Tenían 10 años de diferencia y vivía en Islas Canarias
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"Tributo a Felipe Camiroaga"
Tribuna de su hermana Paola Bontempi.
Opiniones
Miércoles 14 de Septiembre de 2011
“La muerte no puede quitar lo que el amor ha puesto en su sitio”
Paola Bontempi Fernández
Hermana de Felipe Camiroaga
Somos 21 familias que compartimos el mismo dolor. Su dolor es nuestro dolor; su incertidumbre, la nuestra; su esperanza, la misma; y nuestro consuelo, el de todos. Porque en este vuelo, directo al Cielo, iba un ramillete de seres enormemente generosos.
Se nos llenan los corazones al ver que Felipe es una parte de tanta y tanta gente. Es tanta la gente que se nos ha acercado con su amor por nuestro hermano, que ya no podemos decir que es nuestro.
Felipe fue un niño con mucho talento, con una vida interior enorme. Un adolescente rebelde, para el que la verdad era más importante que la conveniencia. Llevaba en su espíritu el don de la grandeza del alma y la generosidad.
Aquí había algo de la herencia de sus padres: Jorge, que era su apoyo permanente, su pulso firme y su conexión con el mundo del campo. En Felipe también está presente el espíritu de nuestra madre, María de Luz, con su amor libre y valiente.
Los padres influyen, los hermanos influyen, pero la individualidad es un misterio más profundo. Y aquí está muy presente el archipiélago de Juan Fernández.
Nuestro hermano lo descubrió con 16 años, elevando sus cumbres como un grito de la naturaleza en medio de la inmensidad. Siempre quería volver. Ahí maduró su identidad profunda de hombre bueno y desprendido; sabio y amante de la naturaleza, con un toque a lo Robinson Crusoe.
Felipe sabía estar solo, y ése es un don que nace de la fuerza del espíritu. Pero desde el fondo de su ser amaba a la gente.
El amor no madura por el mero paso de los años ni por esposarse convencionalmente ni por tener o no tener hijos. El amor madura por la generosidad de la entrega, por la capacidad de abrir las rejas de los prejuicios, por aprender a comprender y a aceptar las diferencias.
El hito máximo de la madurez: el perdón. Felipe fue un amigo, hijo y hermano leal y generoso. Supo vivir un profundo conflicto adolescente con la partida de mamá y segundos matrimonios de su padre y de su madre; y les perdonó de verdad, de corazón.
La muerte no puede quitar lo que el amor ha puesto en su sitio. La muerte no es una derrota cuando se cumple el destino del que mucho amó. Felipe murió en un acto de servicio al país que amaba, a la profesión que amaba, y a esa isla que amaba
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