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VD
sábado 17 de septiembre de 2011
Un lodge cinco estrellas, a más de 1.500 metros de altura, en las montañas al oriente de Rancagua. El corazón de un centro de heliski, donde los deportistas recuperan el pulso después de su aventura extrema. Comodidad, calidad y calidez son los principios que mueven el proyecto hotelero.
Texto, Paula Donoso Barros, Fotografías, José Luis Rissetti
No es tarea fácil competir arquitectónicamente con la inmensidad de la cordillera. Ni con la textura de las rocas ni con el brillo de las laderas que bajan nevadas hasta las aguas del río Cipreses. Había que marcar presencia con un hotel boutique, con 24 habitaciones y capacidad para 48 pasajeros, en la mitad de la nada. "Donde la cordillera es tan salvajemente fuerte, teníamos que hacer algo que diera cuenta de un asentamiento humano", dice Álvaro DeSoto, arquitecto que recibió el encargo.
El relato de la construcción del Puma Lodge es casi épico. Era inventar a 1600 metros de altura un hotel con todos los servicios en nivel de cinco estrellas para acoger a deportistas que dan la vuelta al mundo buscando nieves vírgenes para lanzarse a esquiar desde un helicóptero. Por lo mismo, era construir un lugar con tratamientos de spa que les devolvieran el alma al cuerpo después de jornadas de alta exigencia; y con una cocina de primer nivel. Además, con estares de lectura, de juego y de conversación, con buenas pantallas frente a las que los pasajeros pudieran revisar imágenes de pendientes, a más de 5.000 metros, que para un ser normal parecen suicidas, y por donde los esquiadores bajan a una velocidad increíble.
El hotel, además, debía considerar un mundo "invisible". Si en cualquiera los empleados vuelven a sus casas a diario, acá había que contemplar la presencia de 35 personas encargadas de los servicios que, en turnos de mina, viven arriba en jornadas de 15 días seguidos. "Teníamos que abordar sus requerimientos: estares, comedores, dormitorios, nos llevaron a un total de 5.800 m² construidos en un edificio de 165 metros de largo, casi dos manzanas". El espacio incluye también, un departamento de 120 metros cuadrados, con tres dormitorios, living-comedor y cocina. "Es el espacio para gente muy exclusiva, personalidades que a veces no quieren compartir la vida de hotel. Por lo mismo, tiene terraza, jacuzzi, y la posibilidad de que el chef cocine en exclusiva para ellos en su propia cocina".
El lodge se distribuye en distintos niveles, siguiendo las pendientes del lugar. Los dormitorios se reparten en dos pisos.
Exigencias no faltaron. Se necesitó una planta de tratamiento de aguas servidas, instalar estanques gigantescos de gas, turbinas eólicas. Además, dado que los pasajeros llegan al lodge en helicóptero y la primera imagen que reciben es la de su techumbre, todos los frentes de la construcción debían tener el mismo protagonismo. "Para la "quinta fachada" usamos teja asfáltica; los techos debían ser importantes en relación a la enormidad de la cordillera", cuenta De Soto. El edificio se hizo con un especial sistema constructivo de paneles hechos con bloques de poliestireno expandido de alta densidad, rellenos con hormigón armado, "que da una muy buena aislación y permite una eficiencia térmica del 70 por ciento, con lo que disminuye muchísimo el consumo de gas de las calefacciones".
Al exterior, los paneles están forrados en fibrocemento y en madera por el interior. Usaron pino para darle cierta rusticidad. "No queríamos nada sofisticado, sino generar espacios acogedores".
De eso, se preocuparon Macarena Parot y Marcela Rodríguez. Pensando especialmente en el público extranjero, las decoradoras eligieron materiales nobles y de la zona, como las lámparas hechas en cobre y la lámina del mismo metal que recubre el frente del bar. También piedras, maderas, lanas y linos. "Todo muy cálido, la idea es que funcione como una casa, donde uno se instale a hojear una revista y puedas pedir algo al bar; una sensación hogareña inspirada más que nada en lo que uno quiere tener en la propia", dice Macarena.
