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lunes 28 de febrero de 2011
Recuerdos de Magallanes:
Habitantes y paisajes de Chile austral a principios del siglo pasado destacan las 33 fotografías en blanco y negro de gran formato obtenidas por el sacerdote salesiano Alberto de Agostini. Este cartógrafo, fotógrafo y montañista italiano fue un destacado explorador de la Patagonia. Complementa la muestra el documental "Fin de Mundo", de Giovanni de Agostini, su sobrino. Centro Cultural Palacio de la Moneda. Lunes a domingo de 9 a 19:30 horas, hasta abril. La entrada es gratis.
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sábado 19 de febrero de 2011
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Conozca a los indígenas y el paisaje magallánico desde Santiago
Entretención El Centro Cultural palacio La Moneda presenta la exposición de Alberto De Agostini, un explorador italiano que revela los tesoros de esta hermosa zona chilena.
Imágenes originales de indígenas extintos, paisajes del extremo austral de Chile registrados a principios del siglo XX, fotografías en blanco y negro que retratan con gran delicadeza momentos de la vida de los aborígenes magallánicos. Todo esto gracias al sacerdote, cartógrafo, montañista y fotógrafo italiano, Alberto De Agostini (1883-1960).
El italiano llegó a la Patagonia chilena en 1910 y la exploró por 50 años. Compartió con poblaciones onas y alacalufes y el resultado fue un registro fotográfico de 33 piezas en blanco y negro de gran formato y un video documental que incorpora exploraciones cinematográficas originales del sacerdote.
EXPOSICIÓN
La muestra, cuyas imágenes constituyen un testimonio único de inmenso valor documental y patrimonial, permite conocer a las etnias extintas de Tierra del Fuego en sus hábitats y prácticas cotidianas, las cumbres y paisajes cubiertos de hielo y las zonas urbanas de la región magallánica.
Indígenas fueguinas mariscando, un cacique ona y una familia de alacalufes en su canoa, constituyen un valor patrimonial de un mundo ya extinto. Las vestimentas y rucas de los indígenas también resaltan en fotografías que demuestran la cercanía y humanidad que tuvo el sacerdote con los habitantes originarios del extremo sur de Chile.
En cuanto a los paisajes, destacan las fotografías panorámicas de los hielos eternos y territorios inexplorados hasta la fecha, imágenes que por su antigüedad permiten reconocer los efectos del calentamiento global.
Alberto De Agostini: “Explorador salesiano de los territorios magallánicos”, es el nombre de la exposición que estará disponible durante todo el mes de febrero y hasta marzo en el Centro Cultural palacio La Moneda, de lunes a domingo de 9 a 19 horas. Con entrada liberada.
La exhibición se enmarca en la celebración del centenario de la llegada de De Agostini a Punta Arenas en 1910 y es organizada en conjunto con la Embajada de Italia (a través del Instituto Italiano de Cultura) y el Museo Salesiano Maggiorino Borgatello de Punta Arenas, al cual pertenece la colección fotográfica.
EL ARTISTA
El legado de Alberto De Agostini (Italia 1883 – 1960) da cuenta de su profundo interés por la grandiosidad de los paisajes y la gente de Magallanes y Tierra del Fuego, dándolos a conocer tanto en Chile como en el Mundo. Sus fotografías, textos y libros (entre los que destaca la primera guía turística de Magallanes y la Patagonia Austral) han permitido situar el nombre de estos territorios en el imaginario mundial.
También sus investigaciones aportan datos relevantes para el estudio de los glaciares del extremo más austral de América a geógrafos y glaciólogos, además de que proporcionan información para el estudio de la situación de las poblaciones indígenas a comienzos del siglo XX.
El documental “Al Fin del Mundo” de 57 minutos de duración, cuya proyección se incorpora al montaje, recorre los orígenes y tierra natal del sacerdote y sus importantes expediciones relatados por su nieto Giovanni De Agostini.
La cinta también da cuenta de la violenta extinción de los indígenas por la colonización, destacando el tormento De Agostini por no lograr salvarlos.
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Del 2 de febrero a Abril de 2011. Lunes a Domingo 9:00 a 19:30 horas, galería lateral Nivel -3. Entrada liberada.
Indígenas y paisajes magallánicos de principios del siglo XX en muestra fotográfica del explorador italiano Alberto De Agostini en el Centro Cultural Palacio La Moneda.
Explorador salesiano de los territorios magallánicos
Del 2 de febrero a Abril de 2011
Lunes a Domingo 9:00 a 19:30 hrs
Galería lateral Nivel -3
Centro Cultural Palacio La Moneda
Entrada liberada
33 imágenes de gran formato, en blanco y negro ,que retratan habitantes y paisajes del extremo austral de Chile a principios del siglo XX conforman la exposición Alberto De Agostini: explorador salesiano de los territorios magallánicos, que se exhibe entre febrero y abril de 2011 en el Centro Cultural Palacio La Moneda. La muestra se complementa con el video documental Fin del Mundo, en el cual Giovani De Agostini, sobrino del sacerdote, cartógrafo, fotógrafo y montañista italiano, revive las expediciones de su tío en la Patagonia chilena, actualizando y poniendo en contexto sus hallazgos y descripciones e incorporando registros cinematográficos originales de De Agostini
La muestra, cuyas imágenes constituyen un testimonio único de inmenso valor documental y patrimonial, permite conocer a las etnias extintas de Tierra del Fuego en en sus hábitats y prácticas cotidianas, las cumbres y paisajes cubiertos de hielo y las zonas urbanas de la región magallánica. La exposición, que ha sido exhibida en Punta Arenas, Concepción y Antofagasta, se enmarca en las celebraciones, el pasado año 2010, del centenario de la llegada a Chile de Alberto De Agostini, con la curatoría conjunta del Instituto Italiano de Cultura y el Museo Salesiano Maggiorino Borgatello de Punta Arenas al cual pertenece la colección fotográfica.
El legado de Alberto De Agostini (Italia 1883 – 1960) da cuenta de su profundo interés por la grandiosidad de los paisajes y la gente de Magallanes y Tierra del Fuego, dándolos a conocer tanto en Chile como en el Mundo. Sus fotografías , textos y libros (entre los que destaca la primera guía turística de Magallanes y la Patagonia Austral) han permitido situar el nombre de estos territorios en el imaginario mundial, aportan datos relevantes para el estudio de los glaciares del extremo más austral de América a geógrafos y glaciólogos, al tiempo que proporcionan información para el estudio de la situación de las poblaciones indígenas a comienzos del siglo XX.
Sorprende la calidad técnica y artística de las imágenes en blanco y negro que retratan con gran delicadeza momentos de la vida de los aborígenes magallánicos. Indígenas fueguinas mariscando, un cacique ona y una familia de alacalufes en su canoa son ejemplos de un registro fotográfico de gran relevancia patrimonial y que exhibe un mundo ya extinguido. Las vestimentas y rucas de los indígenas también resaltan en fotografías que demuestran la cercanía y humanidad que tuvo el sacerdote con los habitantes originarios del extremo sur de Chile.
En cuanto a los paisajes, destacan las fotografías panorámicas de los hielos eternos y territorios inexplorados hasta la fecha, imágenes que por su antigüedad permiten reconocer los efectos del calentamiento global.
Además de sus registros, De Agostini realizó importantes descubrimientos geográficos y participó en la elaboración de nueva cartografía. Así lo demuestran imágenes donde el sacerdote y su expedición aparecen en barcos, sobre caballos y enlazados con sogas mientras recorren los diversos territorios australes con antiguos equipamientos montañísticos.
“Al Fin del Mundo”
El documental “Al Fin del Mundo” de 57 minutos de duración, cuya proyección se incorpora al montaje, recorre los orígenes y tierra natal del sacerdote y sus importantes expediciones relatados por su nieto Giovanni De Agostini. La cinta también da cuenta de la violenta extinción de los indígenas por la colonización, destacando el tormento De Agostini por no lograr salvarlos. Destacan las imágenes cinematográficas originales de paisajes y escenas de la vida cotidiana de onas y alacalufes, únicas en su tipo.
http://www.ccplm.cl/images/stories/exposiciones/slide09.jpg
http://www.ccplm.cl/images/stories/exposiciones/slide06.jpg
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lunes, 28 de febrero de 2011
Homenaje en Juan Fernández a las 4:40
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lunes 28 de febrero de 2011
El reloj marcaba las 4:37 AM y la familia Ortiz Green se alistaba para trasladarse al muelle de Robinson Crusoe, donde realizarían un homenaje a Joaquín (8), más conocido como "Puntito", quien fue arrastrado por el maremoto y permanece desaparecido en las aguas de Juan Fernández.
La comitiva era liderada por la abuela del menor, Ximena Green, quien cargaba más de 100 lilium rosados, a tres minutos de que se cumpliera el primer aniversario del 27-F en la isla.
Los familiares caminaron hacia la Bahía Cumberland, donde se sumaron parientes de Matías Brito (7) -quien también perdió la vida esa fatídica madrugada- e iluminaron el mar con velas. Tras una oración silenciosa, comenzaron arrojar las flores con gestos de amargura y rabia.
"La idea es cerrar un ciclo. Yo no quise tomar pastillas ni tratamientos durante el año, pero me di cuenta que necesito cambiar de aire, ya no puedo más", comentó Ximena Green, quien ayer se embarcó en el buque Aquiles de la Armada con el objetivo de instalarse junto a la madre del "Puntito" en la Décima Región.
Las actividades conmemorativas se retomaron a las 10 horas, cuando el párroco de la isla, Dietrich Lorenz, ofició una misa y luego la comunidad se reunió en la plaza para comenzar una romería al Cementerio, donde se recordarían uno a uno los nombres de las 16 víctimas. También hubo espacio para que los familiares expresaran palabras y recuerdos de sus seres queridos.
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lunes 28 de febrero de 2011
El reloj marcaba las 4:37 AM y la familia Ortiz Green se alistaba para trasladarse al muelle de Robinson Crusoe, donde realizarían un homenaje a Joaquín (8), más conocido como "Puntito", quien fue arrastrado por el maremoto y permanece desaparecido en las aguas de Juan Fernández.
La comitiva era liderada por la abuela del menor, Ximena Green, quien cargaba más de 100 lilium rosados, a tres minutos de que se cumpliera el primer aniversario del 27-F en la isla.
Los familiares caminaron hacia la Bahía Cumberland, donde se sumaron parientes de Matías Brito (7) -quien también perdió la vida esa fatídica madrugada- e iluminaron el mar con velas. Tras una oración silenciosa, comenzaron arrojar las flores con gestos de amargura y rabia.
"La idea es cerrar un ciclo. Yo no quise tomar pastillas ni tratamientos durante el año, pero me di cuenta que necesito cambiar de aire, ya no puedo más", comentó Ximena Green, quien ayer se embarcó en el buque Aquiles de la Armada con el objetivo de instalarse junto a la madre del "Puntito" en la Décima Región.
Las actividades conmemorativas se retomaron a las 10 horas, cuando el párroco de la isla, Dietrich Lorenz, ofició una misa y luego la comunidad se reunió en la plaza para comenzar una romería al Cementerio, donde se recordarían uno a uno los nombres de las 16 víctimas. También hubo espacio para que los familiares expresaran palabras y recuerdos de sus seres queridos.
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sábado, 26 de febrero de 2011
Reparar la memoria nacional
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sábado 26 de febrero de 2011
1Es necesario reforzar los pilares con hormigón para evitar el derrumbe del Museo de Historia Natural.
2En el patio principal se realizan eventos privados y empresariales.
3Antes de ser un museo, el Histórico Nacional fue la Real Audiencia durante el siglo XIX.
5La estructura de la biblioteca castrense no soportó el fuerte movimiento telúrico de febrero pasado.
6Las salas exhiben una colección de armamentos tanto de Chile como del extranjero.
7El Museo Histórico y Militar se encuentra cerrado al público hasta el año 2012. Sólo se habilitó una parte para la Bienal de Arquitectura.
8El edificio, que fue construido con albañilería simple, resistió todos los terremotos, menos el último.
9La exposición egipcia "Panubis" fue suspendida justo después de la catástrofe.
10El recorrido del museo comienza desde los primeros habitantes de Chile hasta la historia del siglo XX.
11Los arreglos duraron siete meses y fueron avaluados en 117 millones de pesos.
Después del terremoto, los tres museos históricos de Santiago resultaron dañados. El Histórico Nacional ya fue reparado y reabierto al público, mientras que el Histórico y Militar sigue cerrado y con fallas estructurales. El caso más grave es el de Historia Natural, que aún corre peligro de derrumbe.
Texto, Pamela De Vicenzi Torres
No sólo guardan una porción de nuestro patrimonio, sino que en sí mismos constituyen parte de la herencia arquitectónica del país. Los tres museos históricos con sede en Santiago -Histórico y Militar, de Historia Natural e Histórico Nacional- han permanecido en pie durante muchos años, resistiendo al menos una decena de terremotos. El Estado, a través de sus instituciones, realiza esfuerzos económicos para conservarlos, conscientes del deterioro del tiempo y de los fenómenos geográficos, aunque en ocasiones como la de febrero pasado, la magnitud del sismo por poco derribó siglos de historia.
Inmediatamente después del desastre, el Consejo de Monumentos Nacionales revisó la arquitectura antigua afectada. Pero ya ha pasado un año y dos de ellos siguen cerrados al público, esperando los fondos para revertir los daños.
La rehabilitación es un trabajo lento y altamente costoso. Por ello, Magdalena Krebs, directora de la DIBAM, es cautelosa ante esta situación: "No es posible pensar en que un edificio de valor histórico será reparado de manera rápida. Es como un enfermo: tienes que hacer un diagnóstico, los médicos hacen un tratamiento y hay que ver cómo responde el paciente", explica. En general, los museos no sólo necesitan ser arreglados, sino que también requieren "de una ampliación para albergar apropiadamente sus colecciones. Ese es un proyecto de otra envergadura y estamos estudiando distintas alternativas. Pero no se puede esperar magia. Es más complejo intervenir un edificio que construirlo", agrega Krebs.
Al borde del derrumbe
Es uno de los más antiguos de América y fue construido por Paul Lathoud en 1873 para albergar los estudios biológicos de Claudio Gay. El Museo de Historia Natural, ubicado en el parque de la Quinta Normal, se fundó para dar a conocer la naturaleza chilena y exponer distintas especies de flora y fauna. Aunque esta edificación ha resistido todos los terremotos desde su nacimiento, el gran movimiento del año pasado debilitó seriamente su estructura.
A simple vista la fachada no evidencia más daños que unas cuantas grietas. Pero la realidad es distinta al ingresar. En la nave central, el famoso esqueleto de una ballena está envuelto en plásticos y cubierto de polvo. El techo ejerció una gran presión y desde él cayeron trozos de madera. La falla estructural del museo es tan grave que el pronóstico de los expertos es lapidario: una réplica superior a 7 grados, que oscile de este a oeste, lo derribaría como efecto dominó. Por ello es urgente reconstruir los muros de la parte central que sólo cuentan con una base reforzada de hormigón que data de los años cuarenta y que evitó el colapso total.
Debido a que no se obtuvieron fondos adicionales para reformar su estructura, el museo debe desviar para esta función 130 millones de pesos de su presupuesto, destinados a otros fines. Su director, Claudio Gómez, recalca la importancia de la ayuda gubernamental para salvarlo: "Este es un museo nacional, y como tal el Estado debe hacerse cargo en gran parte de su reparación y operación. Es lo que corresponde", afirma.
Para el Día del Patrimonio Nacional la exposición programada debió efectuarse fuera del museo, y quizás este año la historia se repita, ya que el edificio permanecerá cerrado al público al menos hasta que se habilite el primer nivel y la estructura deje de ser un riesgo para los visitantes.
Museo a medias
El edificio Alcázar, que albergó a la Escuela Militar durante la primera mitad del siglo XX, fue construido por Henry Victor Villeneuve en 1887. Inspirado en la arquitectura Neo-manierista francesa, ha funcionado como museo por más de una década, incluso como centro de eventos. El año 2000 sufrió un incendio que terminó con buena parte del inmueble, tras lo cual se restauró por completo.
Aunque los daños provocados por el último gran sismo son de mediana gravedad, el museo permanece cerrado; sólo se abrió el primer piso y su auditorio -reparado en tiempo récord- para llevar a cabo la XVII Bienal de Arquitectura. Sin embargo, el segundo nivel todavía presenta muros con problemas, como uno de la biblioteca que colapsó con la caída de estructuras instaladas en la reconstrucción post incendio. Así también las paredes de las salas de exposición.
