Sábado, 3 de Marzo de 2012, 00:39
Con un espectáculo de intenciones absolutas que dejó boquiabiertos a cerca de 50 mil seguidores, el británico concretó su tercer paso por el país. En dos actos, toda clase de recursos fueron mezclados para recrear uno de los trabajos más determinantes en la historia del rock.
Roger Waters recreó una de sus obras
cumbre en el Estadio Nacional.
Foto: Cristián Soto, El Mercurio
Por Sebastián Cerda, Emol
SANTIAGO.- Sólo han transcurrido algunos segundos desde el inicio del
concierto en que Roger Waters revive The Wall, y los estímulos ya han
sobrepasado cualquier cálculo.
Con los primeros acordes de "In the flesh" sonando, recursos de ayer y hoy se suceden sin respiro. Proyecciones, juegos de luces, sonido que recorre de un extremo a otro del estadio, muñecos, una pantalla LED circular, un avión que vuela sobre la cancha, una enorme muralla de ladrillos que ocupa sus 100 metros como telón y una avasalladora descarga de fuegos artificiales al finalizar.
Todo en un par de minutos y con la épica del tema que abre el trabajo más popular y uno de los más emblemáticos de Pink Floyd, como contexto sonoro.
La incredulidad y el asombro se perciben en la multitud, que sólo responde con un grito prolongado y brazos al cielo. El correlato es habitual en cualquier show, pero esta vez cobra un sentido distinto: Hay algo en el despliegue de Waters que simplemente sobrepasa a los presentes, en quienes el gesto al unísono es la única respuesta posible ante algo que las palabras, por momentos, parecen no poder contener.
Porque ésa aparenta ser la apuesta del británico. Superar todo lo hasta ahora visto en materia de espectáculos en vivo, equilibrando derroche, inteligencia y cuidado en el uso de la multiplicidad de recursos disponibles, y amparándose en la cualidad que marca la diferencia entre este show y cualquier otro: El eje dramático, y su correspondiente tensión emocional.
En ese marco es que Waters se da a la tarea de recrear una de sus obras cumbre, y que está grabada en la piel de las cerca de 50 mil personas que esta noche repletan el Estadio Nacional, en la primera de dos citas consecutivas en el recinto de Ñuñoa.
Acompañado por una banda que refresca la potencia del disco publicado en 1979, el ex líder de Pink Floyd enrostra que la crítica planteada hace 32 años no sólo sigue vigente, sino que además se renueva y reproduce. Así lo muestran, la ficha de su propio padre fallecido en la Segunda Guerra Mundial, seguida por la de un niño caído en pleno siglo XXI en la guerra de Irak, durante "The thin ice".
"A la memoria de Víctor Jara"
"Quiero dedicar este show a la memoria de Víctor Jara, y a todos los desaparecidos y torturados", saluda el británico tras las primeras canciones, y poniendo la universalidad del mensaje nuevamente arriba de la mesa, antes de que las nuevas imágenes del espectáculo vuelvan a mezclarse con las animaciones que en 1982 imprimiera Gerald Scarfe, en la cinta de Alan Parker.
Aparece en escena la marioneta del opresor maestro de primaria, y con ella un coro de niños que no canta en vivo durante la primera parte de ese himno que es "Another brick in the wall". Waters confesamente tampoco lo hace en "Mother", mientras que sus proyecciones de apariencia en vivo son registros anteriores con los que el artista en escena se intenta coordinar.
Pero eso ni siquiera da para cuestionamientos en una experiencia que sobrepasa con creces lo musical, y que logra expresar todo lo que el cerebro del británico quiso plantear en su minuto: Un trabajo de rock en un marco operático, un tratado filosófico y político, y una gran obra que abarca la globalidad del arte.
El clásico cerdo inflable está convertido en retazos para el recuerdo de los fanáticos, cuando Roger Waters se despide tras cerca de dos horas y media de show (con aproximadamente 20 minutos de intermedio).
En la retina de los espectadores queda la fotografía de un evento mayúsculo y apabullante. En las reflexiones del ex Pink Floyd, en tanto, probablemente por fin se haya alojado la convicción de haber completado la tarea, tras haber dotado a un álbum que no tuvo otra aspiración que la perfección, de un espectáculo que tampoco pretende otra cosa.
