No sólo el entorno del poblado de Sierras de Bellavista,
sino varios de los cerros de los alrededores han colonizado los pinos luego del
incendio
El bosque de pinos que caracterizaba a la precordillera de San Fernando no sólo se ha regenerado, sino que colonizó los cerros del entorno. Ahora, el desafío es restaurar las especies nativas.
Pero este paraíso tuvo su encuentro íntimo con el infierno el domingo 2 de enero de 1999 a las 14:30 horas. Unos 12 kilómetros cerro abajo, en un sector turístico conocido como La Rufina, una fogata mal apagada dio origen al peor incendio de las últimas dos décadas. En los primeros 20 minutos desde que se había iniciado el fuego ya había consumido 2 mil hectáreas. El siniestro sólo pudo ser controlado 14 días después. Para entonces, 25.400 hectáreas de pinos y bosque nativo, principalmente roble, ciprés de la cordillera y arbustos, habían sido arrasadas. También se perdieron más de 14 viviendas, animales y cercos.
"Lo que vimos era un verdadero campo lunar, todo calcinado en su máxima expresión", recuerda Marcelo Cerda, hoy jefe de la unidad forestal provincial de Conaf, pero que en la época del incendio era jefe regional de manejo de fuego del organismo, por lo que le tocó combatir personalmente el fuego. "Tuvimos acá unas 800 personas entre brigadas de Conaf, personal militar, carabineros, bomberos, obreros y autoridades gubernamentales", recuerda. Cerda es uno de los expositores del Curso Internacional de Manejo de Cuencas Hidrográficas de Conaf, que realizó la semana pasada una de sus sesiones en Sierras de Bellavista.
Cuesta creer que aquí alguna vez hubo un incendio. Por donde se mire, los pinos y uno que otro árbol nativo exhiben su frondosidad. Vamos a uno de los cerros que rodean el poblado para tener una apreciación mejor del entorno: los pinos se multiplican, escalando cada cerro disponible.
"Aquí había 800 hectáreas de pino. Hoy hay más de 1.500. El resto salió en forma natural porque, producto del incendio, todas las semillas de los árboles antiguos se dispersaron".
A la sombra de los pinos crecen pequeños robles, peumos y quillayes, que fueron sembrados como parte del proceso de recuperación.
Samuel Francke, jefe nacional del programa de manejo de suelos y conservación de cuencas de Conaf, explica que optaron por permitir la dispersión de los pinos porque es una especie que permite proteger el suelo. "El pino es una especie colonizadora, recupera el ambiente degradado". En un par de años, dice, cuando estén maduros, la idea es cortar los bosques de pinos parcialmente y así generar más luz que permita a otras especies desarrollarse. "Falta muy poco. Pero hay que tener paciencia para que esto se estabilice".
El trabajo de recuperación se inició cuatro meses después de apagado el incendio. Con fondos del gobierno regional y la JICA, la agencia de cooperación japonesa, el principal objetivo fue restaurar la zona de 1.500 hectáreas que abastecía de agua potable al poblado. Se hicieron canales de desviación, construyeron diques, sembraron pastos de alta montaña y trabajaron intensivamente en cuencas y laderas con el fin de evitar los deslizamientos y la erosión.
"Cuando hay incendios, normalmente se deja que la naturaleza haga su trabajo, no hay trabajos de restauración. Esta es una experiencia pionera a nivel nacional", dice Francke.
Lo aprendido en este laboratorio natural les ha servido para replicar las técnicas de restauración en otras plantaciones forestales.
No todo se pudo recuperar rápido. El ciprés de la cordillera, una de las especies más emblemáticas del área, se perdió casi por completo y su regeneración tomará décadas.
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