El coronel Leonardo Pérez, jefe del Patrimonio Cultural del Ejército, cuenta que las obras tienen un costo de 1.500 millones de pesos, aproximadamente, dinero que proviene de los seguros comprometidos. De éstos, un tercio ya se ocupó en algunas remodelaciones; el resto se empleará durante este año para la reapertura en 2012, mientras se aceleran trámites internos para continuar con los trabajos.
Rescate logrado
Tras dos siglos de existencia, sobrevivió a la catástrofe. El edificio del Museo Histórico Nacional, levantado en 1804 e inaugurado cuatro años después, representa una de las herencias post coloniales de Chile. Juan José de Goycolea y Zañartu fue su arquitecto, quien pensó en una obra Neoclásica para acoger la nueva Real Audiencia, luego de un terremoto que demolió gran parte de las construcciones de aquellos años.
Si bien recibió arreglos antes del 27 de febrero, el desplazamiento de tejas y el desprendimiento de un balcón de la torre obligaron a cerrar sus puertas. Por suerte y para sorpresa de sus funcionarios, la evaluación realizada por los expertos no arrojó resultados negativos. Los objetos que se deterioraron, así como la pintura de la Fundación de Santiago, fueron inmediatamente restaurados, como también unas antiguas placas fotográficas que ya estaban digitalizadas. La eficacia de estas obras permitió la reapertura del primer piso en junio y del segundo en octubre.
"El deterioro fue estético. En 1985 ya se había reforzado la torre, por lo que, en general, la estructura resistió bastante bien. El mayor trabajo fue mover las colecciones", cuenta Isabel Alvarado, su directora. Gracias al aporte de la DIBAM y del Ministerio de Hacienda, fue posible costear la reparación.
El rescate de los museos históricos es un trabajo arduo y a largo plazo, que implica un costo avaluado en cientos de millones de pesos. Lo importante es protegerlos ante una nueva catástrofe, para impedir así la pérdida de una gran parte de la historia chilena.
Texto, Pamela De Vicenzi Torres.
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sábado 26 de febrero de 2011
1Es necesario reforzar los pilares con hormigón para evitar el derrumbe del Museo de Historia Natural.
2En el patio principal se realizan eventos privados y empresariales.
3Antes de ser un museo, el Histórico Nacional fue la Real Audiencia durante el siglo XIX.
5La estructura de la biblioteca castrense no soportó el fuerte movimiento telúrico de febrero pasado.
6Las salas exhiben una colección de armamentos tanto de Chile como del extranjero.
7El Museo Histórico y Militar se encuentra cerrado al público hasta el año 2012. Sólo se habilitó una parte para la Bienal de Arquitectura.
8El edificio, que fue construido con albañilería simple, resistió todos los terremotos, menos el último.
9La exposición egipcia "Panubis" fue suspendida justo después de la catástrofe.
10El recorrido del museo comienza desde los primeros habitantes de Chile hasta la historia del siglo XX.
11Los arreglos duraron siete meses y fueron avaluados en 117 millones de pesos.
Después del terremoto, los tres museos históricos de Santiago resultaron dañados. El Histórico Nacional ya fue reparado y reabierto al público, mientras que el Histórico y Militar sigue cerrado y con fallas estructurales. El caso más grave es el de Historia Natural, que aún corre peligro de derrumbe.
Texto, Pamela De Vicenzi Torres
No sólo guardan una porción de nuestro patrimonio, sino que en sí mismos constituyen parte de la herencia arquitectónica del país. Los tres museos históricos con sede en Santiago -Histórico y Militar, de Historia Natural e Histórico Nacional- han permanecido en pie durante muchos años, resistiendo al menos una decena de terremotos. El Estado, a través de sus instituciones, realiza esfuerzos económicos para conservarlos, conscientes del deterioro del tiempo y de los fenómenos geográficos, aunque en ocasiones como la de febrero pasado, la magnitud del sismo por poco derribó siglos de historia.
Inmediatamente después del desastre, el Consejo de Monumentos Nacionales revisó la arquitectura antigua afectada. Pero ya ha pasado un año y dos de ellos siguen cerrados al público, esperando los fondos para revertir los daños.
La rehabilitación es un trabajo lento y altamente costoso. Por ello, Magdalena Krebs, directora de la DIBAM, es cautelosa ante esta situación: "No es posible pensar en que un edificio de valor histórico será reparado de manera rápida. Es como un enfermo: tienes que hacer un diagnóstico, los médicos hacen un tratamiento y hay que ver cómo responde el paciente", explica. En general, los museos no sólo necesitan ser arreglados, sino que también requieren "de una ampliación para albergar apropiadamente sus colecciones. Ese es un proyecto de otra envergadura y estamos estudiando distintas alternativas. Pero no se puede esperar magia. Es más complejo intervenir un edificio que construirlo", agrega Krebs.
Al borde del derrumbe
Es uno de los más antiguos de América y fue construido por Paul Lathoud en 1873 para albergar los estudios biológicos de Claudio Gay. El Museo de Historia Natural, ubicado en el parque de la Quinta Normal, se fundó para dar a conocer la naturaleza chilena y exponer distintas especies de flora y fauna. Aunque esta edificación ha resistido todos los terremotos desde su nacimiento, el gran movimiento del año pasado debilitó seriamente su estructura.
A simple vista la fachada no evidencia más daños que unas cuantas grietas. Pero la realidad es distinta al ingresar. En la nave central, el famoso esqueleto de una ballena está envuelto en plásticos y cubierto de polvo. El techo ejerció una gran presión y desde él cayeron trozos de madera. La falla estructural del museo es tan grave que el pronóstico de los expertos es lapidario: una réplica superior a 7 grados, que oscile de este a oeste, lo derribaría como efecto dominó. Por ello es urgente reconstruir los muros de la parte central que sólo cuentan con una base reforzada de hormigón que data de los años cuarenta y que evitó el colapso total.
Debido a que no se obtuvieron fondos adicionales para reformar su estructura, el museo debe desviar para esta función 130 millones de pesos de su presupuesto, destinados a otros fines. Su director, Claudio Gómez, recalca la importancia de la ayuda gubernamental para salvarlo: "Este es un museo nacional, y como tal el Estado debe hacerse cargo en gran parte de su reparación y operación. Es lo que corresponde", afirma.
Para el Día del Patrimonio Nacional la exposición programada debió efectuarse fuera del museo, y quizás este año la historia se repita, ya que el edificio permanecerá cerrado al público al menos hasta que se habilite el primer nivel y la estructura deje de ser un riesgo para los visitantes.
Museo a medias
El edificio Alcázar, que albergó a la Escuela Militar durante la primera mitad del siglo XX, fue construido por Henry Victor Villeneuve en 1887. Inspirado en la arquitectura Neo-manierista francesa, ha funcionado como museo por más de una década, incluso como centro de eventos. El año 2000 sufrió un incendio que terminó con buena parte del inmueble, tras lo cual se restauró por completo.
Aunque los daños provocados por el último gran sismo son de mediana gravedad, el museo permanece cerrado; sólo se abrió el primer piso y su auditorio -reparado en tiempo récord- para llevar a cabo la XVII Bienal de Arquitectura. Sin embargo, el segundo nivel todavía presenta muros con problemas, como uno de la biblioteca que colapsó con la caída de estructuras instaladas en la reconstrucción post incendio. Así también las paredes de las salas de exposición.
El coronel Leonardo Pérez, jefe del Patrimonio Cultural del Ejército, cuenta que las obras tienen un costo de 1.500 millones de pesos, aproximadamente, dinero que proviene de los seguros comprometidos. De éstos, un tercio ya se ocupó en algunas remodelaciones; el resto se empleará durante este año para la reapertura en 2012, mientras se aceleran trámites internos para continuar con los trabajos.
Rescate logrado
Tras dos siglos de existencia, sobrevivió a la catástrofe. El edificio del Museo Histórico Nacional, levantado en 1804 e inaugurado cuatro años después, representa una de las herencias post coloniales de Chile. Juan José de Goycolea y Zañartu fue su arquitecto, quien pensó en una obra Neoclásica para acoger la nueva Real Audiencia, luego de un terremoto que demolió gran parte de las construcciones de aquellos años.
Si bien recibió arreglos antes del 27 de febrero, el desplazamiento de tejas y el desprendimiento de un balcón de la torre obligaron a cerrar sus puertas. Por suerte y para sorpresa de sus funcionarios, la evaluación realizada por los expertos no arrojó resultados negativos. Los objetos que se deterioraron, así como la pintura de la Fundación de Santiago, fueron inmediatamente restaurados, como también unas antiguas placas fotográficas que ya estaban digitalizadas. La eficacia de estas obras permitió la reapertura del primer piso en junio y del segundo en octubre.
"El deterioro fue estético. En 1985 ya se había reforzado la torre, por lo que, en general, la estructura resistió bastante bien. El mayor trabajo fue mover las colecciones", cuenta Isabel Alvarado, su directora. Gracias al aporte de la DIBAM y del Ministerio de Hacienda, fue posible costear la reparación.
El rescate de los museos históricos es un trabajo arduo y a largo plazo, que implica un costo avaluado en cientos de millones de pesos. Lo importante es protegerlos ante una nueva catástrofe, para impedir así la pérdida de una gran parte de la historia chilena.
Texto, Pamela De Vicenzi Torres.
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jueves, 24 de febrero de 2011
Jacques Loire: la historia del francés que restaurará los vitrales de su padre
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domingo 20 de febrero de 2011
VISITA Esta semana evaluó los daños en la basílica de Lourdes:
El artista tendrá la misión de reconstruir, en su taller en Chartres, la obra que su progenitor realizó hace 60 años para el templo santiaguino.
Gustavo Villavicencio
Si hay algo que los religiosos asuncionistas tienen es perseverancia. Once meses fueron necesarios para que el superior provincial de esa comunidad religiosa -que atiende la basílica de Lourdes, en la comuna de Quinta Normal- lograra convencer al vitralista francés Jacques Loire, para que dejara su taller en Chartres (Francia) y viniera a nuestro país a evaluar los daños sufridos, tras el terremoto de febrero de 2010, en los grandes vitrales realizados por su padre Gabriel Loire, a finales de los años 40.
Hace una década que Jacques Loire no pisaba la basílica de Lourdes en Santiago y se emociona al recorrer y mirar con asombro la obra que su progenitor hizo cuando él tenía siete años. Loire conoce mejor que nadie el trabajo realizado en esta iglesia y durante su recorrido junto a "El Mercurio", es capaz de percatarse de los más mínimos daños sufridos por los vitrales del templo, que a simple viste no se logran ver. A sus 78 años, confiesa que su mejor escuela fue su padre, quien falleció en 1996, dejando su trabajo distribuido en iglesias de los cinco continentes. Ahora lo continúa el mismo.
Su actual taller fue construido por su padre y se encuentra ubicado a 80 kilómetros de París, donde es vecino de la imponente Catedral de Chartres. El "atelier" de los Loire, se caracteriza por contar con varios "bodegones", algunos de ellos adaptados para albergar vitrales en su tamaño natural. Actualmente en el taller trabaja la tercera generación Loire, cuyo trabajo en el mundo es conocido principalmente por la "tradición oral", ya que todas sus obras las realizan por encargo, la técnica más usada por ellos es la conocida como "martilleo", donde el vidrio es trabajado con un martillo y cincel, como si se tratara de una escultura. El espacio cuenta con grandes áreas verdes, donde los vitrales son expuestos al sol y las inclemencias del tiempo para ver su resistencia. Sólo en Francia el taller tiene obras distribuidas en más de una treintena de iglesias.
Después de permanecer una semana en Chile y realizar una cuidadosa inspección a los 652 metros cuadrados de vitrales, Loire comenta "cuando me enteré del terremoto de Chile, inmediatamente pensé que había sucedido lo peor con las obras realizadas por mi padre. Las fotos que me llegaban me mostraban un desastre... Estando ahora en terreno me doy cuenta de que los daños son bastantes serios y que los vitrales que resultaron dañados tendrán que ser restaurados en mi taller en Francia, ya que ahí se encuentra las maquetas originales de cada uno de ellos", comenta.
Los daños provocados por el terremoto en el conjunto llamado "los misterios del rosario" no fueron menores, a dos de las ocho columnas se les desplomaron 20 paneles, lo que hace complicada su restauración porque su contenido, por su carácter figurativo, es difícil de reconocer y sólo pueden ser restaurados con las maquetas originales.
Un equipo de no más de 15 personas será el responsable de volver a dar vida a los vitrales de Lourdes. La tarea no será fácil, primero habrá que revisar cuidadosamente los planos originales y desde esa base rehacer las estructuras dañadas. Lo más complicado de todo el proceso será dar con el color de los originales de los vidrios, los que en su mayoría ya no existen. El costo total de la restauración se eleva a los 400 millones, dinero que actualmente gestiona una comisión, encabezada por el religioso asuncionista Ramón Gutiérrez, director del "Eco de Lourdes".
Según Loire, el daño en la basílica de Lourdes podría haber sido mayor. "En 1985, mi padre solicitó a los asuncionistas reforzar algunos vitrales con huinchas de metal, lo que sin duda ayudó a que no se cayeran. Esta técnica se usó principalmente en los de mayor tamaño, como el Árbol de Jessé, que se encuentra ubicado sobre el coro".
Actualmente las piezas que resultaron dañadas se encuentran embaladas en Lourdes, listas para partir en marzo a Francia, donde el proceso de restauración tomará aproximadamente ocho meses. "Estos vitrales son piezas complejas, ya que están divididos en varias ventanas, con los desplomes del terremoto las piezas están completamente mezcladas, existen muchos trozos de vidrio que no podrán ser utilizados nuevamente. Ahí está el desafío de nuestro taller, habrá que rehacer las piezas, con la misma técnica que se usó hace 60 años: un trozo de vidrio, por un lado plano y por otro martillado, que no debe tener más de dos centímetros de espesor. Es una técnica muy antigua, que muy pocos centros de restauración realizan en el mundo", cuenta Loire.
¿Se encuentra en extinción el arte de los vitrales? La respuesta de Loire es enérgica: "Jamás, es un arte que no muere, siempre se van a construir catedrales e iglesias, esto es arte y arte sacro puro, que no puede ser reemplazado por nada. Es un encuentro personal del hombre con Dios, por medio de la luz, el color y el vidrio".
El trabajo realizado por Gabriel Loire en Lourdes, según su hijo, "es un verdadero patrimonio artístico para el pueblo chileno. Es por eso que quise venir y he puesto mi taller a disposición de los religiosos asuncionistas, a pesar de tener mucho trabajo, asumir este desafío que sin duda representará mucho esfuerzo para los peregrinos de Lourdes y para nosotros como empresa familiar. La idea nuestra es intentar mantener vivo el recuerdo de nuestro padre, que pasó varios años de su vida realizando esta obra", señala el artista.
Un vitral misterioso
Ubicado en el lado norte de la basílica, sobre el altar del Sagrado Corazón, se encuentra el vitral de los misterios del Rosario, que será el primero en ser reparado en Francia.
La ubicación de estos vitrales obliga a observarlos desde el centro y luego mirar hacia cada costado. Están colocados en delgadas hileras de ocho ventanales. Algunos estudiosos del tema indican en sus obras que "hubo un problema de instalación" porque los vitrales no muestran el orden acostumbrado de los quince misterios del Rosario. Según los Asuncionistas, no hubo un error, sino la voluntad del padre Zenobio Goffart, quien determinó su ubicación final.
Para el visitante resulta un verdadero desafío encontrar los quince misterios del rosario, pero están. La fecha de esta obra, conforme a la firma que se encuentra en una de las vidrieras, es del año 1949.
Foto:KAREN CRAVERO
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domingo 20 de febrero de 2011
VISITA Esta semana evaluó los daños en la basílica de Lourdes:
El artista tendrá la misión de reconstruir, en su taller en Chartres, la obra que su progenitor realizó hace 60 años para el templo santiaguino.
Gustavo Villavicencio
Si hay algo que los religiosos asuncionistas tienen es perseverancia. Once meses fueron necesarios para que el superior provincial de esa comunidad religiosa -que atiende la basílica de Lourdes, en la comuna de Quinta Normal- lograra convencer al vitralista francés Jacques Loire, para que dejara su taller en Chartres (Francia) y viniera a nuestro país a evaluar los daños sufridos, tras el terremoto de febrero de 2010, en los grandes vitrales realizados por su padre Gabriel Loire, a finales de los años 40.
