LA TERCERA
Cultura
Reviven el legado arquitectónico de Luciano Kulczewski, "el Gaudí chileno"
Rodrigo Miranda
02/04/2005 00:00
Luciano Kulczewski, el arquitecto chileno murió de leucemia en 1972.
La arquitectura de Luciano Kulczewski tiene un perfil propio. Si bien se inspiró en tendencias provenientes de Europa, el chileno trató de articular en sus diseños un lenguaje netamente personal al utilizar un amplio espectro de estilos, desde el neogótico al art nouveau o modernismo. De hecho, muchas de sus construcciones llevan en las murallas su firma forjada en hierro con letras ojivales. Son literalmente edificios firmados por él.
Kulczewski (1896-1972), en definitiva, captó y absorbió los influjos próximos o lejanos, pero asimiló e hizo propias aquellas estéticas novedosas para la época y las extendió por el sector del barrio Lastarria, donde vivía, y por el centro de Santiago (ver infografía).
"Hoy lo comparan con Gaudí, aunque en ninguno de sus libros o anotaciones he encontrado una cita al arquitecto catalán. De todas maneras es seguro que lo conoció. Uno de sus profesores fue José Forteza, era catalán y probablemente fue él quien generó su interés por el gótico y el modernismo", dice el arquitecto Fernando Riquelme, quien publicó en 1996 el texto La Arquitectura de Luciano Kulczewski (Ediciones Universidad Católica).
Fue precisamente el especial encanto de esas casas de aspecto osado, casi macabro -como si fueran el decorado de una escena de un cuento de H.P. Lovecraft- lo que llevó a Alberto Fuguet y Sergio Paz a realizar el libro Ciudad Kul, sobre la estética del arquitecto, que se publicarán durante el segundo semestre bajo el sello Random House-Mondadori.
"Fue el Vicente Huidobro de la arquitectura chilena", dice Paz. Y agrega: "El libro tendrá planos, cartas a sus nietos y entrevistas a los actuales habitantes de los edificios. Es una celebración y un homenaje, que no parte de la erudición sino de la admiración".
El señor de las gárgolas
La presencia de gárgolas juegan un papel central en su obra. Pero el uso de estos seres mitológicos, que abundan en iglesias europeas como Notre Dame de París, no tendrían una explicación simbólica o esotérica.
Según Riquelme, estas figuras cumplen la pacífica y técnica función de desviar el agua de lluvia para evitar la erosión en los edificios. También figuran torres, cruces invertidas, escudos de armas y elementos característicos del estilo neogótico, como los vitreaux con imágenes.
Algunas de sus creaciones, como la Casa de las Gárgolas -que muchos transeúntes de calle Vicuña Mackenna podrían confundir con una iglesia-, han sido salvadas de las demoliciones por instituciones públicas y privadas que las han convertido en sus sedes, como el Consejo de Monumentos Nacionales y el Colegio de Arquitectos.
Kulczewski no permanecía ajeno a las preocupaciones sociales. En 1931 fue uno de los fundadores de la Orden Socialista, que fue un antecedente del PS chileno. En 1938 fue director de la campaña presidencial de Pedro Aguirre Cerda, quien fuera su profesor de castellano en el Instituto Nacional.
Cuando el candidato del Frente Popular llegó al poder lo nombró administrador de la Caja de Seguro Obrero, que en su época construyó el edificio más grande de Chile: la sede de la institución. También fue amigo de Salvador Allende e incluso dormía siesta en su casa.
"Realizó conjuntos para clase media como el de la calle Keller, de Providencia, y viviendas más populares para suboficiales de Carabineros, ubicadas cerca de la calle Manuel Montt, a una cuadra de Irarrázaval", señala Fernando Riquelme.
