lunes, 9 de abril de 2012

Al rescate de la Casa de Los Diez

LA TERCERA EDICION IMPRESA |
sábado 07 de abril de 2012

Fue sede del grupo de Los Diez a comienzos del siglo XX. Hoy, los bisnietos del escritor Pedro Prado quieren transformar la casona de calle Santa Rosa en un centro cultural.
por Vadim Vidal

A mediados de abril, Pedro y Hernán Maino, bisnietos del premio nacional de Literatura Pedro Prado -uno de los miembros del grupo de Los Diez-, pretenden comprar la casa, emplazada en la esquina de Santa Rosa con Tarapacá, que alojó a esa cofradía vanguardista de comienzos del siglo XX. El propósito es convertirla en un centro cultural que rescate el legado de la agrupación artística y un espacio en el que coexistan, por ejemplo, una biblioteca o una galería de arte con un restaurante.

Eduardo García Powditch, uno de sus actuales propietarios, cuenta que desde que la pusieron en venta el 2000, nunca les ha llegado una propuesta formal para la casona. Por eso, el proyecto los tiene entusiasmados.

El grupo de Los Diez en verdad eran 12. Su nombre nace de una anécdota, cuando en 1914 el arquitecto Julio Bertrand le preguntó al escritor Pedro Prado cuántas personas habría en Santiago con su misma energía creativa, a lo que el autor de Alsino y Un juez rural contesto: "Buscando, debe haber ¿unas 10?", la respuesta de su colega fue: "Pues quiero conocerlos". Entre quienes participaron de la cofradía destacaron el pintor Juan Francisco González y los escritores Eduardo Barrios, Augusto D'Halmar y el mismo Prado, quienes llegarían a ser premios nacionales en sus respectivas disciplinas.

La casa se construyó en 1850. Estuvo a punto de ser expropiada, fue declarada Monumento Histórico en 1997 y lleva 12 años a la venta sin ofertas de compra.
La idea de transformarla en centro cultural se venía fraguando desde antes, pero tomó mayor fuerza el 16 de diciembre de 2010, cuando los primos Pedro y Hernán Maino lanzaron las obras completas del Pedro Prado. La ceremonia se realizó precisamente en la casona de Santa Rosa, la misma que, pese a su deterioro, aguantó en buen pie el terremoto del 27 de febrero.

Esa primera ceremonia en la casa que albergó desde 1922 a la agrupación de escritores, pintores, escultores y arquitectos, formaba parte de un plan mayor: editar la obra de cada uno de los componentes del grupo por la editorial Origo, propiedad de los Maino, y crear una fundación que se hiciera cargo de la edificación.

El primero de los pasos ya lo dieron. Tienen en imprenta la obra reunida del poeta Manuel Magallanes Moure y preparan la del pintor Juan Francisco González. Para conseguir la segunda meta crearon a fines de 2011 la Fundación Pedro Prado.

"Estamos ordenando nuestra propuesta, para hacérselas llegar a los dueños. La idea es convertir la casa en un centro cultural, pero aún no definimos el giro comercial", señala Pedro Maino.

"Cuesta mucho mantener un monumento histórico. No se pagan imposiciones, pero tampoco hay un apoyo del Estado para su conservación. La idea nuestra es que mantenga su espíritu original, que sea algo cultural, que no le pase lo que a otros monumentos que terminan transformándose en lugares comerciales", señala Eduardo García Powditch.

Su construcción neocolonial, en adobe y con techo de teja, la hace parecer más antigua de lo que es, pero data de la segunda mitad del siglo XIX. En 1922 fue comprada por el arquitecto Fernando Tupper Tocornal, quien invitaría a sus amigos, el escultor Alberto Ried y el pintor Julio Ortiz de Zárate, para que le ayudaran a refaccionarla.

Ambos artistas pertenecían al grupo de Los Diez, quienes entre 1915 y 1918 revolucionaron la europeizada cultura capitalina. El ideario de la agrupación era rescatar lo nacional en distintas disciplinas. En ese sentido el carácter neocolonial de la casa de Santa Rosa fue ideal para revalorizar la arquitectura tradicional chilena.

Las modificaciones fueron hechas entre 1922 y 1924, entre las que se contaron la construcción de un segundo piso y una torre de 19 metros, la que denominaron "el faro espiritual", que estaba pensada para levantarse en el balneario de Las Cruces, pero que encontró su lugar en el centro de Santiago.

Las ornamentaciones de las 10 columnas interiores -que representan a los integrantes del grupo- fueron hechas por Alberto Ried, y el portal de piedra de la entrada fue esculpido por Ortiz de Zárate, quien, además, talló la puerta en madera de cedro.

Las mejoras eran financiadas por su dueño, Francisco Tupper, quien vendió la casa para no caer en bancarrota. El interesado fue Alfredo García Burr, un excéntrico anticuario y coleccionista, quien la compró con un crédito del Banco de Chile en 1927.

Durante décadas, García Burr y sus ocho hijos vivieron en el primer piso. Eduardo García Powditch fue uno de ellos. "Entre todos se la compramos a mi padre en 1979, tres años antes de que muriera", recuerda. Desde entonces los hermanos han tenido que hacer frente a órdenes de expropiación para el ensanche de Tarapacá y la hostilidad de los empresarios que quieren ver caer la casa para poder levantar torres de departamentos.

"Antes de vendérsela a mi padre -cuenta García-, don Francisco Tupper le contó que una noche de tormenta se subió hasta la torre y se asomó por uno de los ventanales para sentir la fuerza del viento y la lluvia, y se vio a sí mismo como un capitán guiando su barco en una tempestad, entonces le dijo: "Con eso, me sentí pagado de todo lo que he gastado y padecido con la casa".

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