Hace una década que Jacques Loire no pisaba la basílica de Lourdes en Santiago y se emociona al recorrer y mirar con asombro la obra que su progenitor hizo cuando él tenía siete años. Loire conoce mejor que nadie el trabajo realizado en esta iglesia y durante su recorrido junto a "El Mercurio", es capaz de percatarse de los más mínimos daños sufridos por los vitrales del templo, que a simple viste no se logran ver. A sus 78 años, confiesa que su mejor escuela fue su padre, quien falleció en 1996, dejando su trabajo distribuido en iglesias de los cinco continentes. Ahora lo continúa el mismo.
Su actual taller fue construido por su padre y se encuentra ubicado a 80 kilómetros de París, donde es vecino de la imponente Catedral de Chartres. El "atelier" de los Loire, se caracteriza por contar con varios "bodegones", algunos de ellos adaptados para albergar vitrales en su tamaño natural. Actualmente en el taller trabaja la tercera generación Loire, cuyo trabajo en el mundo es conocido principalmente por la "tradición oral", ya que todas sus obras las realizan por encargo, la técnica más usada por ellos es la conocida como "martilleo", donde el vidrio es trabajado con un martillo y cincel, como si se tratara de una escultura. El espacio cuenta con grandes áreas verdes, donde los vitrales son expuestos al sol y las inclemencias del tiempo para ver su resistencia. Sólo en Francia el taller tiene obras distribuidas en más de una treintena de iglesias.
Después de permanecer una semana en Chile y realizar una cuidadosa inspección a los 652 metros cuadrados de vitrales, Loire comenta "cuando me enteré del terremoto de Chile, inmediatamente pensé que había sucedido lo peor con las obras realizadas por mi padre. Las fotos que me llegaban me mostraban un desastre... Estando ahora en terreno me doy cuenta de que los daños son bastantes serios y que los vitrales que resultaron dañados tendrán que ser restaurados en mi taller en Francia, ya que ahí se encuentra las maquetas originales de cada uno de ellos", comenta.
Los daños provocados por el terremoto en el conjunto llamado "los misterios del rosario" no fueron menores, a dos de las ocho columnas se les desplomaron 20 paneles, lo que hace complicada su restauración porque su contenido, por su carácter figurativo, es difícil de reconocer y sólo pueden ser restaurados con las maquetas originales.
Un equipo de no más de 15 personas será el responsable de volver a dar vida a los vitrales de Lourdes. La tarea no será fácil, primero habrá que revisar cuidadosamente los planos originales y desde esa base rehacer las estructuras dañadas. Lo más complicado de todo el proceso será dar con el color de los originales de los vidrios, los que en su mayoría ya no existen. El costo total de la restauración se eleva a los 400 millones, dinero que actualmente gestiona una comisión, encabezada por el religioso asuncionista Ramón Gutiérrez, director del "Eco de Lourdes".
Según Loire, el daño en la basílica de Lourdes podría haber sido mayor. "En 1985, mi padre solicitó a los asuncionistas reforzar algunos vitrales con huinchas de metal, lo que sin duda ayudó a que no se cayeran. Esta técnica se usó principalmente en los de mayor tamaño, como el Árbol de Jessé, que se encuentra ubicado sobre el coro".
Actualmente las piezas que resultaron dañadas se encuentran embaladas en Lourdes, listas para partir en marzo a Francia, donde el proceso de restauración tomará aproximadamente ocho meses. "Estos vitrales son piezas complejas, ya que están divididos en varias ventanas, con los desplomes del terremoto las piezas están completamente mezcladas, existen muchos trozos de vidrio que no podrán ser utilizados nuevamente. Ahí está el desafío de nuestro taller, habrá que rehacer las piezas, con la misma técnica que se usó hace 60 años: un trozo de vidrio, por un lado plano y por otro martillado, que no debe tener más de dos centímetros de espesor. Es una técnica muy antigua, que muy pocos centros de restauración realizan en el mundo", cuenta Loire.
¿Se encuentra en extinción el arte de los vitrales? La respuesta de Loire es enérgica: "Jamás, es un arte que no muere, siempre se van a construir catedrales e iglesias, esto es arte y arte sacro puro, que no puede ser reemplazado por nada. Es un encuentro personal del hombre con Dios, por medio de la luz, el color y el vidrio".
El trabajo realizado por Gabriel Loire en Lourdes, según su hijo, "es un verdadero patrimonio artístico para el pueblo chileno. Es por eso que quise venir y he puesto mi taller a disposición de los religiosos asuncionistas, a pesar de tener mucho trabajo, asumir este desafío que sin duda representará mucho esfuerzo para los peregrinos de Lourdes y para nosotros como empresa familiar. La idea nuestra es intentar mantener vivo el recuerdo de nuestro padre, que pasó varios años de su vida realizando esta obra", señala el artista.
Un vitral misterioso
Ubicado en el lado norte de la basílica, sobre el altar del Sagrado Corazón, se encuentra el vitral de los misterios del Rosario, que será el primero en ser reparado en Francia.
La ubicación de estos vitrales obliga a observarlos desde el centro y luego mirar hacia cada costado. Están colocados en delgadas hileras de ocho ventanales. Algunos estudiosos del tema indican en sus obras que "hubo un problema de instalación" porque los vitrales no muestran el orden acostumbrado de los quince misterios del Rosario. Según los Asuncionistas, no hubo un error, sino la voluntad del padre Zenobio Goffart, quien determinó su ubicación final.
Para el visitante resulta un verdadero desafío encontrar los quince misterios del rosario, pero están. La fecha de esta obra, conforme a la firma que se encuentra en una de las vidrieras, es del año 1949.
Foto:KAREN CRAVERO
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Mineros visitaron el Muro de los Lamentos y el Santo Sepulcro en Jerusalén
http://www.la2da.cl/
Jueves 24 de Febrero del 2011
Con su inseparable bandera chilena, los 25 mineros que aceptaron la invitación del gobierno israelí para visitar Tierra Santa, hoy conocieron baluartes del mundo cristiano.
José Henríquez, conocido como “el pastor”, afirmó ante la prensa que “Es algo hermoso poder estar donde aquel Dios que nosotros clamamos allá en la mina nos respondió. Es maravilloso poder estar donde el hijo de Dios vino a rescatar a los que se habían perdido”.
La ciudad vieja de Jerusalén, el Monte de los Olivos, la iglesia de la Natividad en Belén, la ciudad de Nazaret o el escenario del milagro de los panes y peces son algunos de los puntos principales del viaje.
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http://www.emol.com/
Viernes 25 de Febrero del 2011
Emotiva visita a Jerusalén:
Mineros agradecen en Tierra Santa el milagro de estar vivos
La Iglesia del Santo Sepulcro y el Muro de los Lamentos centraron su atención.
El grupo efectuó un recorrido por los lugares sagrados de Jerusalén, como el Monte de los Olivos y la Iglesia del Santo Sepulcro, donde agradecieron el milagro de estar vivos tras el accidente en la mina San José.
Ana Cárdenas, Jerusalén, EFE
"Es una sensación enorme, maravillosa. Para todo creyente es un sueño cumplido", explicó un emocionado Samuel Ávalos en Jesuralén. El minero, junto a 24 compañeros que permanecieron atrapados 69 días en el yacimiento San José, mostró su fervor religioso al iniciar una visita por Tierra Santa. Junto a sus familias fueron invitados por el Gobierno de Israel.
Caminaron por las empedradas calles de la ciudadela, manifestando su recogimiento y emoción por conocer los mismos lugares en los cuales estuvo Jesús.
Los mineros recorrieron las primeras 9 estaciones de la Vía Dolorosa, que comienza donde Jesús fue condenado a muerte, hasta llegar a la plaza de la Iglesia del Santo Sepulcro, en la que fueron recibidos con aplausos por los turistas y religiosos que los reconocieron. En la Basílica, el lugar más sagrado del cristianismo, visitaron las estaciones que marcan los lugares donde Cristo fue crucificado, yació, fue enterrado y resucitó.
Luego recorrieron los barrios musulmán y judío hasta llegar al Muro de los Lamentos, donde fueron recibidos por Shmuel Rabinovitch, rabino del lugar más sagrado para el judaísmo.
Tocados con una kipá (el solideo judío), los mineros escribieron buenos deseos y mensajes de agradecimiento por estar vivos tras quedar atrapados a 700 metros de profundidad, que colocaron en las rendijas de las piedras del muro.
Allí también lucieron la bandera chilena, saludaron y se sacaron fotos con los transeúntes.
_________
''Tenemos muchos viajes, pero éste es el que nos queda para toda la vida".
VÍCTOR ZAMORA
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Jueves 24 de Febrero del 2011
Con su inseparable bandera chilena, los 25 mineros que aceptaron la invitación del gobierno israelí para visitar Tierra Santa, hoy conocieron baluartes del mundo cristiano.
José Henríquez, conocido como “el pastor”, afirmó ante la prensa que “Es algo hermoso poder estar donde aquel Dios que nosotros clamamos allá en la mina nos respondió. Es maravilloso poder estar donde el hijo de Dios vino a rescatar a los que se habían perdido”.
La ciudad vieja de Jerusalén, el Monte de los Olivos, la iglesia de la Natividad en Belén, la ciudad de Nazaret o el escenario del milagro de los panes y peces son algunos de los puntos principales del viaje.
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Viernes 25 de Febrero del 2011
Emotiva visita a Jerusalén:
Mineros agradecen en Tierra Santa el milagro de estar vivos
La Iglesia del Santo Sepulcro y el Muro de los Lamentos centraron su atención.
El grupo efectuó un recorrido por los lugares sagrados de Jerusalén, como el Monte de los Olivos y la Iglesia del Santo Sepulcro, donde agradecieron el milagro de estar vivos tras el accidente en la mina San José.
Ana Cárdenas, Jerusalén, EFE
"Es una sensación enorme, maravillosa. Para todo creyente es un sueño cumplido", explicó un emocionado Samuel Ávalos en Jesuralén. El minero, junto a 24 compañeros que permanecieron atrapados 69 días en el yacimiento San José, mostró su fervor religioso al iniciar una visita por Tierra Santa. Junto a sus familias fueron invitados por el Gobierno de Israel.
Caminaron por las empedradas calles de la ciudadela, manifestando su recogimiento y emoción por conocer los mismos lugares en los cuales estuvo Jesús.
Los mineros recorrieron las primeras 9 estaciones de la Vía Dolorosa, que comienza donde Jesús fue condenado a muerte, hasta llegar a la plaza de la Iglesia del Santo Sepulcro, en la que fueron recibidos con aplausos por los turistas y religiosos que los reconocieron. En la Basílica, el lugar más sagrado del cristianismo, visitaron las estaciones que marcan los lugares donde Cristo fue crucificado, yació, fue enterrado y resucitó.
Luego recorrieron los barrios musulmán y judío hasta llegar al Muro de los Lamentos, donde fueron recibidos por Shmuel Rabinovitch, rabino del lugar más sagrado para el judaísmo.
Tocados con una kipá (el solideo judío), los mineros escribieron buenos deseos y mensajes de agradecimiento por estar vivos tras quedar atrapados a 700 metros de profundidad, que colocaron en las rendijas de las piedras del muro.
Allí también lucieron la bandera chilena, saludaron y se sacaron fotos con los transeúntes.
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''Tenemos muchos viajes, pero éste es el que nos queda para toda la vida".
VÍCTOR ZAMORA
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Museo de Historia Natural el terremoto es también una oportunidad
http://www.emol.com/
Fecha: 24 de febrero de 2011
"Queremos prolongar su vida por cien años más", dice su director acerca del plan de reconstrucción proyectado a ocho años. En 2012 abrirá su primer nivel.
"Será un trabajo quirúrgico", dicen en Dibam con respecto a la incorporación de refuerzos estructurales modernos en una lógica de arquitectura decimonónica.
IÑIGO DÍAZ
Las curiosidades sísmicas indican que con el 27-F, por ejemplo, se quebraron más platos en una casa cualquiera que piezas en el Museo de Historia Natural. Apenas 12, de un total de un millón 500 mil unidades. "Es que después del terremoto de 1985 aprendimos la lección. Esa vez las colecciones sufrieron graves daños. Ahora estábamos preparados", comenta Magdalena Krebs, directora de la Dibam.
Por el contrario, el edificio de 1875 que las alberga se convirtió en el más dañado de toda la red Dibam. Según los ingenieros estructurales y arquitectos que comenzaron los trabajos de revisión el 25 de enero, el hall central del museo, donde se ubica el esqueleto de ballena, no se desplomó únicamente gracias a los ocho contrafuertes de hormigón recién descubiertos que sostienen sus pilares.
Esta semana comenzaron los trabajos de recuperación de su principal espacio, con la instalación de doce pilares como refuerzos estructurales (ver infografía), que tomará seis meses, con un costo de 130 millones de pesos. Reabrirá su primer nivel a más tardar a mediados de 2012.
"El edificio soportó seis sismos de más de 7 grados, y éste fue el que le dio el golpe de gracia. El terremoto provocó mucho daño, pero también se presentó como una oportunidad: era el minuto para el Museo de Historia Nacional", señala Krebs.
El plan de reconstrucción completo está proyectado a ocho años. "Con esos arreglos queremos prolongar su vida por cien años más", dice el director, Claudio Gómez. Los trabajos iniciales ayudarán a mantener activo un museo de alta convocatoria, hasta que deba cerrar por los últimos tres años de ese proyecto.
La idea es abordar no sólo las deficiencias arquitectónicas, sino también espaciales y de servicios, "como los que ofrecen los principales museos del mundo", apunta Krebs. Se proyectan una sala multiuso, nuevos espacios para exposiciones permanentes y temporales, y la capacidad de recepción de muestras internacionales, que requieren climatización y vigilancia.
En 2010, con el museo itinerante en comunas y la estación del metro Quinta Normal, atendió a 436 mil usuarios, y en 2009, 404 mil. "Pensamos que se puede duplicar esa capacidad. Con un buen proyecto incluso podríamos recibir un millón de personas. Este es un museo muy querido por la familia, los niños y los escolares", dice Krebs. Está en lo cierto: después del terremoto recibieron muchos llamados preguntando por el gorila y la ballena.
Chile biogeográfico: luz al final del túnel
Una de las primeras reestructuraciones será la muestra "Chile biogeográfico", conocida popularmente como "el túnel", dado que ofrece al visitante un viaje a oscuras por el tiempo y la diversidad del territorio de norte a sur. El problema es que desde su inauguración, en 1982, no ha tenido mejoras sustanciales.
"El público se confundía, porque no hay ninguna señalética establecida, y lo que es peor, creía que estaba obligado a recorrerlo entero para llegar a la salida. Algunas personas huían del lugar", dice la funcionaria Bernardita Ojeda.
Son 250 metros de túnel, que, además, no tienen altura ni ancho suficientes (en su parte más angosta apenas considera 50 centímetros). Sobrepasa una cantidad tolerable de textos explicativos en vitrinas y dioramas, y mantiene una iluminación de tubos fluorescentes que incluso había dañado algunas piezas.
La empresa Recrea, que se adjudicó el proyecto (250 millones de pesos), se encargará del rediseño gráfico y espacial, con paneles desmontables y ensanchados del túnel hasta alcanzar los cuatro metros. Diav, en tanto, implementará una nueva iluminación, basada en los tipos de luz de las distintas zonas: a mayor latitud será más azul (y no verde como en el standard fluorescente), lo que permitirá una experiencia tan real como la observación de animales taxidermizados.
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Fecha: 24 de febrero de 2011
"Queremos prolongar su vida por cien años más", dice su director acerca del plan de reconstrucción proyectado a ocho años. En 2012 abrirá su primer nivel.
"Será un trabajo quirúrgico", dicen en Dibam con respecto a la incorporación de refuerzos estructurales modernos en una lógica de arquitectura decimonónica.
IÑIGO DÍAZ
Las curiosidades sísmicas indican que con el 27-F, por ejemplo, se quebraron más platos en una casa cualquiera que piezas en el Museo de Historia Natural. Apenas 12, de un total de un millón 500 mil unidades. "Es que después del terremoto de 1985 aprendimos la lección. Esa vez las colecciones sufrieron graves daños. Ahora estábamos preparados", comenta Magdalena Krebs, directora de la Dibam.
