Es el único autor nacional que ha trabajado para la agencia Magnum. Inspiró a Cortázar y a Antonioni, pero en los años 70 decidió alejarse de todo su éxito para vivir como ermitaño en Ovalle. Allí, en su casa, murió ayer.
Daniela Silva y Tania González
Existe una preocupación constante que marca el inicio y el final de esta exitosa y explosiva, pero breve carrera. Y es la pobreza. Sergio Larraín Echeñique (1931-2012), hijo del arquitecto Sergio Larraín García-Moreno, saltó a la fama por las fotos que tomó de unos niños que vagabundeaban por el río Mapocho a inicios de los años 50. Él volvía de Berkeley, donde estudió Agronomía, cuando el Hogar de Cristo y la Fundación Mi Casa le encargaron esa misión, después de su primera muestra.
Quedó contento con el trabajo, porque sintió que la fotografía podía generar cambios sociales, y tomó coraje para enviarlas al MoMA de Nueva York en 1956. El museo le compró algunas y, desde ahí, esa serie se transformó en un pasaje directo al extranjero: fueron las mismas que sedujeron a Henri Cartier-Bresson. Y las mismas que lo llevaron a ser el único chileno que ha integrado la poderosa agencia Magnum.
También, por ellas decidió alejarse de la cámara para siempre. Aunque durante su trayectoria hizo otras series relevantes, como las que desarrolló en Valparaíso y en Londres, nunca más quiso hablar de su oficio ni exponer su obra, desde que comprobó que la pobreza seguía igual de cruel y miserable, a pesar de sus fotografías.
Eso ocurrió en los años 70. Seguramente por varias otras razones, como querer escapar de la fama, de la vida social y de las manipulaciones que sufría la "élite Magnum". Desde ese minuto Larraín se autoexilió en el norte. En una casa sencilla de adobe, ubicada en Tulahuén, decidió abandonar sus recorridos por el mundo y las conversaciones con Cartier-Bresson y Robert Capa.
Aprendió yoga, se dedicó a la meditación, se afilió al "Grupo Arica", liderado por Óscar Ichazo, e hizo correr cuadernillos con sus poesías, dibujos y ensayos. Hasta sus últimos días, estuvo sumergido en una búsqueda espiritual mayor: seguía pensando en cómo cambiar el mundo. "Era bien introvertido. En la medida en que fue adentrándose en lo místico volcó sus preocupaciones al estado del planeta. Él planteaba una nueva forma de organización política: que los ciudadanos se agruparan en comunidades multidisciplinarias y crearan una nueva cultura, una cultura sana, porque el capitalismo había terminado de echar a perder el mundo", comenta Marcelo Simonetti, autor de "El fotógrafo de Dios" (2009), un texto que aborda la figura mítica de Larraín. El artista que poco se conoció en Chile y que murió ayer en su casa de Ovalle. Sus funerales serán el jueves en Tulahuén.
"Según tengo entendido, tuvo un accidente. Se cayó, se quebró algún hueso y empeoró. Parece que hace un tiempo tenía problemas al corazón", dice la fotógrafa Julia Toro, autora de "Amor x Chile". Y agrega: "Él es un precursor de la fotografía del hallazgo del momento, con composiciones muy armónicas. Es un orgullo tener un compatriota al que los soberanos de Persia eligieron como retratista de su matrimonio".
Cortázar, Antonioni y más
"Queco" -como le dicen sus cercanos- es considerado una leyenda no sólo por sus fotos desconocidas en Chile. Ni por su vida de ermitaño. Larraín también logró sorprender al escritor Julio Cortázar y al cineasta Michelangelo Antonioni. Todo comenzó en París. "Detrás de Notre Dame, en la isla San Luis, donde hay un lugar de muchos árboles y plantas, Larraín tomó una imagen a distancia, sin darse cuenta de que estaba ocurriendo una violación brutal. Esa historia llegó a Cortázar, quien la llevó al cuento 'Las babas del diablo', que luego inspiró la película 'Blow up', de Antonioni. Él trasladó el suceso a un parque de Londres y el fotógrafo, que es 'Queco', se da cuenta de la violación cuando amplía la foto. Esa historia sí que es peculiar, cruza el cine, la fotografía y la literatura", cuenta el escritor Armando Uribe, quien fue su compañero en el Saint George's, pero perdió contacto con él.