También cultivó estilos más formales, como el neoclásico francés, en el conjunto de calle Virginia Opazo, 30 casas de fachada continua pintadas de riguroso blanco. Al morir, sus restos fueron esparcidos al lado de la tumba de Napoléon, en París, y en el cerro San Cristóbal, cerca de una de sus primeras obras: una terraza tipo Parque Guell, que fue destruida. Hoy, la torre Telefónica ocupa el espacio de otras de sus atrevidas casas, que sucumbió ante el paso de las máquinas de demolición
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VIVIENDA Y DECORACIÓN Sábado 31 de Julio de 2004
Luciano Kulczewski
Los pies en el aire, la obra en la ciudad
El arquitecto chileno Luciano Kulczewski entendía su profesión como un arte.
Texto, Andrea Wahr Rivas / Fotografías, José Luis Rissetti
Hace unas semanas se anunció la demolición de una vivienda en la calle Antonio Bellet, en Providencia. En un país que derriba su historia, destruye barrios y olvida pronto, no debería sorprender. Pero esta casa en particular despertó pasiones. Amantes del patrimonio y la arquitectura pusieron el grito en el cielo y mandaron cartas de denuncia a los diarios. ¿Por qué? El secreto parece ser su autor, Luciano Kulczewski.
El principal mérito de este arquitecto chileno cuyo apellido polaco se pronuncia culchevsquifue crear un lenguaje personal. En las décadas de los 20 y 30, donde desarrolló la mayor parte de su trabajo, las tendencias mundiales en la arquitectura apuntaban a experimentar con diferentes estilos. Al igual que sus contemporáneos, él lo hizo, pero el valor agregado es que le dio su impronta a cada uno. Desde el neogótico que lo ha hecho más conocido por el público común, pasando por el Art Deco, Art Nouveau, neoclásico francés y moderno. Fueron incursiones desordenadas en el tiempo, a salto de mata, como le confesó en una entrevista al entonces estudiante de arquitectura Enrique Burmeister, quien realizó su tesis de grado acerca de él.
A primera vista, su sello son las gárgolas y otras figuras zoomorfas, pero serían sólo curiosidades si no estuvieran en el marco de una obra bien sustentada. Y eso lo tradujo en formas y volúmenes que hablan de una concepción de la arquitectura como un arte destinado al hombre. Decía que la arquitectura, lejos de ser una ciencia, es un hecho fundamental en las vidas humanas: dar vivienda, dar cohesión a la familia, dar un lugar donde se desarrollen las vidas humanas, alegrías, tristezas, penas, todas cobijadas dentro de un ámbito.
Lejos del suelo
Kulczewski se consideraba a sí mismo una persona feliz, desde que nació en 1896. Y la arquitectura fue un complemento para esa felicidad.
Fue un excelente alumno en la Universidad de Chile, donde entró a estudiar en 1913. Ahí tuvo sus primeras influencias, de la mano del catalán José Forteza, quien fue su profesor de taller y lo introdujo en las formas del modernismo.
Se casó con Lucía Yánquez y tuvo dos hijos que aún viven, Jaime y Mireya, de la que decía era su mejor proyecto. El mayor, hoy de 81 años, tiene recuerdos gratos de una vida familiar, que se movía tranquila y en un ambiente de respeto, con almuerzos muy entretenidos, donde se hablaba todo tipo de temas, motivados por el padre, un hombre culto que leyó la Revolución Francesa a los nueve años, que estaba suscrito a libros y revistas del extranjero. Y que al mismo tiempo le organizaba a sus hijos fiestas de cumpleaños fabulosas, con magos, regalos preciosos, como arcos y trenes.
Era la época en que la familia Kulczewski Yánquez vivía en la casa que el padre había construido para ellos. Una casa de estilo neogótico, con una distribución inusual en tres niveles, con criaturas de hormigón saliendo del muro y con el escudo familiar, una lanza alada, en la fachada. El mismo emblema del anillo que usaba Luciano Kulczewski. La vivienda del barrio Lastarria ya no está en manos de la familia. El anillo lo luce su hijo. La casa debieron venderla en una época cuando los dineros se hicieron más escasos.
- Mi padre era malo para los negocios. O más bien ponía poco los pies en el suelo, vivía en un mundo propio. Carecía del sentido de la materialidad, era pura imaginación, pasaba el día pensando, dibujando.
