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sábado 14 de enero de 2012
V/D
La idea inicial era crear un condominio con cinco casas rodeadas de pasto, palmeras y quizás una piscina de agua cristalina; algo de aspecto tropical. Pero el propietario de estas tres hectáreas en Tunquén -a 27 km al sur de Viña del Mar- cambió por completo de parecer en cuanto vio el proyecto suelto y silvestre que les presentó la paisajista Carolina Amenábar y Carlos Titze, dueño del vivero las Brujas de Talagante.
En 2007 ambos profesionales se hicieron cargo del sitio, planteando una propuesta que desarrollaron por etapas, en un lapso de tres años. El terreno, en pendiente hacia el mar, tenía un pequeño bosque de pinos marítimos a un costado y una quebrada casi seca que lo atravesaba de arriba a abajo, lo que les llevó a proponer un jardín que se incorporara al secano costero de modo que se viera como una pradera que siempre estuvo en el lugar, salpicada de flores, arbustos y árboles para dar sombra.
Debido a la extensión del terreno y a la necesidad de dejar espacios para las casas, Carolina y Carlos armaron un sistema de terrazas escalonadas que recorren todo el complejo. Usaron rollizos de troncos para sujetar los desniveles, habilitaron senderos de maicillo y fueron creando macizos variados en los que el color es el denominador común.
Cada rincón del proyecto se pensó como un paisaje diferente. Las planicies silvestres las desarrollaron en la zona superior; y en el sector de la quebrada natural -que ellos potenciaron con más agua que circula hacia una laguna ornamental- trabajaron con una vegetación más frondosa que necesita mayor humedad: canelos, nalcas, helechos, quilas, tumbalgias, cinerarias y papiros. También mantuvieron los bosques de pino y agregaron áreas arboladas con molles, peumos, quillayes, maitenes, boldos y ceratonias, especies preexistentes que los paisajistas quisieron aumentaron para enriquecer la flora nativa en este cerro de Tunquén.
En las terrazas fueron combinando distintas plantas de aspecto muy suelto y de floración llamativa. Todas se escogieron con la condición de que se adaptaran bien a este clima más seco, resistieran el calor y les bastara la vaguada costera para hidratarse. Como resultado, fueron intercalando grupos de malvas, gauras, cistus, muchas gramíneas -carex, pennisetum, stipa, miscanthus-, lavandas, anigozanthos, manzanillones, anisodonteas, haloragis y verbenas bonaerenses, mientras el mioporo rastrero fue el encargado de tapar los sectores de tierra.
El colorido intenso se logró gracias a los cistus fucsias, hemerocallis amarillos, alstroemerias rosadas, y sobre todo a los streptosolen, ideales para la costa por el fuerte tono naranja de sus flores. A pedido del propietario, dejaron una pequeña sección con pasto, adornado por un peral y la laguna, que rodearon con lavandas y gauras para lograr una especie de transición, de modo que este rincón no se viera ajeno
al proyecto.
Texto, María Cecilia de Frutos D..
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