Por el contrario, el edificio de 1875 que las alberga se convirtió en el más dañado de toda la red Dibam. Según los ingenieros estructurales y arquitectos que comenzaron los trabajos de revisión el 25 de enero, el hall central del museo, donde se ubica el esqueleto de ballena, no se desplomó únicamente gracias a los ocho contrafuertes de hormigón recién descubiertos que sostienen sus pilares.
Esta semana comenzaron los trabajos de recuperación de su principal espacio, con la instalación de doce pilares como refuerzos estructurales (ver infografía), que tomará seis meses, con un costo de 130 millones de pesos. Reabrirá su primer nivel a más tardar a mediados de 2012.
"El edificio soportó seis sismos de más de 7 grados, y éste fue el que le dio el golpe de gracia. El terremoto provocó mucho daño, pero también se presentó como una oportunidad: era el minuto para el Museo de Historia Nacional", señala Krebs.
El plan de reconstrucción completo está proyectado a ocho años. "Con esos arreglos queremos prolongar su vida por cien años más", dice el director, Claudio Gómez. Los trabajos iniciales ayudarán a mantener activo un museo de alta convocatoria, hasta que deba cerrar por los últimos tres años de ese proyecto.
La idea es abordar no sólo las deficiencias arquitectónicas, sino también espaciales y de servicios, "como los que ofrecen los principales museos del mundo", apunta Krebs. Se proyectan una sala multiuso, nuevos espacios para exposiciones permanentes y temporales, y la capacidad de recepción de muestras internacionales, que requieren climatización y vigilancia.
En 2010, con el museo itinerante en comunas y la estación del metro Quinta Normal, atendió a 436 mil usuarios, y en 2009, 404 mil. "Pensamos que se puede duplicar esa capacidad. Con un buen proyecto incluso podríamos recibir un millón de personas. Este es un museo muy querido por la familia, los niños y los escolares", dice Krebs. Está en lo cierto: después del terremoto recibieron muchos llamados preguntando por el gorila y la ballena.
Chile biogeográfico: luz al final del túnel
Una de las primeras reestructuraciones será la muestra "Chile biogeográfico", conocida popularmente como "el túnel", dado que ofrece al visitante un viaje a oscuras por el tiempo y la diversidad del territorio de norte a sur. El problema es que desde su inauguración, en 1982, no ha tenido mejoras sustanciales.
"El público se confundía, porque no hay ninguna señalética establecida, y lo que es peor, creía que estaba obligado a recorrerlo entero para llegar a la salida. Algunas personas huían del lugar", dice la funcionaria Bernardita Ojeda.
Son 250 metros de túnel, que, además, no tienen altura ni ancho suficientes (en su parte más angosta apenas considera 50 centímetros). Sobrepasa una cantidad tolerable de textos explicativos en vitrinas y dioramas, y mantiene una iluminación de tubos fluorescentes que incluso había dañado algunas piezas.
La empresa Recrea, que se adjudicó el proyecto (250 millones de pesos), se encargará del rediseño gráfico y espacial, con paneles desmontables y ensanchados del túnel hasta alcanzar los cuatro metros. Diav, en tanto, implementará una nueva iluminación, basada en los tipos de luz de las distintas zonas: a mayor latitud será más azul (y no verde como en el standard fluorescente), lo que permitirá una experiencia tan real como la observación de animales taxidermizados.
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martes, 22 de febrero de 2011
Resurgen los lofts en el centro de Santiago
www.latercera.com
martes 22 de febrero de 2011
Resurgen los lofts en el centro de Santiago
Convertir en lofts las viejas casonas de los barrios tradicionales, como República, Yungay y Dieciocho, está de moda. Los proyectos están en la mira de profesionales jóvenes que valoran la restauración de edificios y vecindarios con historia.
por Darío Zambra
En busca de sitios para levantar un nuevo edificio de departamentos, en 2007, los dueños de una joven inmobiliaria dieron con un terreno en la calle José Miguel Carrera, en el barrio República. Pertenecía a una empresa de repuestos de autos y tenía una particularidad: incluía una antigua casona, que data de la primera década del siglo XX.
Estaba en pésimo estado. "Tenía 40 centímetros de basura y había hoyos en las paredes", cuenta Gonzalo Santolaya, gerente comercial de Deisa, la inmobiliaria detrás de esta tendencia.
El arquitecto Hugo Vicuña, de la oficina de Ruiz Tagle Vicuña y también propietario del proyecto, cuenta que entonces decidieron hacer un edificio dentro de la casona, de 600 m2. Sólo se conservó la fachada principal. "Toda la parte de atrás se demolió", explica el arquitecto.
Al interior del inmueble se construyeron 10 lofts de 70 m2 -en promedio- cada uno. Además, se levantaron otros 10 en un edificio nuevo contiguo, con la que comparten un espacio abierto común, que busca recrear el patio original de la casa.
Y eso no fue todo. A la derecha se levantaron 193 departamentos convencionales que, según Vicuña, se relacionan armónicamente con la antigua casona. "La incorporación de un edificio de departamentos hace más rentable el negocio, porque hacer este tipo de restauraciones es muy caro", asegura el arquitecto David Assael, fundador de Plataforma Networks.
El interés por habitar estos espacios, inspirados en los edificios del Soho neoyorquino, proviene principalmente de profesionales jóvenes ABC1 que, en su mayoría, no tienen hijos. Ellos valoran residir en barrios con historia. "Algunos tienen un vínculo con el barrio, porque sus padres o sus abuelos en algún momento vivieron ahí, cuando el sector estaba en manos de la clase alta", afirma Vicuña.
Assael explica que las primeras iniciativas de este tipo surgieron a comienzos de la década pasada. "Hubo un par de empresas que lo hicieron, pero no les fue muy bien, porque el negocio tiene mucho riesgo. Todos requieren un subsidio patrimonial muy fuerte por parte del Estado y del municipio, que nunca se realizó", asegura.
El arquitecto asegura que el boom de los lofts se produjo entre 2000 y 2007, pero ese año la oferta decayó por lo poco rentable. Ahora, este tipo de viviendas volvió a ser parte de la oferta inmobiliaria del centro.
Varios de estos proyectos se concentran en el sector de Yungay y Brasil. En enero pasado, una conocida inmobiliaria vendió el último de los nueve lofts que tenía en la calle Cueto con Santo Domingo. Su principal característica es que habían rescatado la fachada de una casona que data de fines del siglo XIX y que perteneció al naturalista Ignacio Domeyko.
En la calle Lucrecia de Valdés, en pleno barrio Yungay, otra empresa restauró dos mansiones de principios del siglo pasado para construir un proyecto de 12 lofts.
Los propietarios del edificio de Carrera ya vendieron el 20% del proyecto. Tanto les gustó la experiencia, que buscaron otro lugar para concretar una iniciativa similar. Y encontraron una extensa propiedad, de estilo neoclásico francés, en la calle Dieciocho, que abarcaba cuatro números: la casona E.F. Harrington, construida en 1911 por el arquitecto del mismo nombre. Ocupa casi toda la manzana comprendida entre las calles Dieciocho y San Ignacio, y está a espaldas del Palacio Cousiño. Aunque parece uno más de los caserones que tuvo este barrio en su época de esplendor, Vicuña cuenta que, más bien, era utilizado como un cité o un conventillo. "Ahí vivían varias familias hasta hace poco".
La iniciativa tuvo que ser aprobada por el Consejo de Monumentos Nacionales, por su carácter de Conservación Histórica. Hoy en el lugar se construyen 30 lofts y un edificio contiguo de ocho pisos. Ambos estarán conectados por los tres patios interiores originales del inmueble.
Tan entusiasta ha sido el negocio para Deisa y Ruiz Tagle y Vicuña, que actualmente están buscando más casonas en la zona del Club Hípico, Cumming y el barrio Brasil. "Todo esto tiene un dejo de satisfacción personal, porque si no se hicieran este tipo de proyectos quedarían botadas y, en el mejor de los casos, terminarían con okupas", concluye Vicuña.
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martes 22 de febrero de 2011
Resurgen los lofts en el centro de Santiago
Convertir en lofts las viejas casonas de los barrios tradicionales, como República, Yungay y Dieciocho, está de moda. Los proyectos están en la mira de profesionales jóvenes que valoran la restauración de edificios y vecindarios con historia.
por Darío Zambra
En busca de sitios para levantar un nuevo edificio de departamentos, en 2007, los dueños de una joven inmobiliaria dieron con un terreno en la calle José Miguel Carrera, en el barrio República. Pertenecía a una empresa de repuestos de autos y tenía una particularidad: incluía una antigua casona, que data de la primera década del siglo XX.
Estaba en pésimo estado. "Tenía 40 centímetros de basura y había hoyos en las paredes", cuenta Gonzalo Santolaya, gerente comercial de Deisa, la inmobiliaria detrás de esta tendencia.
El arquitecto Hugo Vicuña, de la oficina de Ruiz Tagle Vicuña y también propietario del proyecto, cuenta que entonces decidieron hacer un edificio dentro de la casona, de 600 m2. Sólo se conservó la fachada principal. "Toda la parte de atrás se demolió", explica el arquitecto.
Al interior del inmueble se construyeron 10 lofts de 70 m2 -en promedio- cada uno. Además, se levantaron otros 10 en un edificio nuevo contiguo, con la que comparten un espacio abierto común, que busca recrear el patio original de la casa.
Y eso no fue todo. A la derecha se levantaron 193 departamentos convencionales que, según Vicuña, se relacionan armónicamente con la antigua casona. "La incorporación de un edificio de departamentos hace más rentable el negocio, porque hacer este tipo de restauraciones es muy caro", asegura el arquitecto David Assael, fundador de Plataforma Networks.
El interés por habitar estos espacios, inspirados en los edificios del Soho neoyorquino, proviene principalmente de profesionales jóvenes ABC1 que, en su mayoría, no tienen hijos. Ellos valoran residir en barrios con historia. "Algunos tienen un vínculo con el barrio, porque sus padres o sus abuelos en algún momento vivieron ahí, cuando el sector estaba en manos de la clase alta", afirma Vicuña.
Assael explica que las primeras iniciativas de este tipo surgieron a comienzos de la década pasada. "Hubo un par de empresas que lo hicieron, pero no les fue muy bien, porque el negocio tiene mucho riesgo. Todos requieren un subsidio patrimonial muy fuerte por parte del Estado y del municipio, que nunca se realizó", asegura.
El arquitecto asegura que el boom de los lofts se produjo entre 2000 y 2007, pero ese año la oferta decayó por lo poco rentable. Ahora, este tipo de viviendas volvió a ser parte de la oferta inmobiliaria del centro.
Varios de estos proyectos se concentran en el sector de Yungay y Brasil. En enero pasado, una conocida inmobiliaria vendió el último de los nueve lofts que tenía en la calle Cueto con Santo Domingo. Su principal característica es que habían rescatado la fachada de una casona que data de fines del siglo XIX y que perteneció al naturalista Ignacio Domeyko.
En la calle Lucrecia de Valdés, en pleno barrio Yungay, otra empresa restauró dos mansiones de principios del siglo pasado para construir un proyecto de 12 lofts.
Los propietarios del edificio de Carrera ya vendieron el 20% del proyecto. Tanto les gustó la experiencia, que buscaron otro lugar para concretar una iniciativa similar. Y encontraron una extensa propiedad, de estilo neoclásico francés, en la calle Dieciocho, que abarcaba cuatro números: la casona E.F. Harrington, construida en 1911 por el arquitecto del mismo nombre. Ocupa casi toda la manzana comprendida entre las calles Dieciocho y San Ignacio, y está a espaldas del Palacio Cousiño. Aunque parece uno más de los caserones que tuvo este barrio en su época de esplendor, Vicuña cuenta que, más bien, era utilizado como un cité o un conventillo. "Ahí vivían varias familias hasta hace poco".
La iniciativa tuvo que ser aprobada por el Consejo de Monumentos Nacionales, por su carácter de Conservación Histórica. Hoy en el lugar se construyen 30 lofts y un edificio contiguo de ocho pisos. Ambos estarán conectados por los tres patios interiores originales del inmueble.
Tan entusiasta ha sido el negocio para Deisa y Ruiz Tagle y Vicuña, que actualmente están buscando más casonas en la zona del Club Hípico, Cumming y el barrio Brasil. "Todo esto tiene un dejo de satisfacción personal, porque si no se hicieran este tipo de proyectos quedarían botadas y, en el mejor de los casos, terminarían con okupas", concluye Vicuña.
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200 años de vacaciones a la chilena
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18/09/2010 - 11:18
Ocho horas demoraba un tren a Valparaíso y tres días a Antofagasta. Las primeras posadas eran un simple rancho con suelo de barro y, curiosamente, siempre estaban en manos de extranjeros. Vacacionar, hace años, era una odisea, que implicaba salir literalmente con camas y petacas.
por Pedro Arraztio/ Gonzalo Argandoña -
Rosa Bravo tiene 100 años. Casi 101. Y desde ya, Rosa tiene pensado qué va a hacer este verano, que es lo mismo que hace todos los veranos desde 1915: ir a pasear a la playa.
Por supuesto, mucha agua ha pasado bajo el puente y hoy todo es distinto. Antes, por ejemplo, cuando ella tenía menos de 10 años, los preparativos del viaje eran bastante más glamorosos.
Implicaban vagones de primera clase, carruajes, reservas en hoteles exclusivos de Cartagena y una patota familiar de más de 30 personas. El trayecto en tren desde Santiago demoraba algo más de tres horas y el recorrido arriba de los vagones era un inicio perfecto, que permitía hacerse de amigos, sin importar si iban en el mismo carro o viajaban en tercera.
Pero ¿qué tan diferente era la manera de viajar de los chilenos de hace uno o dos siglos atrás? ¿Cuáles eran sus principales destinos de vacaciones? ¿Qué se hacía durante el viaje? Aprovechando el aire reflexivo y nostálgico de este Bicentenario, una revisión de cómo eran los viajes y el turismo en el Chile de antes.
LA IMPORTANCIA DEL TREN
El ferrocarril literalmente "abrió el país" a mediados del siglo XIX. El primer tramo fue de Copiapó a Caldera, inaugurado en 1851 por Guillermo Wheelright.
Los cronistas de la época señalan que muchas personas, al escuchar el ruido de la locomotora y divisar el humo, "arrancaron a los cerros presos del pánico". Sin embargo, y a pesar de la impresión inicial, no pasaron muchos años antes de que el tren se convirtiera en el principal medio de transporte entre las ciudades más grandes.
En 1856, las vías siguieron de Santiago al sur y el tramo entre la capital y Valparaíso se inauguró en 1863, trayecto que en un principio demoraba ocho horas. No tardaron en aparecer los primeros coches-cama, aunque no sin inconvenientes: estos servicios fueron suprimidos en la línea a Valparaíso en 1873, por estar habilitado sólo para hombres y consistir únicamente en proporcionar un colchón y una almohada.
A inicios del siglo XX, el ferrocarril se convirtió en el principal impulsor del turismo nacional. En 1911 ya existía un coche especial para viajes de novios y en 1934 creó una empresa hotelera levantando el Gran Hotel Pucón y Gran Hotel de Puerto Varas, e incluso intentó un ambicioso proyecto de hospedaje en un lugar sumamente inhóspito y exótico para la época: la laguna San Rafael. También potenció el turismo a través de la edición de una "Guía de Viaje" y la propia revista En Viaje, que a partir de 1933 realizaba crónicas no sólo de los destinos nacionales, desde Curacautín hasta Isla de Pascua, sino que también incentivaba el turismo al exterior, en lugares como España, Italia e incluso hasta hoy remotos, como Líbano.
El antofagastino Sergio Artal (84) recuerda con nostalgia aquellos viajes desde su ciudad "al sur" en tren. Pero, por lo entretenidos que resultaban más que por el tiempo que llevaba cruzar gran parte del norte. "Eran tres días y dos noches para llegar hasta Santiago, pero como éramos niños -hablo de fines de los años 30, más o menos-, era una verdadera aventura. Nos íbamos en coche-dormitorio; siempre nos movíamos por los vagones, pasábamos a tercera, hacíamos amigos. Uno en el tren almorzaba, comía, pero no se sentía encerrado, era muy cómodo. En La Calera debíamos cambiar de tren y eso ya nos anunciaba que estábamos cerca", recuerda.