Con los primeros acordes de "In the flesh" sonando, recursos de ayer y hoy se suceden sin respiro. Proyecciones, juegos de luces, sonido que recorre de un extremo a otro del estadio, muñecos, una pantalla LED circular, un avión que vuela sobre la cancha, una enorme muralla de ladrillos que ocupa sus 100 metros como telón y una avasalladora descarga de fuegos artificiales al finalizar.
Todo en un par de minutos y con la épica del tema que abre el trabajo más popular y uno de los más emblemáticos de Pink Floyd, como contexto sonoro.
La incredulidad y el asombro se perciben en la multitud, que sólo responde con un grito prolongado y brazos al cielo. El correlato es habitual en cualquier show, pero esta vez cobra un sentido distinto: Hay algo en el despliegue de Waters que simplemente sobrepasa a los presentes, en quienes el gesto al unísono es la única respuesta posible ante algo que las palabras, por momentos, parecen no poder contener.
Porque ésa aparenta ser la apuesta del británico. Superar todo lo hasta ahora visto en materia de espectáculos en vivo, equilibrando derroche, inteligencia y cuidado en el uso de la multiplicidad de recursos disponibles, y amparándose en la cualidad que marca la diferencia entre este show y cualquier otro: El eje dramático, y su correspondiente tensión emocional.
En ese marco es que Waters se da a la tarea de recrear una de sus obras cumbre, y que está grabada en la piel de las cerca de 50 mil personas que esta noche repletan el Estadio Nacional, en la primera de dos citas consecutivas en el recinto de Ñuñoa.
Acompañado por una banda que refresca la potencia del disco publicado en 1979, el ex líder de Pink Floyd enrostra que la crítica planteada hace 32 años no sólo sigue vigente, sino que además se renueva y reproduce. Así lo muestran, la ficha de su propio padre fallecido en la Segunda Guerra Mundial, seguida por la de un niño caído en pleno siglo XXI en la guerra de Irak, durante "The thin ice".
"A la memoria de Víctor Jara"
"Quiero dedicar este show a la memoria de Víctor Jara, y a todos los desaparecidos y torturados", saluda el británico tras las primeras canciones, y poniendo la universalidad del mensaje nuevamente arriba de la mesa, antes de que las nuevas imágenes del espectáculo vuelvan a mezclarse con las animaciones que en 1982 imprimiera Gerald Scarfe, en la cinta de Alan Parker.
Aparece en escena la marioneta del opresor maestro de primaria, y con ella un coro de niños que no canta en vivo durante la primera parte de ese himno que es "Another brick in the wall". Waters confesamente tampoco lo hace en "Mother", mientras que sus proyecciones de apariencia en vivo son registros anteriores con los que el artista en escena se intenta coordinar.
Pero eso ni siquiera da para cuestionamientos en una experiencia que sobrepasa con creces lo musical, y que logra expresar todo lo que el cerebro del británico quiso plantear en su minuto: Un trabajo de rock en un marco operático, un tratado filosófico y político, y una gran obra que abarca la globalidad del arte.
El clásico cerdo inflable está convertido en retazos para el recuerdo de los fanáticos, cuando Roger Waters se despide tras cerca de dos horas y media de show (con aproximadamente 20 minutos de intermedio).
En la retina de los espectadores queda la fotografía de un evento mayúsculo y apabullante. En las reflexiones del ex Pink Floyd, en tanto, probablemente por fin se haya alojado la convicción de haber completado la tarea, tras haber dotado a un álbum que no tuvo otra aspiración que la perfección, de un espectáculo que tampoco pretende otra cosa.
Fotos: José Alvujar
- El Mercurio |
actualizado el 02/03/2012
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www.latercera.com
Roger Waters homenajea a Víctor Jara en su primer show en el Nacional de la gira The Wall
En su tercera visita a Chile, el ex líder de Pink Floyd se presentó ante 45 mil personas en el principal coliseo del país. Este sábado se presentará nuevamente.
por Carolina Cerda Maira - 03/03/2012 - 00:00
Fue con In the flesh, acompañada de fuegos artificiales, que el ex líder y bajista de Pink Floyd dio inicio al espectacular concierto.