Mientras todos veían en la madre el pilar donde se apoyaba el ámbito práctico de la vida de los Kulczewski, él era conocido por su capacidad de contar chistes durante horas, por ver la vida con buen humor. El mismo que inspiró las figuras características de su obra y que le llevaba a hacer carreras de automovilismo en el camino Santiago-Viña, en una época en que la ruta era de tierra, y que significaba cuatro horas de viaje.
- Tenía un convertible, y se ponía un casco de aviador, de cuero. Entonces cuando se encontraba con otro auto en el camino, la competencia era por ver quién hacía tragar al otro más polvo.
Aunque Jaime Kulczewski siguió la misma profesión que su padre, tuvieron diferencias enormes en la manera de enfocar la arquitectura. Recién egresado, trabajó a la oficina paterna, lo que fue una excepción, pues don Luciano nunca tuvo socios. Sin embargo, la aventura duró poco. No nos entendimos para nada, eran dos maneras distintas de pensar. Y dos personalidades que en el ámbito familiar funcionaban bien (mi padre nunca dijo una cosa fuerte siquiera, siempre hablaba a partir de la razón), en el trabajo dieron una combinación de la que fue mejor tomar distancia. El joven Kulczewski se trasladó a Viña del Mar, donde realizó gran parte de su carrera.
Hoy, más de cincuenta años después, reconoce que debió escuchar muchas opiniones favorables de estudiantes y académicos para ir apreciando, poco a poco, la obra de su padre. Para darse cuenta de que lo que él consideraba un exceso de detalles, era en realidad una arquitectura totalmente original, que ameritaba el interés de la gente que se acercaba a conversar con él y que dio pie a una monografía, La Arquitectura de Luciano Kulczewski, de ediciones ARQ, realizada por Fernando Riquelme. Lentamente, como él dice, abrió los ojos y hoy se declara orgullosísimo.
Los escritores Alberto Fuguet y Sergio Paz están obsesionados con las construcciones de Kulczewski. Quieren que sea tan conocido como Pablo Neruda o Gabriela Mistral, quieren convertir sus edificios y casas en símbolos de Santiago, que se vendan postales con sus obras. Están en eso, abocados a la preparación de un libro, un documental y una todavía no definida acción de arte. Están convencidos de que Kulczewski ha cambiado la ciudad. Que cargó ciertos barrios de un aire bohemio y misterioso. Y que son características que se traspasan, según ellos, a quienes habitan sus edificios y casas. Algo así como que vivir en un Kulczewski lo hace a uno misterioso y bohemio.
El arquitecto Christian Matzner, cree que en la revaloración de su nombre hay un justo reconocimiento. Como estudioso de su trabajo y como miembro del Consejo de Monumentos Nacionales, avala la idea de proteger todas las obras que lleven su firma. Algo así como un sello de calidad. No estaría de más, sobre todo si se tiene en cuenta que, aunque gran parte está bajo la categoría de Zona Típica o Monumento Histórico, se dan estos casos en que el mercado impera. Y ya se sabe que el mercado es implacable.
La obra
Matzner estableció tipologías resúmenes que caracterizan el estilo kulczewskiano. En primer lugar, elementos escultóricos y de cerrajería, que se definen por el trabajo minucioso en las rejas, manillas y la propia interpretación de su firma, que destacaba en fierro forjado siguiendo el estilo de la construcción, así como las gárgolas, grifos y figuras animales. Por otro lado, el uso de variados elementos ornamentales, como las jardineras integradas, los jarrones elevados, las grecas y los pilares enanos. Y en lo arquitectónico, el empleo de arcos de medio punto, diferentes formas para las ventanas y la predominancia de llenos frente a los vanos.
Su primer encargo fue el acceso al Funicular del Cerro San Cristóbal, de 1924, uno de sus proyectos favoritos, porque se hizo para el hombre común, y porque ayudaba a la felicidad y al bien vivir. Para Kulczewski, el éxito más grande consistía en ver los domingo a los obreros bajar del cerro. Es una de las grandes satisfacciones que tengo, posiblemente más que cualquier otra producida por una situación de orden estético, decía entonces.