Los libros también explican que Larraín sea un mito en Chile y en el mundo. Publicó varios y prácticamente ninguno está disponible hoy, pero sí se puede consultar en la Biblioteca Nacional "In the 20th Century", que contiene los retratos de niños pobres que lo hicieron famoso. El primer libro fue "El rectángulo en la mano" (1963). Ahí expuso los mandamientos fotográficos y su vínculo con la Leica, pero fue "Valparaíso" (1968) su obra cumbre. Es una visión personal del puerto, construida a partir de imágenes casuales, pero absolutamente autobiográficas. "Es un viaje al interior de sí mismo, de su soledad y de los conflictos que tuvo con su padre", afirma Luis Poirot. Pero esa publicación -que tiene un texto de Neruda- sólo se reeditó en los 90. "Me quedé con una especie de deuda. Le propuse hacer exposiciones en Chile, pero se negó. No quería auspicios del Estado chileno, porque era un depredador de la naturaleza y el bosque nativo. Pero una vez me mandó una carta en que proponía reeditar 'Valparaíso'. Pasaron cosas y no concretamos la idea", lamenta Poirot, uno de los más cercanos a Sergio Larraín, quien desde hoy encarna la más preciada leyenda de la fotografía chilena.
Larraín en cinco instantáneas
Luis Poirot
Fotógrafo y amigo
"Es el hombre más brillante que ha producido la fotografía chilena. Lo conocí el año 69 en la revista Paula. 'Queco' es inclasificable. El que haya hecho obras de arte no quiere decir que baste con decir su nombre y agregar 'fotógrafo'. Las personas que realmente valen, luego de muertos pueden ser llamados personajes. Su valor es decir que son y han sido creadores, y creadores de obras duraderas".
Juan Domingo Marinello
Fotógrafo. Altazor 2006
"Sin lugar a dudas fue el iniciador de la fotografía poética; buscaba la metáfora, la segunda mirada, una proposición en que el significado, aunque cotidiano, se volviera universal. Está en el top 10 del mundo, aunque es mucho más conocido afuera que acá. Tuve la suerte de conocerlo a través de Luis Poirot. Era un hombre muy sencillo, muy tímido. Va a ser recordado como el fotógrafo poeta".
Armando Uribe
Poeta. Premio Nacional 2004
"Hay imágenes suyas que son verdaderas obras de arte y no sólo documentos de realidaes, como suelen ser los retratos. Tal como pasa con otros pocos chilenos, como Luis Poirot, Paz Errázuriz y Antonio Quintana, no basta decir que Larraín es un fotógrafo. Su obra seguirá valiendo en el tiempo".
Paz Errázuriz
Fotógrafa. Altazor 2005
"Es el fotógrafo que más he admirado y mirado sus fotos. Es un poeta, un tipo que hizo algo extraordinario. Despertó una mirada a Chile muy especial, personal, de gran sensibilidad. Siempre tuvo un ojo muy certero para ver el trabajo de otros. Fue interesante su decisión de alejarse de la fotografía, es una paradoja que habla de una persona muy compleja".
Marcelo Montealegre
Fotógrafo radicado en Estados Unidos
"Ha sido el mejor fotógrafo chileno, sin ninguna duda. Su ojo era maravilloso. Lo conocí brevemente en las reuniones del Foto Club de Chile. Mostró fotografías que no se conocían acá, que eran excepcionalmente bellas, y después estuvo muy dispuesto a conversar. Influyó por su pureza de estilo: componía en la cámara, no intervenía en el laboratorio. Él era una maravilla de fotógrafo y yo, sólo un fotógrafo".
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PERFIL Una semblanza del fotógrafo recién fallecido:
"A mis 71, puedo decir que no son los años o las enfermedades las que duelen, son las ausencias", señala un conmovido Luis Poirot tras la muerte del fotógrafo. En estas líneas, Poirot se refiere a la filosofía del trabajo de Larraín, relata algunas anécdotas y manifiesta su inquietud porque conocemos una parte incompleta de su legado. "Recuperar la totalidad de su obra es una labor pendiente".
Luis Poirot Fotógrafo
Hace algunos años entraron a robar a mi pequeño taller, sólo encontraron libros, de esos que sólo se llevan los amigos, pero con furia revolvieron todo y vaciaron los armarios, sembrando el suelo con papeles.
Tratando de ordenar el desastre apareció una larga carta escrita en lo que parecía una vieja máquina de escribir con los tipos gastados. Curiosamente, estaba fechada, día por día, diez años antes. Me la había enviado Sergio a Washington DC, donde viví por algunos años, como respuesta a mis propuestas de hacer una exposición que mostrara su trabajo a las jóvenes generaciones de fotógrafos.
Se negaba rotundamente a esa posibilidad, pero me explicaba con detalle su forma de trabajar y sus pensamientos sobre la fotografía, pidiéndome que a cambio de la exposición leyera esa carta a mis alumnos. La carta había permanecido olvidada entre las páginas de un libro, olvidada también de esos años en que no estaba haciendo clases. Sentado en el suelo, pensaba en mi olvido y por qué aparecía ahora que sí tenía alumnos. Una carta vuelta a entregar por un misterioso cartero.
La cámara en la bolsa
Y he cumplido con el mandato. Muestro sus fotos y repito las palabras más precisas y poéticas que se han dicho sobre este lenguaje nuestro. "Cuando paseo la mirada por fuera, con el rectángulo en la mano, la cámara, es en el interior de mí mismo que yo busco".
