. "Era un modelo hotelero antiguo que no contemplaba buenas áreas de servicios para sus trabajadores ni ricas camas para los huéspedes porque se manejaba como una casa grande que recibía visitas regularmente", explica el empresario Cristián Concha.
Según comentan los socios, este proyecto ha resultado más complicado y caro de lo que pensaban. "Seguro nos habría salido mucho más barato hacer un hotel nuevo porque hemos invertido bastante en arreglarlo y modernizarlo, sobre todo en asuntos funcionales. Tuvimos que hacer una línea de tres kilómetros para conectarnos al sistema eléctrico del pueblo, ya que la hostería operaba con generador propio, e instalamos termos eléctricos en reemplazo del único cálefon que temperaba el agua de toda la propiedad". Del mismo modo, para aumentar la seguridad y reducir los tiempos de traslado de los pasajeros entre el aeródromo y el hotel, compraron dos embarcaciones zodiac que reemplazaron a los tradicionales pero rudimentarios botes de pescadores.
Tomando en cuenta que en la sencillez de sus formas y materiales originales radica el encanto de esta propiedad, al momento de decorar el Crusoe Island Lodge los socios acordaron no alterar esa esencia ni saturar los espacios. Mathias Klotz dio las directrices a las arquitectas Carolina Del Campo y Nicole Labbé, y ellas se encargaron de la ambientación. "Querían algo sencillo, práctico y con cierto grado de diseño. Faltaban los elementos intermedios entre el edificio y los muebles, pero lo cierto es que tampoco había que inventar la pólvora porque este es un lodge en un lugar remoto y no un hotel de lujo", explica Carolina, quien junto a Nicole, básicamente escogió lámparas Tolomeo, cojines de lino y pieceras de lana de oveja de Contacto Andes para las quince habitaciones, "peras" De Waco Mimbre para las terrazas y cerámicas en gres de Lise Moller como parte de la vajilla y de los accesorios de baños.
El estar comedor, donde Mathias Klotz ya había puesto sillones y sofás de fibras naturales de Saccaro, lo complementaron con sillas y bancas hechas en madera y cuero que datan de los primeros años del Pangal. "Hicimos el ejercicio de reciclar elementos que estaban en el hotel porque eso le da una carga especial a los ambientes. Por lo general trabajamos así porque el borrón y cuenta nueva deja sin historia a las lugares", acota Nicole Labbé.
Texto, Jimena Silva Cubillos Fotografías, Guy Wenborne.
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