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ARTES Y LETRAS
Ciudad En el cumpleaños 470 de la capital:
Los renovados latidos de la Chimba, uno de los barrios más emblemáticos de Santiago
Por sus tierras entró Pedro de Valdivia y confluyó la religiosidad y la diversión popular. Mientras se debate entre la renovación y el anquilosamiento, la literatura, la artesanía y los proyectos urbanos le siguen inyectando combustible a un espacio fundamental, pero alicaído, en la historia de Santiago.
Patricio Contreras Vásquez
A 470 años de la fundación de Santiago, las sombras, mitos y glorias de La Chimba, su primer barrio, siguen palpitando. Distintas continuidades aún son notorias: el tránsito a los camposantos, la arquitectura religiosa, el surtido de sus mercados. Pero también hay transformaciones, como la vorágine inmobiliaria que velozmente erige torres residenciales.
Vicente Pérez Rosales solía pelear con chimberos, "a punta de pedradas y puñetes".
En noviembre de 2010, Bernardita Eltit, Ariadna Biotti y Javiera Ruiz reeditaron "La Cañadilla de Santiago. Su historia y sus tradiciones. 1541-1887", de Justo Abel Rosales, un autodidacta que a fines del siglo XIX pretendió recuperar "la verdad" de este lugar, omitida, a su juicio, por historiadores como Barros Arana o Vicuña Mackenna.
"Rosales en ningún momento hace una reivindicación popular del sector", explica Javiera Ruiz. "Él cree que no se le ha dado la importancia correspondiente, pues La Chimba ha estado muy relacionada con la política, con la religiosidad, con la formación de la élite de Santiago".
La reedición del texto de Rosales, la renovación urbana del barrio Recoleta, la producción literaria y la artesanía del sector (ver recuadros) revalorizan el estatus simbólico y geográfico de La Chimba, la ruta de entrada y salida al casco histórico, y que aún busca despercudirse de las miradas decadentes sobre su pasado, presente y futuro.
Los extramuros de la urbe
El camino se llamaba "del Inca" o "de chille" y por ahí entró Pedro de Valdivia al valle del Mapocho. Es la vía más antigua del país, luego llamada Cañadilla y después avenida Independencia. Desde ahí Valdivia decidió fundar Santiago a los pies del cerro Santa Lucía. El alarife Pedro de Gamboa trazó la cuadrícula de la nueva ciudad.
Al otro lado del río -ese es el significado de la palabra "chimba", que viene de la voz quechua chimpa - no se pensó geométricamente: en medio de la irregularidad se instalaron indígenas en míseros rancheríos, mientras que españoles pobres oficiaron de talabarteros. Solo algunos ilustres, como Valdivia, se adueñaron de las chacras.
Sus límites eran difusos: el cerro San Cristóbal era el linde oriente; la Cañadilla lo era por el poniente; y hacia el norte llegaba hasta el Cerro Blanco, aunque igual se extendía desprejuiciadamente hasta la actual comuna de Huechuraba. Desde entonces, La Chimba fue el barrio "ultra-Mapocho", los extramuros de la urbe, el fin de la civilización y el comienzo del descampado.
Barrio de obispos
El centro histórico siempre estuvo desacoplado de La Chimba, donde comenzarían a proliferar lupanares, tugurios de escasa reputación y salteadores desvergonzados. Justo Abel Rosales recuerda al criminal Pascual Liberona, "a veces sanguinario por gusto y vil asesino por costumbre".
Sin embargo, esa tierra dislocada fue también un núcleo religioso. Rosales decía que si el centro de Santiago era el barrio de los presidentes, La Chimba lo era de los obispos. En descargo de sus culpas, Inés de Suárez construyó una capilla a los pies del Cerro Blanco; ahora en ese lugar se encuentra la Iglesia La Viñita, Monumento Nacional. En 1645, un acaudalado matrimonio chimbero, Nicolás García y María Ferreira, decidió fundar un convento de recoletos franciscanos, esperando acortar "su camino para llegar al cielo". Un siglo después llegarían las Carmelitas, y entre 1853 y 1892 se construiría la Recoleta Dominica, un ícono del paisaje urbano.