Ya con Another brick in the wall part 1 y The happiest days of our lives, el público se mostraba entregado ante el show, pero fue con Another brick in the wall part 2, en que un grupo de niños chilenos subió al escenario para enrostrarle el clásico "we don't need no education/teachers leave the kids alone" a un enorme títere de un profesor, cuando la gente gritó cada parte del coro de la canción. Tras el emblemático tema, interpretó la canción dedicada a Jean Charles de Menezes, estrenada en vivo en su segundo show en Berlín en junio pasado.
Recién en ese momento, Waters dijo: "Gracias, buenas noches Chile. Primero (quiero) felicitar a los niños de Santiago con un gran aplauso. Quiero dedicar este show a la memoria de Víctor Jara y a todos los otros desaparecidos del régimen militar, los recordaremos".
Tras eso, explicó que cantaría Mother acompañado de audio y video de un show en Earls Court de Londres en 1980, tema que estuvo cargado de mensajes políticos en las frases proyectadas en el muro, al que mientras se desarrolla el show se le van agregando ladrillos, comenzando a tapar tanto al escenario como a la banda de modo perfectamente coordinado con las proyecciones.
Durante Good bye blue sky, el músico arremetió contra diferentes religiones y marcas, y luego se vieron imágenes de la cinta protagonizada por Bob Geldof.
Hacia Don't leave me now vuelve a aparecer una marioneta, esta vez de una mujer, y durante Another brick in the wall part 3 y The last few bricks, el muro, ya prácticamente completo, se hace esencial para la proyección de imágenes. Con la breve Goodbye cruel world, Waters deja el escenario para el intermedio.
Cinco minutos antes de las 11 de la noche -y con Hey you con la banda absolutamente tapada por el muro- terminó el intermedio.
Tras Is there anybody out there, el muro tomó un nuevo protagonismo con Waters instalado en una especie de living empotrado en la estructura, mientras cantaba Nobody home.
Vera y Bring the boys back home fueron particularmente emotivas por sus alusiones a la guerra y a los desprotegidos -con cita de Eisenhower incluida-, pero Comfortably numb fue la que se convirtió en un karaoke masivo, que tuvo al guitarrista Dave Kilminster como protagonista al tocar sobre el muro que mostraba imágenes que asemejaban al 3D.
Para el reencuentro con In the flesh ya se veía al clásico animal volante, esta vez un jabalí cubierto de consignas, al tiempo que el muro y las banderas que flameaban sobre él y al lado de los músicos que ya estaban adelante del escenario, hacían referencias tanto al nazismo como al totalitarismo de la URSS.
Tras eso, el músico gritó un 'Thank you' y un 'Gracias' que se vio proyectado en el muro antes de las frases: "¿Hay algún paranoico en el estadio esta noche? Esto es para ti", que dieron inicio a una muy aplaudida Run like hell.
A pesar de todo lo ya mostrado, tanto Waiting for the forms, Stop y The trial siguieron sorprendiendo con sus visuales, pero fue la caída del muro lo que desató la total euforia total.
Al terminar el show, con la acústica Outside the wall, Waters aprovechó el momento para presentar a sus músicos, decir que está a favor de la causa de los estudiantes chilenos y las demandas de Aysén, además de agradecer al público presente asegurando un tanto emocionado su presencia en el show.
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"Si a la primera no triunfas, prueba con un ataque aéreo". Esa amenaza
desafiante, esa frase cargada de matonaje bélico, es la primera en aparecer
pintarrajeada en la muralla escenográfica que decoró el primer show de The
wall en el Estadio Nacional, cuando el espectáculo apenas contaba con un par
de minutos. Más que un detalle de diseño, se trata de una advertencia explícita
a uno de los inicios más apabullantes y demoledores que recuerde un megaevento
local, sin tregua ni permiso para tímpanos despistados o exigentes: a las 21.30
horas, la tercera vez de Roger Waters en Santiago ya era carne y ladrillo con el
comienzo de un show atiborrado por la alta tecnología, los mensajes de filo
social y la reverencia a la historia reciente.