Otra vía frecuente de comunicación entre el Norte Grande y el centro del país fueron los barcos de cabotaje que no sólo llevaban carga, sino también pasajeros. Unían Antofagasta, Coquimbo y Valparaíso. "Había un movimiento que ya no se ve, dice Sergio Artal, y viajar en barco era lo mejor.
Cuando los barcos venían desde el sur, traían animales, frutas, huevos, una cantidad de alimentos impresionante. Es una pena que eso ya no exista, con el tremendo mar que tenemos. Pensar que hoy hay gente que en su vida se ha subido a un bote".
TURISMO CAMPESTRE, EL PRIMERO
La primera forma de "veraneo" relativamente masivo de los chilenos fue en las casas de fundo y estancias familiares, costumbre que se mantuvo hasta más allá de mediados del siglo XX. Eso sí, un privilegio para las familias más acomodadas, en el que era tradición que niños y mujeres partieran al campo durante las vacaciones de verano, mientras los hombres se quedaban trabajando en la ciudad.
Estos viajes se hicieron aún más comunes con el uso del ferrocarril. Es así como las zonas campesinas de Rancagua, Melipilla, los cercanos pero entonces campestres San Bernardo y Pirque, sirvieron a muchos santiaguinos como el reducto vacacional de la niñez, donde se congregaba gran cantidad de primos y tíos.
"En los paseos al fundo de mi tío, en Doñihue, nos juntábamos unos 30 ó 40 niños, porque antes las familias eran muy grandes. Sólo un tío tenía 19 hijos. Allí hacíamos diferentes juegos, pero por sobre todo largos paseos a caballo en grupo", señala Rosa Bravo, comentando sus vacaciones en la primera veintena del siglo XX.
En esa época, el campo era lo más parecido a un "parque de atracciones". Entre los panoramas existentes, además de las cabalgatas por los enormes fundos, quienes llegaban a las zonas rurales podían presenciar las cosechas de diferentes verduras y frutas, vendimias y la trilla. Estas dos últimas resultaban ser todo un espectáculo y alrededor de ellas se realizaban comidas, se tocaba música campesina y se bailaba, transformándose estas escenas en parte principal del ideario folclórico que hoy tiene el país.
La visita al campo también resultaba una experiencia de "viaje gastronómico". A diferencia de ahora, donde los campos agrícolas se concentran en la producción de uno o dos productos de manera tecnificada, antes una sola hacienda proveía de frutas, granos, animales y toda clase de alimentos frescos que garantizaban un buen comer. Rosa Bravo comenta que entre los platos más apetecidos estaban los porotos granados y las cazuelas de ave. También el tradicional choclo con mantequilla, que era considerado un plato infantil. "Cuando era la trilla, se hacía el charquicán de trilla. Ahí nadie quería comer cazuela ni choclo", dice.
En zonas más remotas, durante las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, las estancias servían como lugar de hospedaje para los forasteros, donde el dueño y su familia abrían sus puertas para que el viajero descansara y tomara fuerzas. Costumbre arraigada principalmente en Chiloé, Aysén y Magallanes.
LAS PLAYAS Y LAS TERMAS, EL CHILENO BAÑISTA
En un principio, el término bañista estaba más asociado a los baños termales que a las playas.
Los usuarios más asiduos de las termas eran, por recomendación médica, quienes sufrían de reumatismo, enfermedades cardíacas y problemas a la piel y digestivos, pero rápidamente este tipo de descanso se popularizó entre la población. En las cercanías de Santiago, los baños de Apoquindo se convirtieron en el paseo obligado para muchos desde pocas décadas después de la fundación de la capital. En el año 1900, en la zona había un hotel y eran promocionados como "de fácil acceso y en medio de lomajes suaves".
Bastante más al sur, las Termas de Chillán hacia 1885, 40 años después de haber sido descubiertas, contaban con 25 tinas.
Pero, según los registros históricos, fueron las Termas de Cauquenes las primeras en utilizarse con fines recreativos. Ya en el siglo XV fueron mencionadas por el cronista Alonso de Ovalle como "muy frecuentadas" por la población. De estas termas se desprende la Guía del bañista y del turista, la primera de la cual se tiene registro en Chile, y que data de 1897.
La reseña señala que "los baños de Cauquenes están situados en los valles de las cordilleras, no lejos de la fuente del río Cachapoal, en un paraje sumamente deleitable i ameno, adonde van todos los años en las estaciones proporcionadas muchas partidas de jentes, unas a recrearse y otras a recobrar su salud".
De manera paralela al turismo campestre, a fines del siglo XIX comenzó a arraigarse en Chile la costumbre de ir a la playa. Los primeros balnearios fueron ocupados por la gente de fundos y haciendas cercanas a la costa, y la costumbre comenzó a hacerse más popular con la construcción de los ramales de ferrocarriles.
De esa forma nacieron muchas ciudades costeras, como la propia Viña del Mar, cuando José Francisco Vergara cedió terrenos para establecer el servicio de agua, levantar una escuela, matadero y cementerio, para luego vender las tierras alrededor de la línea del tren, que se convirtieron en las primeras calles de la ciudad: Alvarez y Viana. Los barrios surgieron en torno al ferrocarril, como Recreo, donde, en 1910, nació el primer balneario de la zona, hoy desaparecido. Alrededor de él se instalaron piscinas, baños calientes, pista de baile y salón de té por iniciativa del entonces senador Luis Barros Borgoño. También aquí funcionó el primer casino de la ciudad. Gracias a estas obras, Viña del Mar se convirtió en la primera ciudad chilena en concebirse desde sus inicios con fines turísticos.
En la década del 20, se promocionaba Recreo de esta forma: "Sepan los santiaguinos cómo se les prepara acá su sitio de pololeo y baile" (extracto de revista Sucesos) y también en esa época se daba ya cuenta de la gran cantidad de visitantes.
El capitán de marina Luis Pomar en sus crónicas describe que "en los días festivos es tal la afluencia de paseantes que no bastan los cinco trenes que corren entre Valparaíso i Viña del Mar i es necesario poner extraordinarios para dar abasto a las exigencias del tráfico".
Otro balneario importante de principios de siglo fue Constitución, en la Región del Maule, impulsado principalmente por la construcción del tren desde Talca. Talquinos, curicanos y capitalinos le imprimieron un sello aristocrático y levantaron hermosas casonas frente a sus arenas negruzcas y grandes roqueríos.
Pero, sin duda alguna, el que brilló con más luces fue Cartagena. Desde tiempos coloniales, la zona de Lo Abarca fue utilizada con fines recreativos y desde allí las familias se dirigían a la costa en carretas y coches tirados por caballos. Posteriormente, se dio paso al loteo del sector costero, lo que permitió que santiaguinos de alcurnia edificaran casas que sólo eran utilizadas en temporada de verano. Con la llegada del ferrocarril, en la segunda mitad del siglo XIX, aparecieron también las residenciales y el comercio. Cartagena vivió su época dorada entre el 1890 y 1930, cuando llegaba los más granado de la sociedad chilena, y cada detalle era un signo de ostentación. Rosa Bravo recuerda que, de pequeña, que su llegada al balneario era parafernálica, en un coche tirado por caballos y un "bienvenidos, la pieza de la familia está lista" inmediato del botones que los recibía en el Hotel Miramar.
"Cartagena era muy bonito. Tenía una plazoleta donde llegaban los viejos con sus sillas a instalarse a tomar aire, sol y ver cómo andaba la gente. En la playa había vendedores de cuchuflís y empanadas de pera. Los niños chapoteaban a la orilla del mar y algunos hombres se bañaban mientras las mujeres miraban y cuidaban a los niños. Ellas usaban un traje de baño largo que les tapaba los brazos y las piernas. No se bañaban. Era feíto que una niña decente se metiera al agua.
Las personas eran muy precavidas con lo que hacían, porque si a los demás les molestaba, de inmediato eran tildadas de ordinarias", explica.
En la noche, los veraneantes acostumbraban a salir, pero sólo los hombres. Los viejos y jóvenes de la familia iban a restaurantes a comer, generalmente pescados y mariscos, o a los pequeños bares a beber un trago y jugar a las cartas o dominó.
Pasados los años y entre las dos guerras mundiales, un factor que impulsó las vacaciones y el desarrollo de muchos balnearios de la zona central fue la masificación del automóvil y la instalación de la sociedad de consumo. A mediados del siglo pasado, los balnearios de Cartagena y Constitución pierden su cuota de exclusividad, se vuelven masivos y surgen como nuevos iconos de la aristocracia Viña del Mar, Algarrobo y Zapallar.
Además, la construcción de la Ruta 68, que une Santiago y Valparaíso, generó un impulso extraordinario: en 1923 se inició la pavimentación de algunos tramos y en 1937 entró en servicio el camino por la cuesta Barriga y el túnel Zapata.
Años más tarde, en 1968, se inauguró el túnel Lo Prado, lo que disminuyó considerablemente los tiempos de traslado.
LOS PRIMEROS HOTELES
A comienzos de 1800, Valparaíso (17 mil habitantes, tres mil eran extranjeros) era claramente el principal puerto y el movimiento humano entre éste y la capital es, sin duda, el más intenso de todo el país. Así, surgieron, primero, alojamientos familiares que recibían a marinos, comerciantes y visitantes y, luego, las primeras posadas.
Algo similar sucedió en el camino, con alojamientos campesinos que fueron levantándose a lo largo del trayecto o cercanos a pequeños poblados, siempre dispuestos a recibir a cansados viajeros en carruajes tirados por mulas y que, en ocasiones, hacían parte del trayecto caminando.
Para la Independencia ya corren entre Santiago y Valparaíso las "diligencias", coches de cuatro ruedas tirados por cuatro o seis caballos y que pueden transportar hasta ocho personas, que pagaban un doblón o 1,5 libra esterlina. Pero no todos podían pagar, la gran mayoría viaja en carreta o a caballo, pernoctando a todo campo, arropándose con frazadas y mantas.
Al comienzo, las posadas eran simples chozas de paja, luego, fueron creciendo, incluyendo un zaguán o patio interior y, más tarde, habitaciones con suelo de barro. En algunas, los dueños comenzaron a vender velas, sebo, charqui, frutos secos, tabaco.
La primera posada de la que se tiene registro es de 1820 y está en Casablanca. María Grahan, una inglesa que visitó nuestro país y escribió un diario de sus recorridos, dice que su propietario es "un negro británico que algo conoce de las comodidades a que están acostumbrados los ingleses" y que "en realidad ofrece al viajero un descanso bastante satisfactorio". Los dormitorios tenían un colchón de lana instalado sobre un entablado de cañas, había un lavatorio de porcelana con espejo y un recipiente con agua que era rellenado constantemente.
Al tiempo, surgieron las comidas en las posadas. También en Casablanca, en 1831, un italiano y un inglés, en sus respectivos negocios, comenzaron a servir en rústicas mesas. Solía comenzarse con una cazuela de ave, continuar con porotos, para terminar con un trozo de vacuno o cordero con papas, todo acompañado de pan amasado, vino tinto y blanco. Al final, mate caliente.
Curiosamente, la mayoría de las hospederías que fueron surgiendo eran mantenidas por marinos y extranjeros. Así lo refleja muy bien un aviso publicado en El Mercurio de Valparaíso el 21 de febrero de 1851: "Establecimiento nuevo en Casablanca: Posada Francesa. Don Hipólito Caseneuve avisa al público que acaba de establecer una posada a la moda de Francia, las comidas hechas por un excelente cocinero francés, servicio de lo más aseado, se amasa pan francés en la misma casa para los pasajeros. Se avisa también que tiene abundantes pastos para los caballos birlocheros, i a precios muy moderados".
En Santiago, en 1820 ya existía el Hotel Inglés. Hacia 1872, cerca de 75 hoteles y residenciales hay entre Copiapó y Ancud.
Pero es durante el siglo XX cuando se produce el gran auge de la hotelería en el país, con importantes construcciones en Arica, Santiago, Los Lagos y Valparaíso, en gran parte impulsada en los años 20 y 30 por la Empresa de Ferrocarriles del Estado y, a mediados de siglo, por la Honsa (Hotelera Nacional) con financiamiento estatal.
LA MASIFICACIÓN
Probablemente sean las colonias de vacaciones y las cajas de previsión las que, a partir de la segunda mitad del siglo pasado, impulsaron los viajes de un grupo más masivo de chilenos.
Además, planes estatales de turismo social hicieron que se levantaran numerosos establecimientos vacacionales, todos orientados a brindar descanso a trabajadores, obreros y sus familias.
Durante mucho tiempo el viaje de larga distancia tuvo un halo de gran aventura, de experiencia muy poco habitual y que estaba reservado para unos elegidos. Cuando a mediados de siglo (y hasta los años 70) algún integrante de una familia viajaba, prácticamente todos los familiares iban a despedirlo al aeropuerto o a la estación. Muchos recordarán haber visto partir lentamente la figura de un avión echando humo desde sus turbinas y, uno, junto a los que quedaban en tierra, agitando las manos desde la vieja terraza del aún más viejo ex aeropuerto Pudahuel.
La falta de buenas comunicaciones, de mensajes instantáneos y celulares, como en la actualidad, hacía que el viajero realmente estuviera ausente del resto mientras se encontraba afuera y, a lo más, recibíamos una tarjeta postal desde el destino.
Aunque muchas veces ésta llegaba con noticias y anécdotas del viaje después que el propio turista.
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Chile Crónico
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Enero 2004
Viejos veranos devotos
El veraneo siempre se asocia con diversión y relajo, con la liberación de los horarios, las disciplinas y hasta de la ropa, con la exposición del cuerpo en trajes de baños cada vez más escuetos y con la vida social. Por eso es extraño que en nuestro litoral central se haya formado un balneario en el que el sonido predominante fue el de las campanas, y donde se hacían procesiones a la Virgen de Lourdes, se rezaba el rosario todas las tardes y se celebraban hasta cuatro misas los domingos en la temporada veraniega.
Hasta su nombre es pío: Las Cruces. Al parecer viene de las cruces que se erigieron frente al mar, para recordar algún naufragio olvidado. Hasta ahora - aun cuando el balneario se ha secularizado - se siente la presencia de sus dos iglesias. En la costanera de la Playa Grande, junto a los escaños de piedra que es lo único que queda del ferrocarril que unía Las Cruces con Cartagena, se levanta la hermosa estatua de la virgen Stelamaris. Asimismo, uno de los paseos tradicionales es el sendero que serpentea entre acantilados y roqueríos hasta llegar a la gruta donde está la imagen de la Virgen de Lourdes. La gruta está llena de antiguas placas de agradecimiento por favores concedidos, ya casi borradas por la esperma de las velas.
El recuerdo de un ermitaño
La tradición piadosa del balneario se remonta a los inicios del siglo XIX, cuando un sacerdote agustino que vivía retirado del mundo, el padre Juan de Dios Rojas, se dedicó a evangelizar la zona, en ese tiempo formada por propiedades rurales. Realizó esta labor hasta su muerte, en 1842. Al cumplirse el centenario de ésta, en 1942, los fieles levantaron una nueva cruz en el lugar donde tenía su ermita. En ese mismo sector los agustinos construyeron en 1912 una gran casa para la orden. Ahora en esos predios se ha levantado un resort que pasó a ser la edificación dominante en el balneario.
Lejos del ruido mundanal
Tal vez este espíritu religioso fue favorecido por el aislamiento del balneario. En las primeras décadas del siglo XX el transporte hacia la costa era difícil. Así por ejemplo, los santiaguinos que iban a veranear a Algarrobo debían hacer un viaje en carreta que duraba cuatro días, cargando camas y petacas, y hasta las provisiones no perecibles para toda la temporada.
Los que viajaban a Las Cruces podían tomar el tren que llegaba hasta Melipilla y desde ahí seguir en carreta. Las cosas se facilitaron algo cuando la vía férrea se extendió hasta el Puerto Viejo de San Antonio, en 1911, y en 1922, hasta Cartagena, que con eso pasó a ser el balneario más concurrido por los santiaguinos. Los que querían un lugar más tranquilo podían recurrir a un servicio de carros tirados por caballos, que corrían por una vía de trocha angosta, que a menudo quedaba tapada por la arena de la Playa Grande. El "motor" de esta empresa era el dueño del fundo El Peral, algunas de cuyas casas todavía se conservan en lo que es hoy el balneario de San Sebastián. Más tarde el servicio se motorizó y los carros se convirtieron en pequeños automotores. Ese fue el ferrocarril Cartagena - Las Cruces.