Un puente testigo
Para enlazar los márgenes del río, a fines del siglo XVIII el Cabildo planificó la construcción del Puente Calicanto. El Corregidor Luis Manuel de Zañartu se hizo cargo de la obra -diseñada por el ingeniero militar José Antonio Birt-, recurriendo al trabajo de los presidiarios de Santiago, pero también recogiendo a vagos y "mal entretenidos" que componían la "indómita ratería" santiaguina.
Los habitantes de la ribera norte y la ribera sur, cuenta José Zapiola en sus "Recuerdos de treinta años" (1872), solían enfrascarse en guerras de piedras a tres cuadras de Calicanto; sólo "las buenas aceitunas y su indispensable compañera, la chicha" distraían a los beligerantes. Vicente Pérez Rosales también recordó sus peleas con "chimberos" en los márgenes del río, "a punta de pedradas y de puñetes".
Durante el siglo XIX el puente fue mudo testigo de la gesta emancipadora, de los gobiernos conservadores, de los conatos revolucionarios. En 1888, el ingeniero Valentín Martínez emprendió trabajos de canalización del Mapocho que socavaron algunos cimientos del puente; un devastador temporal debilitó su estructura y quedó cortado. Luego se tomó la decisión de demolerlo. Rosales fue testigo de estos hechos, descritos en "Historia y tradiciones del Puente de Cal y Canto": "No quedó un diario que no lamentara ese suceso. 'El Estandarte Católico' y el 'Taller Ilustrado' tocaron el punto editorialmente, echando pestes contra el ingeniero y el Gobierno. Nadie tenía calma para tratar este asunto".
Javiera Ruiz cree que para Rosales esta medida marcó una fractura insoslayable con el pasado colonial. "Él ve cómo se terminan ciertas cosas. 'La Cañadilla...' es un intento por rescatar cosas que en el futuro se pueden perder; un intento de mostrar un Santiago que se está olvidando".
Sudor de espontaneidad
A comienzos del siglo XX, los rancheríos y tugurios coloniales darían paso a conventillos y habitáculos marcados por el hacinamiento. En 1902 se inauguró el Instituto de Higiene; en 1916 se concluyeron los galpones de la Vega Central. Pero La Chimba seguía siendo periferia. En "Santiago de Chile. Origen de los nombres de sus calles" (1904), Luis Thayer Ojeda sólo realizó una breve mención de las arterias al norte del Mapocho: Independencia, Recoleta, Bellavista. El grueso de su investigación se centró en el abolengo del casco histórico, colmado de virtuosismo republicano.
La Chimba, en cambio, exuda espontaneidad. "Lo religioso, lo comercial y lo popular todavía son cosas muy marcadas en el barrio", dice Javiera Ruiz. Ahí está la Vega Central, la Pérgola de las Flores, Patronato, el Hipódromo, la Recoleta Dominica, los cementerios. Rubén Darío se internó en sus callejuelas y en una de sus casas pintó Camilo Mori. Paulatinamente arribaron los precursores del comercio. En 1948 se instaló el primer negocio de una familia árabe en calle Patronato. Paradigma de ruralidad en el pasado, el destino de La Chimba sería el incremento de pequeños locales mezclados con el abastecimiento y distribución de hortalizas y abarrotes.
Algunos residentes del barrio aún confían en su dinamismo. La orfebre Ximena Concha, residente en la comuna de Recoleta, cree que las clínicas, hospitales, colegios, e incluso los cementerios alimentan el "trayecto", el ir y venir, la afluencia peatonal, un fenómeno dinámico tan propio de La Chimba. "Eso va formando barrios emblemáticos y comportamientos emblemáticos", dice. Sin embargo, Concha también plantea que su valor no se ha explotado correctamente; La Chimba no produce souvenir ni memorabilia , pero su urbanización, por ejemplo, no tiene nada que envidiarle al prolijo alcantarillado del centro. "Se podría hacer mucha propaganda para seguir viviendo acá", concluye.