Cinco estrellas a nivel de ambientación en un lodge cordillerano, parece una contradicción por la simpleza del lugar. Sin embargo, dice Marcela, "está en el hecho de sentirse acogido entre la montaña y la nieve por colores cálidos, por espacios amplios, materiales de primera calidad y la comodidad de muebles que invitan a disfrutar del paisaje".
Todos son diseños de Santiago Valdés, especialmente creados para el hotel. "Su característica es que son muebles livianos, pensados para moverlos y hacer grupos de conversación libremente. Acá siempre se está conociendo gente, integrándose, todo se comenta durante el día, así es que los espacios están hechos para moverse, de adrede, para generar distintas situaciones sociales".
En cada una de las habitaciones los telares crean unidades de color, fucsia, verde, amarillo, naranja, rojo y morado, en almohadones y pieceras, que fueron hechos por un grupo de tejedoras de Talca, agrupadas en Awaq, que trabajan diseños muy simples cuidando la calidad. "En cada pieza se suman cuadros al tono, que hicimos enmarcando círculos de cestería en boqui".
De pocos objetos, en todos los estares, el juego lo arma la iluminación a dos niveles. Una que va por las vigas y pilares y una segunda más baja con lámparas de mesa y de pie. Lo adornos flotantes son mínimos, dicen las decoradoras, "no queremos interrumpir con objetos la presencia de los cerros, que por los ventanales entran solos".
Texto, Paula Donoso Barros, Fotografías, José Luis Rissetti.
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domingo 25 de septiembre de 2011
Puma Lodge
Esquís y helicópteros en la cordillera de Rancagua
Muy cerca de donde nace el río Cachapoal -en la cordillera de Rancagua- se acaba de inaugurar un exquisito hotel que se especializa en heliesquí, pero también en heli-trekking, heli-fly fishing, heli-todo. De hecho, en el bar del Puma Lodge, imperdible es el heli-sour, el mejor trago de la casa. El punto es: ¿cómo resultó, finalmente, el que se decía iba a ser el hotel más caro y sofisticado de Chile? Fuimos y probamos. Probamos todo. O casi. Aquí el resumen. Con algo de nostalgia, obvio.
Texto: Sergio Paz, desde la cordillera de la Región de O?Higgins. Fotos: Jose Luis Rissetti Stephan Joller es como uno de esos personajes de Tolkien que siempre te está invitando a la aventura, a la acción.
Stephan es calvo, usa lentes, y si no fuera porque él dice que es suizo, uno jamás pensaría que este tipo flaco -súper flaco, chico, súper laxo- es europeo. Aunque sí lo es.
Stephan lleva pantalones de esquí Black Diamond que imitan unos jeans onderos, muy chic y, tal como el resto de los guías del Puma Lodge, tiene chaqueta y pantalón verde, verde eléctrico, verde serpiente, como recordando todo el tiempo que si esto que nos rodea tiene un nombre, ese nombre en realidad es tentación.
Stephan es guía de montaña y geólogo. Su especialidad es la geomorfología; o sea, cómo las características ambientales de un lugar modifican el territorio.
El dato no es menor.
Sin apartar su vista de las grandes montañas que deslumbran enfrente, Stephan dice que en la zona hay más de cincuenta glaciares. O sea, tras la Patagonia, es el lugar de Chile donde más glaciares hay. ¿Por qué?
Stephan dice tener una respuesta.
-Es justo aquí -dice este hombre de montaña, criado en Engelberg, Suiza- donde el centro de alta presión, que afecta a casi la mitad de Chile desde el norte, disminuye su presencia y, por eso, los frentes entran por aquí y luego giran hacia el norte. Históricamente, en esta zona tiene que haber nevado muchísimo. Es lo que explica que haya tantos glaciares. Aunque estamos a menos de doscientos kilómetros de Santiago, la cordillera acá es completamente diferente.
Con Stephan hablamos a unos 3 mil metros de altura -justo donde comienza el Holley's Bowl, en el macizo Sierra Nevada-, en medio de una charla matinal sobre avalanchas.
