Cuatro construcciones patrimoniales pertenecientes al
Servicio Nacional de Salud cuentan la historia de Chile desde la enfermedad.
Los hospitales San José y El Salvador; la capilla del lazareto San Vicente de
Paul, y el Pabellón Errázuriz del San Borja Arriarán, son la positiva herencia
de un siglo marcado por pestes y epidemias.
TEXTO, PAULA DONOSO BARROS | FOTOGRAFÍAS, VIVIANA MORALES
R. A mediados del siglo XIX era habitual
que cada tres o cuatro años una epidemia de viruela, de tuberculosis o cólera
dejara estragos. Sobre todo en Santiago donde en años marcados por una fuerte
migración rural la precariedad de ranchos y conventillos, la falta de
alcantarillados y el hacinamiento fueron campo propicio para que las pestes
corrieran con la rapidez de una hojita por un reguero. La capital llegó a tener
expectativas de vida que no superaban los treinta años, y en los momentos más
álgidos de algunas epidemias, ocho de cada diez niños no llegaron a convertirse
en adultos.
Eran los años de los lazaretos, instalaciones con cuidados
médicos básicos donde los infectados eran llevados la mayor parte de las veces
sólo para morir; un lugar donde recluirlos y evitar con ello que el mal
siguiera corriendo de casa en casa. Así nació a mediados del 1800 el Lazareto de
El Salvador, una construcción precaria en un terreno donado por el Cementerio
General, que incluso deslindaba con sus patios. Sobre esta base fueron los
arquitectos Henri Villanueve y William Sullivan quienes dieron forma al
hospital San José, con una arquitectura de aire colonial, con salas asoleadas y
ya preocupadas de entregar una buena ventilación, que además incluyó una
pequeña capilla con altar de mármol y vitrales de colores.
El hospital, que debió funcionar antes de estar terminado
cuando arreció la epidemia de tuberculosis en 1872, estuvo en servicio más de
120 años, hasta su cierre en 1999 para trasladarse, justo al frente, a una
nueva construcción. Sus viejas bodegas se llenaron de camas, veladores y
armarios en desuso, y el edificio se vio trastocado en locación para "El
juego del Miedo", un reality televisivo que quiso aprovechar sus historias
lúgubres. El San José, donde hoy están las oficinas de la Unidad de Patrimonio
Cultural de la Salud ,
se salvó de la demolición gracias a su declaratoria de Monumento Nacional, y
vive una segunda vida como Centro Cultural, lugar de consulta de medicinas
alternativas, de charlas comunitarias, que también ofrece salas en arriendo
para conferencias y encuentros.
El año 1872 marcó un hito de la historia de la medicina
chilena. La viruela y la tuberculosis se hicieron sentir con violencia ese año
y para el gobierno de Federico Errázuriz Zañartu se hizo urgente levantar un
nuevo lazareto, el San Vicente de Paul, y un hospital para enfermos comunes, el
del Salvador. El San Vicente, que se construyó con los planos del arquitecto
italiano Eusebio Chelli, en su historia no sólo fue lugar de atención para los
heridos de la Guerra
del Pacífico, de la
Revolución del 91, y para el cuidado de enfermos de cólera,
sino que se convirtió en el primer Hospital Clínico de la Universidad de Chile
hasta su demolición, en 1952, cuando la modernidad del J.J. Aguirre llegó a
reemplazarlo. En mitad del nuevo complejo, lo único que queda es la capilla del
San Vicente. Una construcción muy bien conservada, con planta de cruz latina y
torre cuadrada. Con dos bóvedas y dos coros con barandas de madera desde donde
se pueden apreciar con detalle los vitrales de dibujos geométricos y la pintura
de sus muros.
En paralelo, en 1873, con planos de Ricardo Brown, se
iniciaba la construcción del Hospital Del Salvador. Con Guerra del Pacífico de
por medio se fue haciendo por partes y con largas interrupciones hasta ser
finalmente concluido en 1905. Hoy, de la enorme trama de pabellones separados
por patios y unidos por corredores con baldosas de colores, son Monumento su
fachada neoclásica, el núcleo central, la capilla y el segundo patio, un
espacio de árboles centenarios que guarda una gruta de Lourdes con una imagen
antiquísima. En este último, perteneciente a la comunidad de Hermanas de la Caridad de San Vicente de
Paul, viven diez monjas que dedican su día al acompañamiento de enfermos.
También están a cargo de la capilla que diseñó, alrededor de 1900, una
religiosa francesa de la misma congregación. Ella fue quien le dio una
imponente cúpula metálica y envigados de pino Oregón. Según sus indicaciones
llegaron de Francia la madera del piso, los vitrales y las estufas que siguen
acogiendo la misa de las siete y media de la mañana, todos los días.
De los cuatro patrimonios hospitalarios de Santiago, el
contrasentido es que el más nuevo, el Pabellón Errázuriz en el complejo San
Borja Arriarán, sea el más dañado. Su inauguración en 1925 trajo consigo la
innovación en conceptos de asepsia y aislamiento de enfermos. Según el diseño
de Emilio Jécquier, el edificio de tres pisos, con estructura de albañilería y
hormigón armado, se pensó para evitar la propagación de las enfermedades al
ubicar pabellones de atención en pisos diferentes y con entradas independientes.
En 1963, el que fuera el segundo hospital infantil del país, se convirtió en
escenario de una tremenda tragedia cuando la explosión de un gas usado en
anestesia, mató a dos niños y cuatro médicos. El Errázuriz, con arquitectura
ecléctica, en la que según la declaratoria patrimonial se superponen estilos
Normando, Neoclásico Palladiano y Románico, es el mayor de un grupo de cinco
pabellones de menor envergadura que se ordenan en torno a una plazoleta
interior. Sus jardines todavía muestran algo del esmero con que alguna vez se
mantuvieron, con accesos con balaustradas, palmeras y buganvilias, dispuestas
para que los pacientes las recorrieran en beneficio de su recuperación. Pero
todo quedó vacío el 27 de febrero cuando en medio de la noche debieron evacuar.
Desde entonces, uno de los más bullentes centros hospitalarios de Santiago pasó
a engrosar las filas de patrimonio en espera de restauración.
TEXTO, PAULA DONOSO BARROS | FOTOGRAFÍAS, VIVIANA MORALES R..
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