Un menú embriagador, saturado de estímulos auditivos y visuales, que pocas veces se había visto en Ñuñoa, sólo comparable al tour 360° que U2 desplegó hace casi un año, en marzo de 2011, en el mismo césped. Bajo el aviso de no tomar fotos con flash -sugerencia que nadie acató y que sonó casi ingenua ante tanto fetiche técnico- y con los diálogos de Espartaco, de Stanley Kubrick, como introducción, Waters sale a escena ante una muralla quebrada en la mitad, cuyos trozos laterales sirven como pantallas y se apoyan con otra circular en el medio de la escena.
Con el ex Pink Floyd vestido de negro y zapatillas, In the flesh? es el primer puñetazo. La pirotecnia se dispara sobre el montaje, el sonido cuadrafónico trepa por cada rincón del reducto y, sobre el final, la espectacularidad de un avión que sale desde el sector de galería y se estrella con la parte superior de la muralla. Las llamas sobre el escenario completan el cuadro. El aullido de asombro y bienvenida es inmediato. La pólvora aún merodea la atmósfera. La pared se ha empezado a construir.
Y también las obsesiones del cantautor: la postal cumple desde un principio ese viejo anhelo que poseía desde la gira de Animals (1977) que inspiró The Wall (1979), cuando odiaba a las audiencias y soñaba con un bombardeo sobre un concierto de rock. Otro guiño bélico, igual de personal, se ensambla con The thin ice: la imagen de su padre, fallecido durante la Segunda Guerra Mundial, se mezcla en las pantallas con víctimas de conflictos más recientes. Luego, casi sin respiro, las dos partes de Another brick in the wall rematan en el coro local de 16 niños -cuatro de ellos del Sename- que interpretan el estribillo y enfrentan la mítica marioneta del profesor obsoleto. "Fue emocionante conocerlo en el ensayo y tomarnos fotos con él", comenta Luis Riquelme (14) al finalizar la aventura y en referencia al ensayo de ayer a las 17 horas.
"Muchas gracias", dice el artista en español, agradece al grupo infantil y lee un mensaje dedicado a Víctor Jara y a todos los "desaparecidos, muertos y torturados" en el país. Además, alude a Miguel Woodward, el sacerdote desaparecido en 1973.
El aplauso es total. Un público mayoritariamente adulto -50 mil personas- que creció en los 80 escuchando ese casete de portada blanca cuadriculada y mirando la cinta de Alan Parker, y que ayer, más de 30 años después de ese impacto profundo, llegó disfrazado hasta con las máscaras alienadas de los alumnos que se convierten en salchichas.
Para ellos, impactados de que sus delirios de adolescencia hoy se proyecten en un muro de 76 metros de largo por 23 de alto -lejos la tarima más extensa que ha pasado por el país-, va otra desliz personal: Waters canta Mother y lo cruza con una escena de él mismo interpretando el tema en 1980. Y también otro anzuelo político: Goodbye blue sky muestra una flota de aviones disparando logos multinacionales -desde Shell hasta Mercedes Benz- junto a los símbolos del cristianismo, judaísmo y la fe musulmana, poniendo al mismo nivel las batallas económicas con las religiosas.
Con Goodbye cruel world se completa todo el muro -la muralla ya lo domina todo- y las pantallas dan paso a un intermedio de 20 minutos. Luego, la segunda parte guarda las cimas de Hey You, Comfortably numb -con Robbie Wyckoff haciendo las partes de David Gilmour y apareciendo sobre el muro, tal como el show de 1980- y la teatralización de In the flesh. El muro cae en The trial, pero el asombro de una noche mágica sigue en alto.
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www.canal13.cl
Sáb, 03/03/2012 - 15:43
Roger Waters dedicó concierto Victor Jara
En su primera noche de conciertos en nuestro país, el intérprete británico dedicó su show a cantautor chileno Víctor Jara
¡Revisa a todos los detalles en el siguiente compacto!