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BIBLIOTECA VIRTUAL
MIGUEL DE CERVANTES
De memoria
Germán Becker Ureta
Cartagena
Veraneo en Cartagena. En esos años, este era el balneario preferido por las familias de Santiago. Mi papá arrendaba una casa, cerca de la calle de Los Suspiros. Por cierto que se llevaba toda la ropa de cama, así como los colchones, en unos bultos de saco, los cuales se cosían, con cáñamo y una gran aguja. Terminada la faena, se les marcaba: Alameda-Cartagena. Otra parte del rito del traslado a veranear, con camas y patecas, consistía en que una de las empleadas, saliera a buscar una carretela para llevar los bultos hasta la Estación Central. La misma muchacha viajaba junto al carretelero, con toda dignidad, en el pescante del vehículo. Estos enseres seguían su traslado en el carro de equipaje, del mismo tren en que viajábamos. ¡Qué lástima que los niños de hoy no puedan disfrutar de esta verdadera epopeya, que significaba salir a veranear.
Llegar con los bultos y las maletas, desde la Estación de Cartagena, a la casa que habitaríamos, también tenía su encanto, al menos para nosotros los cabros chicos. Llegamos a nuestro hogar veraniego, ya bastante oscuro. En la dichosa casa la luz estaba cortada, por un problema técnico. Mi papá, lleno de «recursos», manifestó que él era médico, por lo tanto la electricidad le era indispensable. La gente de la compañía eléctrica le creyó, y tuvimos luz en media hora. Se armaron las camas, comimos lo que mi mamá había traído desde Santiago y nos acostamos. Dicen que serían las tres de la mañana, cuando fuertes golpes en la puerta, nos despertaron a todos. Una vecina estaba con dolores de parto y no había nadie que la atendiera. Su marido, que era el mismo empleado de la Compañía Eléctrica, que nos dio luz, se acordó del «médico» y llegó a pedir socorro. Partió mi papá, con mi mamá y la Zoraida, cocinera doñihuana, diestra en todos estos avatares. El alumbramiento fue un éxito. Mis padres y la empleada, se quedaron a desayunar en casa de la feliz madre.
La estadía veraniega siguió con toda normalidad y agrado: baño de mar en la mañana, fricciones con agua salada, pan de huevo y vuelta a almorzar. Cuando amanecía nublado, nos ponían chombas y salíamos a caminar. Terminábamos la jornada, en el paseo de la terraza de la Playa Chica. Después de comida, se juntaban un grupo de matrimonios con sus niños, al rededor de una fogata, y se hacía música. Guitarra, acordeón y canto. Cada cual hacía su gracia. Mi papá cantaba Rimpianto. Los niños oíamos, mirábamos y nos dormíamos. Había un joven argentino que tocaba guitarra y cantaba. Se llamaba Carlos; me costó convencerme que no era Carlos Gardel.
Willy Arthur contaba de haber visto, en la playa Grande del balneario, a una robusta señora, la cual hizo armar un catre de bronce, de plaza y media, en la arena.
Mi cultura musical en esos días, pasaba por dos discos que se tocaban mucho en mi casa: Celeste Aída, interpretado por Carusso, con una etiqueta azul al centro, y El Tortillero, cantado por los Cuatro Huasos. Etiqueta negra. También recuerdo una canción, que se tocaba con orquesta y serrucho, cuyo nombre era Nerón. La letra era increíble:
-Nerón, Nerón, asómate a la ventana...
Tengo el disco. El que no tengo ni he oído jamás, desde entonces, es uno que decía:
-Celebremos que se ha muerto Garibaldi ¡Pum! Garibaldi ¡Pum»...
Garibaldi era una fiera era un perro prepotente, que mordía a toda la gente, etc. ¿Qué les parece? Ya en los tiempos más cercano, durante la fiebre del mambo, se cantaba y bailaba una pieza que decía en su estribillo:
-Champú de cariño, champú de cariño...
Inaudito. Parece que en esa época, era motivo de interés musical, la higiene personal, sino como se explica la canción que decía:
-Se acabó el jabón, qué vamos a hacer...
Y dentro de las letras descriptivas, es inolvidable:
-Las Pelotas, las pelotas las pelotas de carey...
Una tarde estábamos en la Playa Chica, cuando pasaron dos aeroplanos a muy baja altura. Eran de doble ala (biplanos) sin carlingas, así que se veían las cabezas de los pilotos, con sus gorras de cuero que le cubrían las orejas y sus anteojos de vuelo. Apenas pasaron sobre las dunas que están en dirección de Las Cruces y desaparecieron. La pareja de carabineros que montaban guardia diariamente en todas las playas, para rescatar presuntos ahogados y calmar a los borrachos y rateros, picaron espuelas y partieron a toda carrera hacia el lugar en que habían desaparecido las naves aéreas. Todos los que estábamos en la playa, en gigantesca estampida, seguimos a los jinetes: bañistas, turistas, veraneantes, vendedores de pan de huevo y un barquillero. Por cierto que este último, apenas llegamos al lugar de los hechos, comenzó a pregonar y vender su frágil mercadería. Ahí estaban los dos aviones aterrizados. Uno era rojo entero, el otro tenía el fuselaje rojo y las alas azules. Los aviadores ya habían descendido de sus naves y conversaban con los carabineros. Ambos vestían correctos trajes de calle. Supimos que uno, el más gordito, era el famoso Aladino Azzari, campeón de automovilismo, y el otro, un piloto de la Milicia Republicana, sin duda Eulogio Sánchez Errázuriz fundador del movimiento.
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Volvamos a Cartagena en tren
Como de Cartagena llegamos a la Milicia Republicana, un postrer recuerdo de este nostálgico balneario. Los viajantes que llegaban al lugar, se les llamaba «excursionista»; incluso el tren tenía ese mismo nombre. A propósito de trenes, don Pedro Blanquier, distinguido ingeniero, fue director de los FF. EE., y en esa calidad le tocó viajar a Europa por razones de servicio. Cuando transitaba por Suiza, vio en los campos, en gran cantidad, unas hermosas flores anaranjadas, que crecían en forma silvestre. Le encantaron. Y como el clima de la zona en la cual las vio, era muy parecido al de Chile, compró alguna cantidad de semillas. De vuelta en nuestro país, las hizo repartir en pequeños sobres y se las entregaron a los maquinistas de los trenes, para que fueran tirándolas a ambos lados de la vía. Es así como comenzaron a brotar esas florecillas anaranjadas, primero junto a los rieles, y después a todo el campo chileno. Esta flor se llama «Dedal de Oro».
Y recordando a Cartagena, el veraneo y los trenes, surge espontáneo y tranquilo, la evocación de mis mayores. En forma inexorable, uno a uno, comienzan a morir mis abuelos. En esa época, casi todos morían de uremia, vestían de negro y no pasaban agosto. Para mí fueron muy importantes. Mi abuelo don Germán Becker Delgado, murió en 1935. En 1937 falleció mi abuelo materno don Samuel Ureta Estrada, once años después, mi abuela doña Griselda Cornejo de Ureta. Finalmente perdí a mi abuela doña Elena Silva de Becker (1963).
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18/09/2010 - 11:18
Ocho horas demoraba un tren a Valparaíso y tres días a Antofagasta. Las primeras posadas eran un simple rancho con suelo de barro y, curiosamente, siempre estaban en manos de extranjeros. Vacacionar, hace años, era una odisea, que implicaba salir literalmente con camas y petacas.
por Pedro Arraztio/ Gonzalo Argandoña -
Rosa Bravo tiene 100 años. Casi 101. Y desde ya, Rosa tiene pensado qué va a hacer este verano, que es lo mismo que hace todos los veranos desde 1915: ir a pasear a la playa.
Por supuesto, mucha agua ha pasado bajo el puente y hoy todo es distinto. Antes, por ejemplo, cuando ella tenía menos de 10 años, los preparativos del viaje eran bastante más glamorosos.
Implicaban vagones de primera clase, carruajes, reservas en hoteles exclusivos de Cartagena y una patota familiar de más de 30 personas. El trayecto en tren desde Santiago demoraba algo más de tres horas y el recorrido arriba de los vagones era un inicio perfecto, que permitía hacerse de amigos, sin importar si iban en el mismo carro o viajaban en tercera.
Pero ¿qué tan diferente era la manera de viajar de los chilenos de hace uno o dos siglos atrás? ¿Cuáles eran sus principales destinos de vacaciones? ¿Qué se hacía durante el viaje? Aprovechando el aire reflexivo y nostálgico de este Bicentenario, una revisión de cómo eran los viajes y el turismo en el Chile de antes.
LA IMPORTANCIA DEL TREN
El ferrocarril literalmente "abrió el país" a mediados del siglo XIX. El primer tramo fue de Copiapó a Caldera, inaugurado en 1851 por Guillermo Wheelright.
Los cronistas de la época señalan que muchas personas, al escuchar el ruido de la locomotora y divisar el humo, "arrancaron a los cerros presos del pánico". Sin embargo, y a pesar de la impresión inicial, no pasaron muchos años antes de que el tren se convirtiera en el principal medio de transporte entre las ciudades más grandes.
En 1856, las vías siguieron de Santiago al sur y el tramo entre la capital y Valparaíso se inauguró en 1863, trayecto que en un principio demoraba ocho horas. No tardaron en aparecer los primeros coches-cama, aunque no sin inconvenientes: estos servicios fueron suprimidos en la línea a Valparaíso en 1873, por estar habilitado sólo para hombres y consistir únicamente en proporcionar un colchón y una almohada.
A inicios del siglo XX, el ferrocarril se convirtió en el principal impulsor del turismo nacional. En 1911 ya existía un coche especial para viajes de novios y en 1934 creó una empresa hotelera levantando el Gran Hotel Pucón y Gran Hotel de Puerto Varas, e incluso intentó un ambicioso proyecto de hospedaje en un lugar sumamente inhóspito y exótico para la época: la laguna San Rafael. También potenció el turismo a través de la edición de una "Guía de Viaje" y la propia revista En Viaje, que a partir de 1933 realizaba crónicas no sólo de los destinos nacionales, desde Curacautín hasta Isla de Pascua, sino que también incentivaba el turismo al exterior, en lugares como España, Italia e incluso hasta hoy remotos, como Líbano.
El antofagastino Sergio Artal (84) recuerda con nostalgia aquellos viajes desde su ciudad "al sur" en tren. Pero, por lo entretenidos que resultaban más que por el tiempo que llevaba cruzar gran parte del norte. "Eran tres días y dos noches para llegar hasta Santiago, pero como éramos niños -hablo de fines de los años 30, más o menos-, era una verdadera aventura. Nos íbamos en coche-dormitorio; siempre nos movíamos por los vagones, pasábamos a tercera, hacíamos amigos. Uno en el tren almorzaba, comía, pero no se sentía encerrado, era muy cómodo. En La Calera debíamos cambiar de tren y eso ya nos anunciaba que estábamos cerca", recuerda.
Otra vía frecuente de comunicación entre el Norte Grande y el centro del país fueron los barcos de cabotaje que no sólo llevaban carga, sino también pasajeros. Unían Antofagasta, Coquimbo y Valparaíso. "Había un movimiento que ya no se ve, dice Sergio Artal, y viajar en barco era lo mejor.
Cuando los barcos venían desde el sur, traían animales, frutas, huevos, una cantidad de alimentos impresionante. Es una pena que eso ya no exista, con el tremendo mar que tenemos. Pensar que hoy hay gente que en su vida se ha subido a un bote".
TURISMO CAMPESTRE, EL PRIMERO
La primera forma de "veraneo" relativamente masivo de los chilenos fue en las casas de fundo y estancias familiares, costumbre que se mantuvo hasta más allá de mediados del siglo XX. Eso sí, un privilegio para las familias más acomodadas, en el que era tradición que niños y mujeres partieran al campo durante las vacaciones de verano, mientras los hombres se quedaban trabajando en la ciudad.
Estos viajes se hicieron aún más comunes con el uso del ferrocarril. Es así como las zonas campesinas de Rancagua, Melipilla, los cercanos pero entonces campestres San Bernardo y Pirque, sirvieron a muchos santiaguinos como el reducto vacacional de la niñez, donde se congregaba gran cantidad de primos y tíos.
"En los paseos al fundo de mi tío, en Doñihue, nos juntábamos unos 30 ó 40 niños, porque antes las familias eran muy grandes. Sólo un tío tenía 19 hijos. Allí hacíamos diferentes juegos, pero por sobre todo largos paseos a caballo en grupo", señala Rosa Bravo, comentando sus vacaciones en la primera veintena del siglo XX.
En esa época, el campo era lo más parecido a un "parque de atracciones". Entre los panoramas existentes, además de las cabalgatas por los enormes fundos, quienes llegaban a las zonas rurales podían presenciar las cosechas de diferentes verduras y frutas, vendimias y la trilla. Estas dos últimas resultaban ser todo un espectáculo y alrededor de ellas se realizaban comidas, se tocaba música campesina y se bailaba, transformándose estas escenas en parte principal del ideario folclórico que hoy tiene el país.
La visita al campo también resultaba una experiencia de "viaje gastronómico". A diferencia de ahora, donde los campos agrícolas se concentran en la producción de uno o dos productos de manera tecnificada, antes una sola hacienda proveía de frutas, granos, animales y toda clase de alimentos frescos que garantizaban un buen comer. Rosa Bravo comenta que entre los platos más apetecidos estaban los porotos granados y las cazuelas de ave. También el tradicional choclo con mantequilla, que era considerado un plato infantil. "Cuando era la trilla, se hacía el charquicán de trilla. Ahí nadie quería comer cazuela ni choclo", dice.
En zonas más remotas, durante las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, las estancias servían como lugar de hospedaje para los forasteros, donde el dueño y su familia abrían sus puertas para que el viajero descansara y tomara fuerzas. Costumbre arraigada principalmente en Chiloé, Aysén y Magallanes.
LAS PLAYAS Y LAS TERMAS, EL CHILENO BAÑISTA
En un principio, el término bañista estaba más asociado a los baños termales que a las playas.
Los usuarios más asiduos de las termas eran, por recomendación médica, quienes sufrían de reumatismo, enfermedades cardíacas y problemas a la piel y digestivos, pero rápidamente este tipo de descanso se popularizó entre la población. En las cercanías de Santiago, los baños de Apoquindo se convirtieron en el paseo obligado para muchos desde pocas décadas después de la fundación de la capital. En el año 1900, en la zona había un hotel y eran promocionados como "de fácil acceso y en medio de lomajes suaves".
Bastante más al sur, las Termas de Chillán hacia 1885, 40 años después de haber sido descubiertas, contaban con 25 tinas.
Pero, según los registros históricos, fueron las Termas de Cauquenes las primeras en utilizarse con fines recreativos. Ya en el siglo XV fueron mencionadas por el cronista Alonso de Ovalle como "muy frecuentadas" por la población. De estas termas se desprende la Guía del bañista y del turista, la primera de la cual se tiene registro en Chile, y que data de 1897.
La reseña señala que "los baños de Cauquenes están situados en los valles de las cordilleras, no lejos de la fuente del río Cachapoal, en un paraje sumamente deleitable i ameno, adonde van todos los años en las estaciones proporcionadas muchas partidas de jentes, unas a recrearse y otras a recobrar su salud".
De manera paralela al turismo campestre, a fines del siglo XIX comenzó a arraigarse en Chile la costumbre de ir a la playa. Los primeros balnearios fueron ocupados por la gente de fundos y haciendas cercanas a la costa, y la costumbre comenzó a hacerse más popular con la construcción de los ramales de ferrocarriles.
De esa forma nacieron muchas ciudades costeras, como la propia Viña del Mar, cuando José Francisco Vergara cedió terrenos para establecer el servicio de agua, levantar una escuela, matadero y cementerio, para luego vender las tierras alrededor de la línea del tren, que se convirtieron en las primeras calles de la ciudad: Alvarez y Viana. Los barrios surgieron en torno al ferrocarril, como Recreo, donde, en 1910, nació el primer balneario de la zona, hoy desaparecido. Alrededor de él se instalaron piscinas, baños calientes, pista de baile y salón de té por iniciativa del entonces senador Luis Barros Borgoño. También aquí funcionó el primer casino de la ciudad. Gracias a estas obras, Viña del Mar se convirtió en la primera ciudad chilena en concebirse desde sus inicios con fines turísticos.