Viene una tormenta y, antes de esquiar por primera vez en la zona, testeamos los beacons o dispositivos electromagnéticos gracias a los cuales en caso de que alguien quedara sepultado por la nieve, el resto podría ubicarlo velozmente. También sondas telescópicas y mochilas con ABS, una suerte de airbag auntoinflable que, según dicen los manuales, te mantiene a flote sobre la nieve en caso de que todo se venga cuesta abajo.
¿Ya lo dije? Todo aquí es intimidante.
Partiendo, claro, por el chopper, que es como en la jerga del heliesquí se llama al helicóptero. Un gigantesco moscardón, un Bell 3 súper potente, ideal para la montaña, con capacidad para un guía y cuatro pasajeros.
Alzo la vista e intento adivinar qué hay ahí enfrente, en esta desafiante montaña que suma hitos como los volcanes Maipo y Palomo, más el glaciar Universidad en el que, dicen, uno podría hacer bajadas de 18 kilómetros. Y más.
Fue muy cerca de aquí donde cayó el avión de los uruguayos.
Ha pasado el tiempo y la verdad es que aquí todo sigue siendo igual de ignoto, desconocido y, por qué no decirlo, misterioso.
-Aquí -dice Stephan- muchas montañas ni siquiera tienen nombre. ¿Cómo podríamos llamar a esa garganta? ¿Y a ese cerro de allá? ¿Viste ese couloir? ¿Qué nombre le pondrías? -pregunta Stephan, mientras sigue con su vista las altas cumbres que se extienden imponentes sobre el valle del Cachapoal.
Muchas de las montañas están consignadas en el mapa del Instituto Geográfico Militar. Sin embargo, otras no.
Stephen tiene no poco de Paul Güssfeldt, el primer europeo que intentó subir el Aconcagua. Y no fue fácil, pues nadie quería subir con ese gringo rayado. Tanto así que, para conseguir porteadores, el hombre debió inventar el cuento de que en la cumbre del Aconcagua los incas habían escondido un tesoro.
Güssfeldt, alemán de paso en Chile, fue también uno de los primeros en descubrir la imponente cordillera de lo que hoy conocemos como la Región de O'Higgins, que se extiende entre la Reserva Nacional Río Cipreses y el norte del volcán Tinguiririca. O sea, el lugar donde estamos ahora: listos para la primera bajada.
En 1882, obsesionado con la idea de realizar los primeros ascensos en la cordillera rancagüina, tal como antes lo había hecho en los Alpes, Güssfeldt logró transformar a un par de huasos en andinistas y luego los motivó para que lo ayudaran a descubrir el nacimiento del río Cipreses, hoy la fuente de una bellísima reserva nacional pocos kilómetros al sur de Santiago.
Vencidos los primeros desafíos, Güssfeldt hizo otro tanto en el vecino valle Las Leñas que, todas las mañanas, con facilidad se ve desde los imponentes ventanales del Puma Lodge.
Hay que decirlo: el lugar donde nos aprestamos a esquiar es grande, majestuoso, quizás sólo comparable con la naturaleza salvaje y desafiante de Chamonix, Francia, la cuna del esquí más extremo y radical. Una zona de imponentes montañas, salpicada de verticales paredes de granito que se alzan como manos que ruegan al cielo. Un lugar especial en el que, por ejemplo, no es inusual bajar por infinitos glaciares con místicos seracs y hielos azules por todos lados.
Ahí viene. Es el helicóptero al mando de Eric Weisser, un avezado piloto que maneja su nave con la precisión de un cirujano. Es esa habilidad la que le permite a Eric dejarte en el filo de anguladas cornisas. O bien sacarte de donde sea, apenas rozándote con el espejo retrovisor de su bendito chopper.
Es bueno saber que es Eric, también esquiador, quien está con nosotros. Eric da confianza.
Finalmente, el helicóptero aterriza en "caliente". Eso quiere decir que el motor no se detiene y, mientras te subes o bajas, las gigantescas aspas seguirán girando. A veces en terrenos súper empinados, con aspas igual de empinadas. Glup.
Por eso, todo se hace rápido, con nervio y precisión. Y las reglas son claras:
a) Nunca hay que irse hacia la cola, el lugar donde está el rotor.
b) Cada vez que te bajas del chopper, tienes que agacharte lo más posible.
c) Nada puede quedar colgando, pues todo lo que quede colgando se irá volando y podría causar un accidente.