Literatura "del otro lado"
La versión 2010 de "La Cañadilla..." es la primera que reedita íntegramente la creación original de Rosales, pues en 1948, Carlos Peña Otaegui reimprimió sólo su primera parte. Otro texto de talante costumbrista es "La Chimba" (1947), de Carlos Lavín, que también funciona como catastro de los legados arquitectónicos del sector.
La literatura también ha realizado aportes. Carlos Franz es autor de "La muralla enterrada" (2001), donde hace un recorrido novelesco por distintos barrios, entre ellos La Chimba. En "Barrio bravo" (1955), de Luis Cornejo Gamboa, los protagonistas sueñan con dejar La Chimba para "huir del conventillo sin horizontes", mientras que en "El museo de cera" (1981), de Jorge Edwards, el Marqués de Villa Rica cruza el puente sobre el Mapocho y exclama: "Aquí terminó la jurisdicción de nuestros amigos". En 2010, Jorge Marchant Lazcano publicó "El ángel de la patria" (Grijalbo), novela histórica cuyo narrador es un hijo huacho que vive en La Chimba con su madre Adelina, y que cae en los brazos de Nina, una dama perturbada que lo utiliza impúdicamente.
Tradición y renovación urbana
La nueva Pérgola de las Flores forma parte de una renovación arquitectónica en torno a Recoleta
La tradicional Pérgola de las Flores y el Mercado de Abastos Tirso de Molina (la "Vega Chica"), en la comuna de Recoleta, se aprestan a estrenar una nueva cara. El MOP invirtió 6 mil millones de pesos para este proyecto, iniciado en 2009 y que debería terminarse durante el mes de marzo. "Va a recrear y recuperar un lugar tradicional de la ciudad que fue abandonado por muchos años y que en este momento vuelve en gloria y majestad, con un diseño contemporáneo y una incorporación a la trama urbana como siempre debió ser así", dice Jorge Iglesis, arquitecto a cargo de la remodelación. Un total de 442 locales nuevos serán habilitados en una infraestructura de hormigón armado coronadas por pérgolas de acero perforado. "Estoy seguro que las inmobiliarias y las empresas arquitectónicas van a darse cuenta que al hacer edificios que se vinculen armoniosamente y unitariamente con los lugares incluso puede ser mejor negocio que armar estas gigantes torres que rompen el esquema y el paisaje", concluye Iglesis.
Artesanía testimonial
Tocados de cobre , bronce y alpaca. Creación de la orfebre Poli Rivera.
La exposición "Joyas de La Chimba", en el Museo de Artes Decorativas del Centro Patrimonial Recoleta Dominica, recupera uno de los muchos quehaceres artesanales del sector de Recoleta. Ximena Concha, curadora de la muestra, cuenta que cinco orfebres, cuatro de ellas residentes en el sector, crearon piezas inspiradas en La Chimba. "Había que hacer obras vivenciales, testimoniales". Trabajaron fundamentalmente con cobre, pero también incorporaron otras materialidades como plumas, bronce o piedras. "En La Chimba se hacían los tejidos, la mano de obra de todo tipo de oficios, se guardaban los alimentos y se repartían, como sucede hasta el día de hoy", explica Concha, quien celebra que el Museo de Artes Decorativas permita realizar estas muestras "vivenciales" sobre la experiencia cotidiana de la artesanía local. "No es solo tomar la artesanía como algo antiguo, o mal hecho o tosco. Puede ser algo sutil, bien hecho, como la alta costura, que es otro tipo de artesanía". La muestra estará abierta hasta fines de febrero.
Campanario de la Recoleta Franciscana, grabado de Cecilia Jara.
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