En la década del 20, se promocionaba Recreo de esta forma: "Sepan los santiaguinos cómo se les prepara acá su sitio de pololeo y baile" (extracto de revista Sucesos) y también en esa época se daba ya cuenta de la gran cantidad de visitantes.
El capitán de marina Luis Pomar en sus crónicas describe que "en los días festivos es tal la afluencia de paseantes que no bastan los cinco trenes que corren entre Valparaíso i Viña del Mar i es necesario poner extraordinarios para dar abasto a las exigencias del tráfico".
Otro balneario importante de principios de siglo fue Constitución, en la Región del Maule, impulsado principalmente por la construcción del tren desde Talca. Talquinos, curicanos y capitalinos le imprimieron un sello aristocrático y levantaron hermosas casonas frente a sus arenas negruzcas y grandes roqueríos.
Pero, sin duda alguna, el que brilló con más luces fue Cartagena. Desde tiempos coloniales, la zona de Lo Abarca fue utilizada con fines recreativos y desde allí las familias se dirigían a la costa en carretas y coches tirados por caballos. Posteriormente, se dio paso al loteo del sector costero, lo que permitió que santiaguinos de alcurnia edificaran casas que sólo eran utilizadas en temporada de verano. Con la llegada del ferrocarril, en la segunda mitad del siglo XIX, aparecieron también las residenciales y el comercio. Cartagena vivió su época dorada entre el 1890 y 1930, cuando llegaba los más granado de la sociedad chilena, y cada detalle era un signo de ostentación. Rosa Bravo recuerda que, de pequeña, que su llegada al balneario era parafernálica, en un coche tirado por caballos y un "bienvenidos, la pieza de la familia está lista" inmediato del botones que los recibía en el Hotel Miramar.
"Cartagena era muy bonito. Tenía una plazoleta donde llegaban los viejos con sus sillas a instalarse a tomar aire, sol y ver cómo andaba la gente. En la playa había vendedores de cuchuflís y empanadas de pera. Los niños chapoteaban a la orilla del mar y algunos hombres se bañaban mientras las mujeres miraban y cuidaban a los niños. Ellas usaban un traje de baño largo que les tapaba los brazos y las piernas. No se bañaban. Era feíto que una niña decente se metiera al agua.
Las personas eran muy precavidas con lo que hacían, porque si a los demás les molestaba, de inmediato eran tildadas de ordinarias", explica.
En la noche, los veraneantes acostumbraban a salir, pero sólo los hombres. Los viejos y jóvenes de la familia iban a restaurantes a comer, generalmente pescados y mariscos, o a los pequeños bares a beber un trago y jugar a las cartas o dominó.
Pasados los años y entre las dos guerras mundiales, un factor que impulsó las vacaciones y el desarrollo de muchos balnearios de la zona central fue la masificación del automóvil y la instalación de la sociedad de consumo. A mediados del siglo pasado, los balnearios de Cartagena y Constitución pierden su cuota de exclusividad, se vuelven masivos y surgen como nuevos iconos de la aristocracia Viña del Mar, Algarrobo y Zapallar.
Además, la construcción de la Ruta 68, que une Santiago y Valparaíso, generó un impulso extraordinario: en 1923 se inició la pavimentación de algunos tramos y en 1937 entró en servicio el camino por la cuesta Barriga y el túnel Zapata.
Años más tarde, en 1968, se inauguró el túnel Lo Prado, lo que disminuyó considerablemente los tiempos de traslado.
LOS PRIMEROS HOTELES
A comienzos de 1800, Valparaíso (17 mil habitantes, tres mil eran extranjeros) era claramente el principal puerto y el movimiento humano entre éste y la capital es, sin duda, el más intenso de todo el país. Así, surgieron, primero, alojamientos familiares que recibían a marinos, comerciantes y visitantes y, luego, las primeras posadas.
Algo similar sucedió en el camino, con alojamientos campesinos que fueron levantándose a lo largo del trayecto o cercanos a pequeños poblados, siempre dispuestos a recibir a cansados viajeros en carruajes tirados por mulas y que, en ocasiones, hacían parte del trayecto caminando.
Para la Independencia ya corren entre Santiago y Valparaíso las "diligencias", coches de cuatro ruedas tirados por cuatro o seis caballos y que pueden transportar hasta ocho personas, que pagaban un doblón o 1,5 libra esterlina. Pero no todos podían pagar, la gran mayoría viaja en carreta o a caballo, pernoctando a todo campo, arropándose con frazadas y mantas.
Al comienzo, las posadas eran simples chozas de paja, luego, fueron creciendo, incluyendo un zaguán o patio interior y, más tarde, habitaciones con suelo de barro. En algunas, los dueños comenzaron a vender velas, sebo, charqui, frutos secos, tabaco.
La primera posada de la que se tiene registro es de 1820 y está en Casablanca. María Grahan, una inglesa que visitó nuestro país y escribió un diario de sus recorridos, dice que su propietario es "un negro británico que algo conoce de las comodidades a que están acostumbrados los ingleses" y que "en realidad ofrece al viajero un descanso bastante satisfactorio". Los dormitorios tenían un colchón de lana instalado sobre un entablado de cañas, había un lavatorio de porcelana con espejo y un recipiente con agua que era rellenado constantemente.
Al tiempo, surgieron las comidas en las posadas. También en Casablanca, en 1831, un italiano y un inglés, en sus respectivos negocios, comenzaron a servir en rústicas mesas. Solía comenzarse con una cazuela de ave, continuar con porotos, para terminar con un trozo de vacuno o cordero con papas, todo acompañado de pan amasado, vino tinto y blanco. Al final, mate caliente.
Curiosamente, la mayoría de las hospederías que fueron surgiendo eran mantenidas por marinos y extranjeros. Así lo refleja muy bien un aviso publicado en El Mercurio de Valparaíso el 21 de febrero de 1851: "Establecimiento nuevo en Casablanca: Posada Francesa. Don Hipólito Caseneuve avisa al público que acaba de establecer una posada a la moda de Francia, las comidas hechas por un excelente cocinero francés, servicio de lo más aseado, se amasa pan francés en la misma casa para los pasajeros. Se avisa también que tiene abundantes pastos para los caballos birlocheros, i a precios muy moderados".
En Santiago, en 1820 ya existía el Hotel Inglés. Hacia 1872, cerca de 75 hoteles y residenciales hay entre Copiapó y Ancud.
Pero es durante el siglo XX cuando se produce el gran auge de la hotelería en el país, con importantes construcciones en Arica, Santiago, Los Lagos y Valparaíso, en gran parte impulsada en los años 20 y 30 por la Empresa de Ferrocarriles del Estado y, a mediados de siglo, por la Honsa (Hotelera Nacional) con financiamiento estatal.
LA MASIFICACIÓN
Probablemente sean las colonias de vacaciones y las cajas de previsión las que, a partir de la segunda mitad del siglo pasado, impulsaron los viajes de un grupo más masivo de chilenos.
Además, planes estatales de turismo social hicieron que se levantaran numerosos establecimientos vacacionales, todos orientados a brindar descanso a trabajadores, obreros y sus familias.
Durante mucho tiempo el viaje de larga distancia tuvo un halo de gran aventura, de experiencia muy poco habitual y que estaba reservado para unos elegidos. Cuando a mediados de siglo (y hasta los años 70) algún integrante de una familia viajaba, prácticamente todos los familiares iban a despedirlo al aeropuerto o a la estación. Muchos recordarán haber visto partir lentamente la figura de un avión echando humo desde sus turbinas y, uno, junto a los que quedaban en tierra, agitando las manos desde la vieja terraza del aún más viejo ex aeropuerto Pudahuel.
La falta de buenas comunicaciones, de mensajes instantáneos y celulares, como en la actualidad, hacía que el viajero realmente estuviera ausente del resto mientras se encontraba afuera y, a lo más, recibíamos una tarjeta postal desde el destino.
Aunque muchas veces ésta llegaba con noticias y anécdotas del viaje después que el propio turista.
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Chile Crónico
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Enero 2004
Viejos veranos devotos
El veraneo siempre se asocia con diversión y relajo, con la liberación de los horarios, las disciplinas y hasta de la ropa, con la exposición del cuerpo en trajes de baños cada vez más escuetos y con la vida social. Por eso es extraño que en nuestro litoral central se haya formado un balneario en el que el sonido predominante fue el de las campanas, y donde se hacían procesiones a la Virgen de Lourdes, se rezaba el rosario todas las tardes y se celebraban hasta cuatro misas los domingos en la temporada veraniega.
Hasta su nombre es pío: Las Cruces. Al parecer viene de las cruces que se erigieron frente al mar, para recordar algún naufragio olvidado. Hasta ahora - aun cuando el balneario se ha secularizado - se siente la presencia de sus dos iglesias. En la costanera de la Playa Grande, junto a los escaños de piedra que es lo único que queda del ferrocarril que unía Las Cruces con Cartagena, se levanta la hermosa estatua de la virgen Stelamaris. Asimismo, uno de los paseos tradicionales es el sendero que serpentea entre acantilados y roqueríos hasta llegar a la gruta donde está la imagen de la Virgen de Lourdes. La gruta está llena de antiguas placas de agradecimiento por favores concedidos, ya casi borradas por la esperma de las velas.
El recuerdo de un ermitaño
La tradición piadosa del balneario se remonta a los inicios del siglo XIX, cuando un sacerdote agustino que vivía retirado del mundo, el padre Juan de Dios Rojas, se dedicó a evangelizar la zona, en ese tiempo formada por propiedades rurales. Realizó esta labor hasta su muerte, en 1842. Al cumplirse el centenario de ésta, en 1942, los fieles levantaron una nueva cruz en el lugar donde tenía su ermita. En ese mismo sector los agustinos construyeron en 1912 una gran casa para la orden. Ahora en esos predios se ha levantado un resort que pasó a ser la edificación dominante en el balneario.
Lejos del ruido mundanal
Tal vez este espíritu religioso fue favorecido por el aislamiento del balneario. En las primeras décadas del siglo XX el transporte hacia la costa era difícil. Así por ejemplo, los santiaguinos que iban a veranear a Algarrobo debían hacer un viaje en carreta que duraba cuatro días, cargando camas y petacas, y hasta las provisiones no perecibles para toda la temporada.
Los que viajaban a Las Cruces podían tomar el tren que llegaba hasta Melipilla y desde ahí seguir en carreta. Las cosas se facilitaron algo cuando la vía férrea se extendió hasta el Puerto Viejo de San Antonio, en 1911, y en 1922, hasta Cartagena, que con eso pasó a ser el balneario más concurrido por los santiaguinos. Los que querían un lugar más tranquilo podían recurrir a un servicio de carros tirados por caballos, que corrían por una vía de trocha angosta, que a menudo quedaba tapada por la arena de la Playa Grande. El "motor" de esta empresa era el dueño del fundo El Peral, algunas de cuyas casas todavía se conservan en lo que es hoy el balneario de San Sebastián. Más tarde el servicio se motorizó y los carros se convirtieron en pequeños automotores. Ese fue el ferrocarril Cartagena - Las Cruces.
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BIBLIOTECA VIRTUAL
MIGUEL DE CERVANTES
De memoria
Germán Becker Ureta
Cartagena
Veraneo en Cartagena. En esos años, este era el balneario preferido por las familias de Santiago. Mi papá arrendaba una casa, cerca de la calle de Los Suspiros. Por cierto que se llevaba toda la ropa de cama, así como los colchones, en unos bultos de saco, los cuales se cosían, con cáñamo y una gran aguja. Terminada la faena, se les marcaba: Alameda-Cartagena. Otra parte del rito del traslado a veranear, con camas y patecas, consistía en que una de las empleadas, saliera a buscar una carretela para llevar los bultos hasta la Estación Central. La misma muchacha viajaba junto al carretelero, con toda dignidad, en el pescante del vehículo. Estos enseres seguían su traslado en el carro de equipaje, del mismo tren en que viajábamos. ¡Qué lástima que los niños de hoy no puedan disfrutar de esta verdadera epopeya, que significaba salir a veranear.
Llegar con los bultos y las maletas, desde la Estación de Cartagena, a la casa que habitaríamos, también tenía su encanto, al menos para nosotros los cabros chicos. Llegamos a nuestro hogar veraniego, ya bastante oscuro. En la dichosa casa la luz estaba cortada, por un problema técnico. Mi papá, lleno de «recursos», manifestó que él era médico, por lo tanto la electricidad le era indispensable. La gente de la compañía eléctrica le creyó, y tuvimos luz en media hora. Se armaron las camas, comimos lo que mi mamá había traído desde Santiago y nos acostamos. Dicen que serían las tres de la mañana, cuando fuertes golpes en la puerta, nos despertaron a todos. Una vecina estaba con dolores de parto y no había nadie que la atendiera. Su marido, que era el mismo empleado de la Compañía Eléctrica, que nos dio luz, se acordó del «médico» y llegó a pedir socorro. Partió mi papá, con mi mamá y la Zoraida, cocinera doñihuana, diestra en todos estos avatares. El alumbramiento fue un éxito. Mis padres y la empleada, se quedaron a desayunar en casa de la feliz madre.
La estadía veraniega siguió con toda normalidad y agrado: baño de mar en la mañana, fricciones con agua salada, pan de huevo y vuelta a almorzar. Cuando amanecía nublado, nos ponían chombas y salíamos a caminar. Terminábamos la jornada, en el paseo de la terraza de la Playa Chica. Después de comida, se juntaban un grupo de matrimonios con sus niños, al rededor de una fogata, y se hacía música. Guitarra, acordeón y canto. Cada cual hacía su gracia. Mi papá cantaba Rimpianto. Los niños oíamos, mirábamos y nos dormíamos. Había un joven argentino que tocaba guitarra y cantaba. Se llamaba Carlos; me costó convencerme que no era Carlos Gardel.
Willy Arthur contaba de haber visto, en la playa Grande del balneario, a una robusta señora, la cual hizo armar un catre de bronce, de plaza y media, en la arena.
Mi cultura musical en esos días, pasaba por dos discos que se tocaban mucho en mi casa: Celeste Aída, interpretado por Carusso, con una etiqueta azul al centro, y El Tortillero, cantado por los Cuatro Huasos. Etiqueta negra. También recuerdo una canción, que se tocaba con orquesta y serrucho, cuyo nombre era Nerón. La letra era increíble:
-Nerón, Nerón, asómate a la ventana...
Tengo el disco. El que no tengo ni he oído jamás, desde entonces, es uno que decía:
-Celebremos que se ha muerto Garibaldi ¡Pum! Garibaldi ¡Pum»...
Garibaldi era una fiera era un perro prepotente, que mordía a toda la gente, etc. ¿Qué les parece? Ya en los tiempos más cercano, durante la fiebre del mambo, se cantaba y bailaba una pieza que decía en su estribillo:
-Champú de cariño, champú de cariño...
Inaudito. Parece que en esa época, era motivo de interés musical, la higiene personal, sino como se explica la canción que decía:
-Se acabó el jabón, qué vamos a hacer...
Y dentro de las letras descriptivas, es inolvidable:
-Las Pelotas, las pelotas las pelotas de carey...
Una tarde estábamos en la Playa Chica, cuando pasaron dos aeroplanos a muy baja altura. Eran de doble ala (biplanos) sin carlingas, así que se veían las cabezas de los pilotos, con sus gorras de cuero que le cubrían las orejas y sus anteojos de vuelo. Apenas pasaron sobre las dunas que están en dirección de Las Cruces y desaparecieron. La pareja de carabineros que montaban guardia diariamente en todas las playas, para rescatar presuntos ahogados y calmar a los borrachos y rateros, picaron espuelas y partieron a toda carrera hacia el lugar en que habían desaparecido las naves aéreas. Todos los que estábamos en la playa, en gigantesca estampida, seguimos a los jinetes: bañistas, turistas, veraneantes, vendedores de pan de huevo y un barquillero. Por cierto que este último, apenas llegamos al lugar de los hechos, comenzó a pregonar y vender su frágil mercadería. Ahí estaban los dos aviones aterrizados. Uno era rojo entero, el otro tenía el fuselaje rojo y las alas azules. Los aviadores ya habían descendido de sus naves y conversaban con los carabineros. Ambos vestían correctos trajes de calle. Supimos que uno, el más gordito, era el famoso Aladino Azzari, campeón de automovilismo, y el otro, un piloto de la Milicia Republicana, sin duda Eulogio Sánchez Errázuriz fundador del movimiento.