Eric hace señas para que subamos. Rápido. El viento es cada vez más fuerte.
-Son pocos los pilotos de helicóptero que se atreven a operar en la montaña. En general, prefieren no meterse aquí -dice Eric a través de los fonos.
Afuera, a toda prisa, Stephan pone esquís, bastones y mochilas en la canasta del helicóptero. Nos elevamos y pronto estamos sobre el inicio del Stephan's Bowl, un lugar llamado así en honor del primer guía que se animó a esquiarlo: el mismo Stephan.
Es una bajada de no más de 30 grados de inclinación, pero con nieve increíble. Un lugar fácil, apto incluso para esquiadores de nivel intermedio, donde con esquís anchos puedes hacer grandes curvas como si estuvieras en el Plateau, Portillo, o en Shark, Valle Nevado.
La diferencia es que aquí estás en la alta montaña. Y tu vida depende de que los guías hayan elegido la ruta correcta.
Y así es.
-En comparación con un lugar similar en Suiza -diría Stephan-, aquí el manto nivoso es más estable. En Suiza, en invierno, siempre está nevando, pero cada vez cae poca nieve y por lo mismo se forman muchas capas. Aquí, en cambio, cuando nieva puede caer medio metro, un metro y, en general, el peligro es menor. Aparte, como aquí el aire es seco y estamos a mucha altura, la nieve es increíblemente seca. Divertida.
Bajamos. Son al menos 800 metros de desnivel con polvo exquisito. Suave. No recuerdo un mejor desayuno en la nieve.
Pronto el cielo se pone negro. El temporal ya está aquí. Y es hora del Puma Lodge.
EL LODGE
Esta aventura había comenzado un día antes.
En una van habíamos viajado desde Santiago hasta Rancagua, para luego subir por la Carretera del Cobre hasta Coya y desde ahí al heli-potrero donde hay dos opciones: montarse en el helicóptero que los del Puma Lodge arriendan a Summa Air, la empresa que, junto a Ecocopter, más experiencia tiene en esto del heliesquí en Chile. La otra alternativa es ir por tierra.
Volando, desde el potrero de embarque no son más de 15 minutos.
Por tierra, en cambio, te demoras al menos una hora en llegar hasta el fundo Sierra Nevada, el lugar donde los empresarios Pablo Mir y Alberto Pirola, en concordancia con Mark Jones, el impulsor del proyecto, levantaron el primer helilodge de Sudamérica.
Desde el aire, el camino serpentea frenéticamente mientras se interna en el corazón de los Andes Centrales.
Pronto aparecen las centrales de paso de Pacific Hydro. Finalmente, al fondo del valle, una casona tipo lodge de pesca en el Puelo o Puerto Varas. Y allí, lo primero que sorprende es el vecino bosque de cipreses con árboles que deben tener más de cuatrocientos años, entre los cuales también crecen algunos olivillos.
No hay duda: el lugar donde está el Puma Lodge es una tierra de encanto. Según dice la leyenda, uno de los escondites favoritos de los Hermanos Pincheira. Y cómo no si muy cerca hay baños termales, un par de pequeños géiseres e intensa vida animal marcada por la abundancia de zorros y loros tricahues. De tanto en tanto incluso se ven guanacos. Rupert, un inglés que lleva unas semanas trabajando como fotógrafo del lodge, logró retratar unos días antes de nuestro arribo la huella fresca de un puma sobre la nieve.
El lodge no es menos fiero. Costó al menos siete millones de dólares. Y, aunque es simple, al mismo tiempo es distinguido, elegante, con maderas a la vista, gruesas vigas y grandes ventanales. Por aquí y por allá, ricos sofás y algunos silloncitos Valdés. Aparte baños casi tan grandes como el dormitorio, taller y pieza de esquí (con tubos con aire para secar las botas), y -se agradece- un spa con esmeradas masajistas y tinas exteriores de agua caliente. También un súper gimnasio, bar, biblioteca, sala de pool y comedor. Desde ya se anuncia que el lodge tendrá una serie de yurts (carpas como las de los mongoles) en lugares estratégicos en la montaña para, desde ahí, estar más cerca de las zonas esquiables. Planean también una terraza sobre el imponente farellón de rocas que está sobre el lodge. Y, para este verano, una oferta que incluirá rutas de bicicleta y caballos. También, ojo, la posibilidad de hacer heli-trekking y heli-fly fishing en los ríos vecinos.