Posteriormente vinieron varios encargos disímiles. Conjuntos habitacionales, como las poblaciones Keller, en Providencia (1925), y la de Suboficiales de Carabineros, en la calle Leopoldo Urrutia, de la misma comuna, de 1928.
En paralelo y aprovechando un momento de bonanza económica personal, desarrolló tres proyectos independientes. La que fue su vivienda familiar, en la calle Estados Unidos, donde se sitúan los recuerdos de su hijo, y los edificios de Merced 84 y 268, que son justamente, los que éste considera más valiosos en términos arquitectónicos. Los dos últimos no sólo marcaron una visión precursora, al ser los primeros de departamentos de Santiago, sino que además, en ellos introdujo importantes innovaciones técnicas, como ascensores, calefacción central, y sistemas de servicios comunes, que también impusieron una nueva manera de construir.
En los años 30 y 40 desarrolló varias casas unifamiliares en distintos sectores de Santiago. Por encargo de las Fuerzas Armadas, construyó el conjunto Virginia Opazo en la urbanización Quinta Meiggs.
Y después se sumió en el silencio arquitectónico. Prácticamente no se le conocen intervenciones en los 50 y 60. Fue una época en que estuvo dedicado a la política, él era de ideas humanistas, de avanzada y yo pienso que eso le hizo cortar con la parte profesional, dice Jaime Kulczewski.
Vocación de servicio
Fundó en 1931 la Orden Socialista, uno de los grupos que dos años más tarde formaría el Partido Socialista. También dirigió en 1938 la campaña presidencial de Pedro Aguirre Cerda quien había sido su profesor de castellano en el Instituto Nacional, y un año después, ya como Presidente, lo designó administrador de la Caja de Seguro Obrero. Desde ahí, Kulczewski volcó su influencia en proyectos de viviendas sociales, dirigidos por otros profesionales.
Las ideas humanistas que sustentaron su pensamiento político se trasladaron también a sus trabajos. Kulczewski se definía como un enemigo de la proletarización de la arquitectura, por lo que a sus proyectos de vivienda social les dio carácter, para que no fueran una sumatoria de casas clones. Se dio el trabajo de modificar ciertos elementos, desplazar o achicar ventanas, abrir arcos o medios arcos. De instalar columnas decorativas. Ningún vecino podría confundir su propia casa. Los mismos habitantes de la Población Los Castaños, en la comuna de Independencia, consiguieron en 1996, ante el Consejo de Monumentos Nacionales, la declaratoria de Zona Típica, impidiendo alterar la imagen del barrio. De paso detuvieron un proyecto inmobiliario.
Una acción ciudadana como las que Kulczewski echó de menos en su época. Al final de su vida fue sumamente crítico de la arquitectura que se estaba haciendo, así como de la actividad gremial. Vivimos en la ciudad más fea del mundo por culpa de los arquitectos, decía, aun cuando pensaba que el emplazamiento de Santiago es uno de los más bellos del mundo. Se lamentaba de que esta condición no parecía importar a sus colegas, a los que veía más preocupados de los honorarios que de contribuir con orgullo de chilenos a la belleza de la capital. Se lanzan a levantar edificios de veinte a más pisos (...) No entiendo cómo se puede ser arquitecto sin apreciar las infinitas bellezas de la naturaleza.
Jaime Kulczewski vivía en España cuando su padre murió en 1972 a raíz de complicaciones derivadas de una leucemia. Sus restos se incineraron. Una parte de sus cenizas se esparció en el cerro San Cristóbal y la otra, en el cementerio Pére Lachaise, donde según dice Fernando Riquelme, se cumplían sus anhelos de volver al lugar que le había inspirado en la búsqueda de la belleza y a la cercanía espiritual de aquellos personajes que le cautivaron desde pequeño.
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