Ahí está toda la poética que explica y define la fotografía de autor. Que separa realidad de la interpretación personal que de ella se hace, dejando sin sentido el concepto del tema o asunto supuestamente reflejado, ya que, como en otros lenguajes creativos, el único tema es el autor.
Severa disciplina que implica dar un paso o quizás varios en la profundización de las apariencias, siendo éstas solamente un pretexto (pre imagen quizás), un punto de partida para construir otro mundo, que también será libremente interpretado por el espectador-lector.
Pienso en las fotografías de Stieglitz en 1920, nubes que tituló Equivalentes, Equivalentes de lo que uno quiera, pues el nuestro no es un trabajo de notarios. Robert Capa no era el fotógrafo de heroicas guerras y guerreros, eran las imágenes del dolor y el abandono de unos niños entre las ruinas que lo emparentaban con su condición de apátrida y sin domicilio. Cartier-Bresson simplemente quiere introducir un orden en el caos exterior, el placer de la geometría pura.
Invitaba siempre a pasear con la cámara guardada en una bolsa de papel, la leiquita no preparada, porque se espantaban las imágenes que tenían que llegar libremente. Sus palabras eran que había que caminar y perderse, como "paviando" , sin rumbo preciso. Liberarse de los equipos grandes y llamativos, simplificarse en la toma y en el cuarto oscuro.
Esta fotografía nuestra está atravesada por la alegría, el dolor o el placer que un estímulo externo provoca en nuestra memoria emocional, que sin lógica alguna (enemiga de lo visual) nos provoca un estremecimiento eléctrico que solamente se calma al apretar el disparador para aliviar la tensión.
Por eso fotografiamos.
El otro tipo de imágenes son solamente aplicaciones a un fin práctico de una técnica.
De todo esto hablamos con Sergio y también de nuestros familiares escogidos, como Callaham, Weston, Strand, Meatyard y Francesca Woodman que quizás no conoció.
Como una larga tendencia de fotógrafos, sus imágenes no eran para ser vistas en una exposición-espectáculo, con grandes ampliaciones destinadas a impresionar por el gran tamaño. Incluso prefirió el modesto formato del libro Valparaíso, hoy inencontrable por menos de tres mil dólares. En una de sus cartas me dice preferir reeditar ese libro a hacer una exposición, eliminando el texto de Neruda, totalmente ajeno al libro.
Problemas con Neruda
Ese desencuentro con el poeta ya se había dado en "La Casa en la arena", frustrado encargo conjunto de la Editorial Lumen de Barcelona. Me comentó Neruda de la experiencia: "Ay, ese niño tan complicado que prefería estar fotografiando conchitas en la playa en lugar de la casa, y el plazo se nos agotaba..." Por su parte Sergio se refería a Neruda con abierto desprecio "ese gordo comilón materialista".
Quizá fue el comienzo de su alejamiento de la fotografía. No es casualidad que uno de los artífices del redescubrimiento de Larraín en Magnum sea el fotógrafo checo refugiado en Francia Joseph Koudelka, solitario como Queco y que nunca da entrevistas. De domicilio inexistente, ha reducido sus necesidades al mínimo para conquistar la total libertad en su trabajo.
No recuerdo si me contó que fue el matrimonio del sha de Persia o Grace de Mónaco lo que provocó su primer alejamiento de Magnum y la prensa, luego sus envíos desde Chile se hicieron más distantes y mayor el desinterés de la agencia por los nuevos rumbos que tomaba su fotografía. Como todo fotógrafo del subdesarrollo, parecía condenado al exotismo de la miseria y a repetir incansablemente otros Valparaíso.
Valparaíso no es una guía turística, podría haber sido otro pueblo o ciudad, da lo mismo. Es un canto, más bien un aullido de soledad y desamparo, un diario de vida fotografiado con dolor, eso son los raquíticos perros vagos, los rostros curtidos de tristeza, la perspectiva a nivel de suelo como el deambular de un niño. Es por lo tanto irrepetible.
Sergio Larraín no se retiró. Presente estarán siempre la mirada interior y sus imágenes que tendremos que aprender a leer.
La gran pregunta es ¿qué pasará con su obra? Magnum nos ha mostrado una parte, lo que ellos leen y califican como interesante. Hay muchos capítulos que no hemos visto: sus caminatas por el campo con Violeta Parra recopilando cantos, el terremoto del 60, los jubilados de Santiago, sus amigos, muchos perros y gatos solitarios.
Conocemos un Sergio Larraín incompleto, antologado quizá caprichosamente. Recuerdo álbumes cuidadosamente preparados que le regalaba a su padre cada Navidad.
Recuperar la totalidad de su obra es una labor pendiente.
"¿Qué pasará con su obra? Magnum nos ha mostrado una parte, lo que ellos leen y califican como interesante. Hay muchos capítulos que no hemos visto".
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todo comentario aparecera como superfluo ante la talla de este artista excepcional...
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