sábado, 10 de marzo de 2012

Los tesoros que esconde Franklin

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sábado 10 de marzo de 2012a
V/D


Cuando se decidió que Santiago necesitaba un matadero, se pensó en el borde periférico sur para ubicarlo. Alrededor de esta actividad se formó una población, al principio en condiciones muy precarias, que fue absorbida por el avance de la ciudad. La llegada de los mercados persas terminó de dar el carácter comercial al barrio, y hoy el arte y la gastronomía lo transforman, además, en un polo cultural.  





TEXTO, PABLO ANDULCE TRONCOSO
Fotografías, Macarena Pérez y José Luís Rissetti

En todo Santiago existe un solo lugar donde cosas como éstas ocurren casi simultáneamente: la cara de Carlos -diseñador gráfico, 27 años- cambia cuando escucha que las revistas viejas cuestan dos mil pesos, pero paga sin mencionar que ese número de Vogue -de septiembre de 2007- fue el tema de un documental, ni que en eBay no baja de los trescientos dólares. A sólo unos metros de distancia, los clientes de Enrique, Abraham y Jorge Luis -amigos y socios que llegaron desde República Dominicana hace un año- vienen de las más diversas comunas y hacen la fila pacientemente para que alguno de ellos les corte el pelo en "degrade" o les dibuje líneas y estrellas en la cabeza. Mientras, los Ávalos empujan un cochecito bien protegido del sol, miran y cotizan un comedor nuevo, para su casa también nueva.

El Persa Biobío ha sido desde siempre el lugar perfecto para encontrar el arrimo Normando, el marco Rococó, el repuesto para el celular descontinuado, música, literatura, softwares y juegos de video, a la buena y a la mala. Pero ahora que ofrece también arte, cultura y gastronomía, sí que se puede afirmar: estos galpones contienen todo lo que uno pueda buscar.

El hombre que puso el "pad thai" -fideos de arroz, huevo, pollo y camarones ecuatorianos con salsa de tamarindo- casi al precio de un churrasco nunca ha pisado una escuela de cocina. Aprendió de su madre, estudió economía y administración, tiene 54 años, y le da igual si lo llaman Jirawat Nantalakha -su nombre real-, Mister Odd -renacuajo en tailandés-, o Señor Miyagi -como el maestro de Karate Kid-: "Lo que sea más fácil de recordar", dice en inglés con acento oriental. Le importa igual de poco cocinar para el público de un hotel cinco estrellas o para uno más popular como el que trabaja o transita por Franklin: "Nuestro objetivo es presentar buena comida a la gente. A toda la gente. Que la clase media, e incluso la baja, tenga la posibilidad de probar algo diferente. Estamos introduciendo la cultura tailandesa a través de uno de sus aspectos fundamentales que es la comida. Eso me enorgullece".

El 2005 no era el momento y el Apumanque no era el lugar. Así se explica Mister Odd el fracaso de su primer restorán. Después de eso estuvo seis años como chef en el Ky, el restorán de su amigo Juan Pablo Izquierdo, hasta que Cristóbal Cox lo invitó a ser su socio en un local pequeño que había arrendado en la calle Franklin. Eso fue hace un año y ahora están a punto de abrir un cuarto restorán, que será el segundo en el barrio. Pero ¿por qué tener dos en el mismo sector? Cristóbal contesta que deben su éxito a esa clientela fiel que llegaba de todas partes de Santiago y hacía filas por una mesa. "Vengo desde los 14 años, cuando me traían mis tíos a cachurear y nunca más dejé de hacerlo. Creo que es un lugar especial al que todos tenemos que venir alguna vez", dice.

Al barrio lo llaman Franklin o Matadero y hay una razón para eso: a mediados del siglo XIX las autoridades consideraron que Santiago requería un lugar donde se faenara el ganado bajo condiciones mínimas de salubridad. Destinaron para ese fin dos manzanas en el cuadrante que hoy forman las calles Placer, Arturo Prat, Franklin y San Francisco. El primer edificio se reemplazó por uno más moderno en 1912, que funcionó hasta los 70. Los mercados persas habrían aparecido alrededor de 1929, cuando una grave crisis económica obligó a mucha gente a salir a la calle a vender sus productos, primero en la calle Balmaceda y luego, hacia 1940, en las cercanías del matadero, que entonces aún era un sector periférico.

La mayoría coincide en que el Persa Biobío habría comenzado donde la calle del mismo nombre se encuentra con Santa Rosa. No es raro entonces que la enorme planta de textiles que Elías Musalem abrió en 1945 acogiera ese tipo de comercio después de parar sus actividades productivas, en 1970. Hoy ese espacio de diez mil metros cuadrados se llama Persa Paseo Santa Rosa y funciona con lógica de mall en el sentido de la organización de sus galpones -uno para antigüedades, otro para libros, otro para artículos de computación-, la vigilancia privada y la idea de un patio de comidas, con cocina peruana, china y criolla. En todo lo demás conserva -muy intencionalmente- el carácter de mercado persa. Eso ya le entrega un valor cultural al lugar, que los herederos del dueño original han aumentado con un proyecto que parecía impensable hace algunos años. Carolina Musalem -nieta de Elías- cuenta que la Factoría de Arte Santa Rosa nació allí para dar uso al segundo piso, sobre la administración, y al mismo tiempo aportar al sector.