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Roger Waters ofrece el show más deslumbrante que ha pasado por Chile
El inglés se presentó ante 50 mil personas en el Nacional con
The Wall, un concierto cruzado por la tecnología embriagadora.
por C. Vergara / D. Lagos
Un menú embriagador, saturado de estímulos auditivos y visuales, que pocas veces se había visto en Ñuñoa, sólo comparable al tour 360° que U2 desplegó hace casi un año, en marzo de 2011, en el mismo césped. Bajo el aviso de no tomar fotos con flash -sugerencia que nadie acató y que sonó casi ingenua ante tanto fetiche técnico- y con los diálogos de Espartaco, de Stanley Kubrick, como introducción, Waters sale a escena ante una muralla quebrada en la mitad, cuyos trozos laterales sirven como pantallas y se apoyan con otra circular en el medio de la escena.
Con el ex Pink Floyd vestido de negro y zapatillas, In the flesh? es el primer puñetazo. La pirotecnia se dispara sobre el montaje, el sonido cuadrafónico trepa por cada rincón del reducto y, sobre el final, la espectacularidad de un avión que sale desde el sector de galería y se estrella con la parte superior de la muralla. Las llamas sobre el escenario completan el cuadro. El aullido de asombro y bienvenida es inmediato. La pólvora aún merodea la atmósfera. La pared se ha empezado a construir.
Y también las obsesiones del cantautor: la postal cumple desde un principio ese viejo anhelo que poseía desde la gira de Animals (1977) que inspiró The Wall (1979), cuando odiaba a las audiencias y soñaba con un bombardeo sobre un concierto de rock. Otro guiño bélico, igual de personal, se ensambla con The thin ice: la imagen de su padre, fallecido durante la Segunda Guerra Mundial, se mezcla en las pantallas con víctimas de conflictos más recientes. Luego, casi sin respiro, las dos partes de Another brick in the wall rematan en el coro local de 16 niños -cuatro de ellos del Sename- que interpretan el estribillo y enfrentan la mítica marioneta del profesor obsoleto. "Fue emocionante conocerlo en el ensayo y tomarnos fotos con él", comenta Luis Riquelme (14) al finalizar la aventura y en referencia al ensayo de ayer a las 17 horas.
"Muchas gracias", dice el artista en español, agradece al grupo infantil y lee un mensaje dedicado a Víctor Jara y a todos los "desaparecidos, muertos y torturados" en el país. Además, alude a Miguel Woodward, el sacerdote desaparecido en 1973.
El aplauso es total. Un público mayoritariamente adulto -50 mil personas- que creció en los 80 escuchando ese casete de portada blanca cuadriculada y mirando la cinta de Alan Parker, y que ayer, más de 30 años después de ese impacto profundo, llegó disfrazado hasta con las máscaras alienadas de los alumnos que se convierten en salchichas.
Para ellos, impactados de que sus delirios de adolescencia hoy se proyecten en un muro de 76 metros de largo por 23 de alto -lejos la tarima más extensa que ha pasado por el país-, va otra desliz personal: Waters canta Mother y lo cruza con una escena de él mismo interpretando el tema en 1980. Y también otro anzuelo político: Goodbye blue sky muestra una flota de aviones disparando logos multinacionales -desde Shell hasta Mercedes Benz- junto a los símbolos del cristianismo, judaísmo y la fe musulmana, poniendo al mismo nivel las batallas económicas con las religiosas.
Con Goodbye cruel world se completa todo el muro -la muralla ya lo domina todo- y las pantallas dan paso a un intermedio de 20 minutos. Luego, la segunda parte guarda las cimas de Hey You, Comfortably numb -con Robbie Wyckoff haciendo las partes de David Gilmour y apareciendo sobre el muro, tal como el show de 1980- y la teatralización de In the flesh. El muro cae en The trial, pero el asombro de una noche mágica sigue en alto.
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Sáb, 03/03/2012 - 15:43
Roger Waters dedicó concierto Victor Jara
En su primera noche de conciertos en nuestro país, el intérprete británico dedicó su show a cantautor chileno Víctor Jara
¡Revisa a todos los detalles en el siguiente compacto!
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