Parece sensato: este lodge recrea todo el estilo de los mejores hoteles de aventura de San Pedro o Torres del Paine, claro que a no más de dos horas de Santiago.
Con reloj en mano, cada día al ocaso al menos tres cóndores pasan volando frente al ventanal. Es la hora de algún masaje descontracturante: para los nervios, para relajarse antes de zamparse un risotto. Eso cuando afuera ya ha comenzado a nevar.
MÁS HELI
Tres son, en la zona, las grandes posibilidades de hacer heli. Y para ello los del Puma Lodge firmaron acuerdos de exclusividad con los propietarios de tres gigantescos fundos de la zona, cada uno de más de 100 mil hectáreas.
La idea, entonces, es moverse por el gigantesco territorio dependiendo de dónde está la mejor nieve y el menor riesgo de avalanchas. La idea, en simple, es reemplazar el andarivel por el heli. En la mañana haces cuatro, cinco bajadas. Almuerzas. En la tarde cuatro, cinco más. Luego te das un masaje. Te tomas un copete y te vas a acostar. Y así por una semana.
¿Rico? Increíble.
A diferencia de hacer heli en Alaska o Canadá, aquí todo es más relajado. Menos neurótico.
Una posibilidad -quizás la más salvaje- es en dirección al valle Cortaderal, experiencia que, para esta crónica, lidera Francisco Medina, hoy el gerente general del Puma Lodge. Francisco, un tipo solícito y amable, es guía de montaña, con mucha experiencia en los Alpes, casado con Vivianne Cuq, la célebre montañista.
Liderados por él, en un pequeño grupo -con arneses, clavos de hielo y cuerdas- bajamos por la falda norte del volcán Palomo, sobre un gran glaciar que se extiende entre monumentales paredes de granito.
Es la bajada más linda que he hecho en Chile.
La más larga sería a la mañana siguiente con el propio Mark Jones (el inventor de todo esto) y Marie Blouin, una linda canadiense que lleva arito en la nariz tal como Camila Vallejo.
Marie es igual a Liza Minnelli y en Revelstoke, British Columbia, maneja el pisanieves de Chatter Creek, un cat resort tal como es El Arpa, en Chile. También trabaja como guía de heliesquí CMH en el Galena Lodge. Este fue su primer invierno en Chile. Marie siempre ríe
Sobrevolamos ahora Las Leñas, el valle por donde algunos especulan se podría construir un camino internacional hacia San Rafael, Argentina.
Michael, fotógrafo de Rob Repport -la revista gringa especializada en viajes ultrasofisticados- pide a Eric descender sobre el mismo filo en el que ayer dejó a unos rusos de los Urales, los primeros clientes del Puma Lodge. Pero no hay caso. El viento es demasiado fuerte.
A veces me gusta que haya viento.
Las aspas giran y, todo el rato, uno no deja de pensar: ¿podría bajar por ahí? ¿por allá? Odio usar la palabra adrenalina, pero lo cierto es que mientras el helicóptero se mueve, las glándulas enloquecen produciendo adrenalina.
Antes de las diez de la mañana estamos sobre Tres Pasos.
Mark Jones va primero.
La nieve es fantástica. Consistente. Suena siútico decirlo, pero es puro champagne bajo los pies. Y la bajada no acaba nunca.
Sigues, sigues, sigues. Esquías, esquías, esquías. ¡Y recién vas en el primer tercio! ¡Insólito! Es pura helivida.
Y como si fuera poco, más encima está el lodge.
El lodge firmó acuerdos de exclusividad con tres fundos De la zona.
Texto: Sergio Paz, desde la cordillera de la Región de O?Higgins. Fotos: Jose Luis Rissetti.
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CHILEAN HELISKI
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