Dos veces al año la galería realiza un evento que llama "Persa del Arte", una venta especial de obras en pequeño formato en la que participan artistas como José Santos Guerra, Bruna Truffa y Rodrigo Cabezas. El resto del año hay exposiciones curadas por Ismael Frigerio, Paco León y la misma Carolina. "Nos interesa democratizar el arte", explica ella. "Queremos sacarlo del triángulo de la Bermudas, que se acerque la gente de clase media, que no se atreve a ir a Alonso de Córdova. Y las visitas que tenemos cada sábado y domingo nos demuestran que era algo necesario".

En los Persas del Arte y las exposiciones lo que más ve Carolina son jóvenes que comienzan a armar sus colecciones. Aparentemente ése es el grupo que revierte los prejuicios que Matadero-Franklin carga desde sus inicios. Jóvenes interesados en distintas manifestaciones culturales como Luis Marchant -actor- y Matías Acuña -ingeniero comercial-, los administradores actuales del Teatro Huemul.

Desde que se construyó, en torno al matadero se formaron poblaciones de trabajadores con viviendas de muy baja calidad y condiciones higiénicas. Eso y la proximidad con el Zanjón de la Aguada hicieron que ciertas epidemias se expandieran rápidamente en la zona y empeoraron la fama sus habitantes que ya se consideraban pendencieros. Las iniciativas para mejorar su calidad de vida comenzaron a principios del siglo XX. Ramón Barros Luco encargó a Ricardo Larraín Bravo el diseño de un barrio modelo -con las más modernas medidas de higienización- para la clase trabajadora, comerciantes y empleados fiscales, dando origen a la primera ciudad satélite de Chile.

La población Huemul se inauguró en 1911 con escuelas, parroquia, biblioteca, caja de ahorro y un teatro, que algún momento fue llamado "el municipal chico" por su calidad de diseño y materiales. En su construcción se utilizaron bloques de cemento traídos de Portland, clavos y planchas de zinc de Liverpool; el entorno se decoró con palmeras de Islas Canarias. Pero cuando Luis Marchant lo vio por primera vez era imposible apreciar la nobleza de sus elementos: "El suelo de cemento tenía varias capas de cubrepiso roñosas, estaba lleno de palomas y sus desechos. Todas las ventanas estaban tapiadas, pero aun así se metía gente a carretear y rayaba las paredes. El techo estaba parchado con carteles publicitarios, pero igual se llovía".

Con recursos propios Luis arrendó el teatro al Arzobispado de Santiago y comenzó trabajos de reconstrucción que tardaron un año y ocho meses. Todo se vino abajo nueve meses después de montar la primera obra, "Orgía", de Pasolini, con el terremoto de febrero de 2010. En la segunda reconstrucción se sumó Matías Acuña como socio y juntos idearon un modelo nuevo para mantener el teatro: por un lado están los eventos de marca, que representan lo ingresos más grandes, por otro -el que más los satisface- están las actividades que realizan como centro cultural: "El año pasado tuvimos un festival internacional de teatro, que se llamó FIT, y convocó compañías de España, Argentina, Uruguay, Argentina, Colombia y Brasil. Para el próximo esperamos ampliar la propuesta con música, graffiti y distintos tipos de danza", dice Luis. "Todo lo hacemos para levantar el el Barrio Huemul, en términos de potenciarlo como centro turístico", agrega Matías.

Mauricio Galaz fue uno de los productores de Huemul Sessions, una serie de tocatas-fiestas en que participaron bandas independientes como Astro, Jimmy Nelson y Protistas. Mauricio se explica el éxito del ciclo y la gran cantidad de músicos que quieren tocar en él: "El lugar permite generar eventos semi masivos y a la vez íntimos, que no se logran en otras partes. La misma arquitectura deja escuchar bien en todos lados y facilita la amplificación".

No todos los tesoros de Franklin se encuentran en el Biobío ni todos son objetos o edificios. Hay también un patrimonio humano no siempre reconocido. Por ejemplo, los artesanos zapateros de la calle Victoria. Majo Arévalo -directora y fundadora del sitio de moda "Viste la calle" y la revista "Reviste la Calle"- lo había escuchado muchas veces: "Ahí pueden replicar el zapato que sea". "Todos hablaban de lo buenos que eran, pero nadie lo había comprobado. Dije ya, yo lo hago. Traje una revista -una "W" con las campañas adelanto otoño-invierno-, recorrí los talleres preguntado por precios, materialidad y tiempo de demora, y me quedé con un señor". Éste le ofreció el precio más razonable, se demoraba menos y -más importante que todo- entendía la complejidad del modelo. "Me cobró 45 mil pesos, se demoró diez días ¡y son maravillosos!", dice ella feliz, mirando sus pies. "Para tener un modelo único, diseñado por uno mismo o inspirado en otro, éste es el mejor lugar".
 






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