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Volvamos a Cartagena en tren
Como de Cartagena llegamos a la Milicia Republicana, un postrer recuerdo de este nostálgico balneario. Los viajantes que llegaban al lugar, se les llamaba «excursionista»; incluso el tren tenía ese mismo nombre. A propósito de trenes, don Pedro Blanquier, distinguido ingeniero, fue director de los FF. EE., y en esa calidad le tocó viajar a Europa por razones de servicio. Cuando transitaba por Suiza, vio en los campos, en gran cantidad, unas hermosas flores anaranjadas, que crecían en forma silvestre. Le encantaron. Y como el clima de la zona en la cual las vio, era muy parecido al de Chile, compró alguna cantidad de semillas. De vuelta en nuestro país, las hizo repartir en pequeños sobres y se las entregaron a los maquinistas de los trenes, para que fueran tirándolas a ambos lados de la vía. Es así como comenzaron a brotar esas florecillas anaranjadas, primero junto a los rieles, y después a todo el campo chileno. Esta flor se llama «Dedal de Oro».
Y recordando a Cartagena, el veraneo y los trenes, surge espontáneo y tranquilo, la evocación de mis mayores. En forma inexorable, uno a uno, comienzan a morir mis abuelos. En esa época, casi todos morían de uremia, vestían de negro y no pasaban agosto. Para mí fueron muy importantes. Mi abuelo don Germán Becker Delgado, murió en 1935. En 1937 falleció mi abuelo materno don Samuel Ureta Estrada, once años después, mi abuela doña Griselda Cornejo de Ureta. Finalmente perdí a mi abuela doña Elena Silva de Becker (1963).
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lunes, 21 de febrero de 2011
Camino del Inca su último paso para ser Patrimonio Mundial
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lunes 21 de febrero de 2011
En París, autoridades y expertos dieron a conocer el avance de la nominación del Qhapaq Ñan, el proyecto más grande postulado a la UNESCO, que involucra a seis países de Latinoamérica.
Un acantilado rocoso del Camino del Inca en Caspana, en el norte chileno.
MACARENA MALDONADO A.
Diez años han pasado desde que se inició el proceso de postulación del Camino del Inca, para ser declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad ante la UNESCO. Hoy el trabajo se encuentra en su última fase, luego de que la semana pasada se reunieran los comités técnicos en París para dar cuenta del avance del proyecto y definir los plazos.
Fue a mediados de 2001 cuando el gobierno de Perú les propuso a Argentina, Bolivia, Ecuador, Colombia y Chile, postular el Camino del Inca (o Qhapaq Ñan) como sitio del Patrimonio Mundial. "Ha sido un proceso largo, pero lo importante es que hemos logrado unificar criterios. El Qhapaq Ñan se ha transformado en una familia, y en una familia no es fácil ponerse de acuerdo en un común denominador. Aquí sí lo hemos logrado. Ahora estamos en la etapa más conclusiva del proceso", afirma el secretario ejecutivo del Consejo de Monumentos Nacionales, Óscar Acuña, quien participó de las reuniones en Francia.
La ruta será inscrita en la categoría de "Itinerario Cultural". "Al involucrar a seis países, el patrimonio es compartido y muy valioso. Las naciones implicadas han desarrollado una relación distinta. Hemos salido de los problemas tradicionales que nos aquejan (limítrofes, tránsito, energía) para tratar una agenda compartida y unitaria, que es el tema cultural", destaca Acuña.
En el proyecto participan los habitantes de las zonas, quienes serán los principales beneficiados. "Es una tremenda oportunidad para las comunidades que están asociadas al camino. Ellas serán protagonistas de este desarrollo y no meras espectadoras". Así también lo señala Patricio Olavarría, consultor para la puesta en valor del proyecto: "Nos interesa que las comunidades puedan participar del desarrollo económico que esto significará, y así contrarrestar la depresión económica que viven ciertos pueblos más aislados".
Sin embargo, Olavarría es enfático en explicar que los beneficios van más allá. "Al Quapaq Ñan hay que entenderlo como una gran posibilidad de integración regional, de un futuro turismo cultural responsable y de imagen país. No sólo hay que verlo por su rentabilidad económica, sino también por su valor cultural", asegura.
En cuanto al financiamiento de la postulación, ha sido importante el aporte de la Subsecretaría de Desarrollo Regional. En conjunto con el presupuesto del Consejo de Monumentos Nacionales, Chile ha invertido 2 millones 700 mil dólares en estos diez años.
Durante 2011 habrá reuniones con los intendentes de las regiones involucradas y con las comunidades. En septiembre de este año se entregará el borrador del expediente a la UNESCO, para su revisión. Y el documento final será presentado en enero de 2012 para que el Comité del Patrimonio Mundial vote el proyecto en julio de 2013, fecha en que se dará a conocer la conclusión final.
¿QHAPAQ ÑAN?
En quechua significa "Camino Principal", y se refiere a la extensa red vial que posibilitó la expansión del Tawantinsuyu (o Estado Inca) hacia los territorios que actualmente corresponden a las naciones andinas de Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú, Argentina y Chile.
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lunes 21 de febrero de 2011
En París, autoridades y expertos dieron a conocer el avance de la nominación del Qhapaq Ñan, el proyecto más grande postulado a la UNESCO, que involucra a seis países de Latinoamérica.
Un acantilado rocoso del Camino del Inca en Caspana, en el norte chileno.
MACARENA MALDONADO A.
Diez años han pasado desde que se inició el proceso de postulación del Camino del Inca, para ser declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad ante la UNESCO. Hoy el trabajo se encuentra en su última fase, luego de que la semana pasada se reunieran los comités técnicos en París para dar cuenta del avance del proyecto y definir los plazos.
Fue a mediados de 2001 cuando el gobierno de Perú les propuso a Argentina, Bolivia, Ecuador, Colombia y Chile, postular el Camino del Inca (o Qhapaq Ñan) como sitio del Patrimonio Mundial. "Ha sido un proceso largo, pero lo importante es que hemos logrado unificar criterios. El Qhapaq Ñan se ha transformado en una familia, y en una familia no es fácil ponerse de acuerdo en un común denominador. Aquí sí lo hemos logrado. Ahora estamos en la etapa más conclusiva del proceso", afirma el secretario ejecutivo del Consejo de Monumentos Nacionales, Óscar Acuña, quien participó de las reuniones en Francia.
La ruta será inscrita en la categoría de "Itinerario Cultural". "Al involucrar a seis países, el patrimonio es compartido y muy valioso. Las naciones implicadas han desarrollado una relación distinta. Hemos salido de los problemas tradicionales que nos aquejan (limítrofes, tránsito, energía) para tratar una agenda compartida y unitaria, que es el tema cultural", destaca Acuña.
En el proyecto participan los habitantes de las zonas, quienes serán los principales beneficiados. "Es una tremenda oportunidad para las comunidades que están asociadas al camino. Ellas serán protagonistas de este desarrollo y no meras espectadoras". Así también lo señala Patricio Olavarría, consultor para la puesta en valor del proyecto: "Nos interesa que las comunidades puedan participar del desarrollo económico que esto significará, y así contrarrestar la depresión económica que viven ciertos pueblos más aislados".
Sin embargo, Olavarría es enfático en explicar que los beneficios van más allá. "Al Quapaq Ñan hay que entenderlo como una gran posibilidad de integración regional, de un futuro turismo cultural responsable y de imagen país. No sólo hay que verlo por su rentabilidad económica, sino también por su valor cultural", asegura.
En cuanto al financiamiento de la postulación, ha sido importante el aporte de la Subsecretaría de Desarrollo Regional. En conjunto con el presupuesto del Consejo de Monumentos Nacionales, Chile ha invertido 2 millones 700 mil dólares en estos diez años.
Durante 2011 habrá reuniones con los intendentes de las regiones involucradas y con las comunidades. En septiembre de este año se entregará el borrador del expediente a la UNESCO, para su revisión. Y el documento final será presentado en enero de 2012 para que el Comité del Patrimonio Mundial vote el proyecto en julio de 2013, fecha en que se dará a conocer la conclusión final.
¿QHAPAQ ÑAN?
En quechua significa "Camino Principal", y se refiere a la extensa red vial que posibilitó la expansión del Tawantinsuyu (o Estado Inca) hacia los territorios que actualmente corresponden a las naciones andinas de Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú, Argentina y Chile.
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domingo, 20 de febrero de 2011
Los veraneos en Chile, antes y ahora
http://www.emol.com/
domingo 20 de febrero de 2011
Soledad Camponovo
Pirque, Melipilla y Peñalolén eran algunos de los destinos favoritos de las pocas familias que tomaban vacaciones durante la Colonia. La preferencia por la costa comenzó recién a fines del siglo XIX, aunque ir a la playa en esos días era muy diferente a hoy: llegar a los balnearios era una odisea de horas por caminos complicadísimos, pocos sabían nadar, se iba completamente vestido, y broncearse no estaba de moda.
Con el tiempo, los veraneos se masificaron producto de la modernización del transporte y de la instauración, en 1931, de vacaciones legales para los trabajadores. Ya en la década de 1990 el extranjero se convierte en un destino posible para un cada vez mayor número de personas.
Acá recorremos los profundos cambios que han experimentado los veraneos de los chilenos en los últimos cien años.
Los principales balnearios
La costumbre de ir a la playa comenzó a arraigarse en Chile a fines del siglo XIX, cuando algunas familias empiezan a preferir pasar sus vacaciones en la costa, y no en el campo. Por esto, los primeros balnearios -como Viña del Mar y Constitución- nacen en torno a fundos y haciendas. Durante las primeras décadas del siglo XX fue, sin duda, Cartagena el lugar favorito de la alta sociedad chilena. Luego, balnearios como Zapallar y Algarrobo vendrían a ocupar su lugar.
Los trajes de baño
Según dictaba la moda femenina en 1913, eran indispensables para el baño un traje de tafetán o sarga, las zapatillas adecuadas, un gorro "asentador y coquetón" para impedir que el pelo se mojara, una gran sábana-capa para usar antes de entrar al agua, guantes de goma y medias negras. Con los años, los trajes se fueron simplificando y se volvieron cada vez más pequeños, hasta la década de 1960, cuando el bikini se populariza y se convierte en el rey indiscutido del verano.
El transporte
A comienzos del siglo XX, llegar a la playa era toda una aventura; por ejemplo, un viaje entre Santiago y Valparaíso tardaba al menos ocho horas. La extensión de las líneas de ferrocarril -como el ramal Talca-Constitución, inaugurado en 1915, o el tren a Cartagena de 1921- hizo los trayectos más fáciles y fue un gran motor para el turismo nacional. A partir de la década de 1940, la masificación del automóvil y la construcción de carreteras y túneles disminuyeron considerablemente los tiempos de traslado e impulsaron el desarrollo de muchos balnearios, sobre todo en la zona central.
Los viajes al extranjero
Las playas de Brasil o las islas del Caribe eran consideradas destinos exóticos e inalcanzables para la gran mayoría de los chilenos durante casi todo el siglo XX. Pero desde la década de 1990, producto de la globalización y del mayor poder adquisitivo de la población, esto cambió por completo, aumentando año a año la venta de pasajes al exterior.
Los bañistas
Antiguamente, el término bañista estaba más asociado a los baños termales que a las playas. Algunas termas nacionales ya eran mencionadas en el siglo XVI por cronistas españoles, como la de Cauquenes, en donde se hizo, en 1897, la primera "Guía del bañista y del turista" de la que se tiene registro en el país. Hace un siglo, muy pocos chilenos sabían nadar y no era bien visto que las mujeres se metieran al agua. Hoy, los baños en el mar son altamente recomendados y son sinónimo de vida saludable.
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VIDA Y SALUD
Lunes 19 de Enero de 2009
Memorias de verano:
Vacaciones con trajes de baño de lana y baldes de lata
Los paseos a la playa de antaño se hacían en tren o en coche con caballos. Por las noches se compartía en familia y se jugaba a las adivinanzas.
Antiguamente, irse de vacaciones era una verdadera aventura. Sylvia Bordalí (86 años) recuerda que cuando niña iba con su familia a Viña del Mar en auto.
"Era un modelo del año 30, pero no era ninguna comodidad, porque entre las curvas y el polvo del camino llegábamos todas embarradas".
Ana María Pizarro (79) viajaba en tren. "Nos juntábamos en la Estación Central y partíamos a Llolleo con sándwiches hechos por la mamá. Por suerte inventábamos juegos durante el viaje, porque el tren iba parando en todas las estaciones"
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domingo 20 de febrero de 2011
Soledad Camponovo
Pirque, Melipilla y Peñalolén eran algunos de los destinos favoritos de las pocas familias que tomaban vacaciones durante la Colonia. La preferencia por la costa comenzó recién a fines del siglo XIX, aunque ir a la playa en esos días era muy diferente a hoy: llegar a los balnearios era una odisea de horas por caminos complicadísimos, pocos sabían nadar, se iba completamente vestido, y broncearse no estaba de moda.
Con el tiempo, los veraneos se masificaron producto de la modernización del transporte y de la instauración, en 1931, de vacaciones legales para los trabajadores. Ya en la década de 1990 el extranjero se convierte en un destino posible para un cada vez mayor número de personas.
Acá recorremos los profundos cambios que han experimentado los veraneos de los chilenos en los últimos cien años.
Los principales balnearios
La costumbre de ir a la playa comenzó a arraigarse en Chile a fines del siglo XIX, cuando algunas familias empiezan a preferir pasar sus vacaciones en la costa, y no en el campo. Por esto, los primeros balnearios -como Viña del Mar y Constitución- nacen en torno a fundos y haciendas. Durante las primeras décadas del siglo XX fue, sin duda, Cartagena el lugar favorito de la alta sociedad chilena. Luego, balnearios como Zapallar y Algarrobo vendrían a ocupar su lugar.
Los trajes de baño
Según dictaba la moda femenina en 1913, eran indispensables para el baño un traje de tafetán o sarga, las zapatillas adecuadas, un gorro "asentador y coquetón" para impedir que el pelo se mojara, una gran sábana-capa para usar antes de entrar al agua, guantes de goma y medias negras. Con los años, los trajes se fueron simplificando y se volvieron cada vez más pequeños, hasta la década de 1960, cuando el bikini se populariza y se convierte en el rey indiscutido del verano.
El transporte
A comienzos del siglo XX, llegar a la playa era toda una aventura; por ejemplo, un viaje entre Santiago y Valparaíso tardaba al menos ocho horas. La extensión de las líneas de ferrocarril -como el ramal Talca-Constitución, inaugurado en 1915, o el tren a Cartagena de 1921- hizo los trayectos más fáciles y fue un gran motor para el turismo nacional. A partir de la década de 1940, la masificación del automóvil y la construcción de carreteras y túneles disminuyeron considerablemente los tiempos de traslado e impulsaron el desarrollo de muchos balnearios, sobre todo en la zona central.
Los viajes al extranjero
Las playas de Brasil o las islas del Caribe eran consideradas destinos exóticos e inalcanzables para la gran mayoría de los chilenos durante casi todo el siglo XX. Pero desde la década de 1990, producto de la globalización y del mayor poder adquisitivo de la población, esto cambió por completo, aumentando año a año la venta de pasajes al exterior.
Los bañistas
Antiguamente, el término bañista estaba más asociado a los baños termales que a las playas. Algunas termas nacionales ya eran mencionadas en el siglo XVI por cronistas españoles, como la de Cauquenes, en donde se hizo, en 1897, la primera "Guía del bañista y del turista" de la que se tiene registro en el país. Hace un siglo, muy pocos chilenos sabían nadar y no era bien visto que las mujeres se metieran al agua. Hoy, los baños en el mar son altamente recomendados y son sinónimo de vida saludable.
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Lunes 19 de Enero de 2009
Memorias de verano:
Vacaciones con trajes de baño de lana y baldes de lata
Los paseos a la playa de antaño se hacían en tren o en coche con caballos. Por las noches se compartía en familia y se jugaba a las adivinanzas.
Antiguamente, irse de vacaciones era una verdadera aventura. Sylvia Bordalí (86 años) recuerda que cuando niña iba con su familia a Viña del Mar en auto.
"Era un modelo del año 30, pero no era ninguna comodidad, porque entre las curvas y el polvo del camino llegábamos todas embarradas".
Ana María Pizarro (79) viajaba en tren. "Nos juntábamos en la Estación Central y partíamos a Llolleo con sándwiches hechos por la mamá. Por suerte inventábamos juegos durante el viaje, porque el tren iba parando en todas las estaciones"
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