domingo, 2 de octubre de 2011

Los misterios de la casa abandonada del Santuario de la Naturaleza



Lleva medio siglo ahí, entre matorrales, sin que su actual dueño pueda sacarle partido, por problemas de dinero.

por Gabriela García
Don Enrique Amunátegui Johnson tenía fama de tacaño, pero soñaba en grande. Nunca tuvo automóvil y se vestía con batas viejas. Vivía en Victoria Subercaseaux, en pleno barrio Lastarria, pero sólo encontraba paz en la precordillera. "La relación de mi padre con El Arrayán era profunda. Era un montañista innato y le gustaba andar a caballo en la zona. Una vez al año partía a los cerros con los arrieros y se quedaba semanas acampando", cuenta el único de sus cuatro hijos que aún está vivo, Felipe Amunátegui Stewart (74).

Fue a fines de los 50 que decidió mudarse definitivamente al sector oriente. Y para ello, compró dos predios en la comuna de Las Condes: el fundo San Enrique y el contiguo, Los Nogales. Los pagó con el dinero que le habían dejado sus trabajos esporádicos en la minería, durante la Segunda Guerra Mundial y, también, con una parte de la herencia de su padre, Miguel Luis Amunátegui. Este último, hijo de uno de los míticos hermanos Amunátegui que tienen un monumento al costado de la Universidad de Chile.

La casona, en cambio, se inauguró en 1960. Amunátegui Stewart la recuerda como una copia de un castillo medieval, enorme e inhóspita. "La hizo a pulso y sin ningún plano de cálculo, así es que imagínate cómo quedó. Con mano de obra barata, a la que pagó el trabajo con pedazos de tierra, fue recolectando piedras para hacer su enorme base y sus muros. Hizo, además, un pequeño puente de acceso, por el que yo cruzaba sintiendo que se podía venir abajo en cualquier momento", revela.

Pero la vivienda sigue en pie hasta hoy. Ni siquiera sufrió daños estructurales con el terremoto de 2010, y si se mira cuidadosamente, todavía es posible adivinar su pasado glorioso. En el primer piso tenía un inmenso hall, las piezas de servicio, una chimenea y una sala que conectaba con las cavas subterráneas. Y en el segundo, infinitos dormitorios intercalados, con baños que poseían tinas de mármol italiano, una biblioteca con las obras completas de Unamuno, además de grandes budas de bronce, porcelanas y retratos de sus antepasados. "Era muy especial este caballero. Después de que se separó de mi mamá, tuvo muchas esposas y le gustaba la cultura oriental. Creía en los astros. Dentro de la casona practicaba el espiritismo con las Morla Lynch, dos viejitas famosas por practicar la brujería en el Santiago viejo. En la terraza tenía una fuente con peces colorados", dice su hijo.

Sin embargo, la verdadera ilusión de Enrique Amunátegui Johnson era conectar su castillo con unas canchas de esquí que quería fabricar donde nace la cuenca del estero de El Arrayán. Específicamente, en las Quebradas Ortigas, a 5.000 metros de altura, donde se generan dos laderas esquiables de 10 kilómetros. El dueño pensaba que sus canchas podían tener más duración que las de Portillo o Farellones, centros que en 1966 fueron sede del Campeonato Mundial de Esquí en Santiago. "Era el primer evento de este tipo que se hacía en el hemisferio sur y todos querían formar parte. Incluso, el alcalde de Las Condes de la época, José Rabat, se consiguió recursos del gobierno para levantar la Av. Kennedy. Quiso hacer más expedito el acceso de los participantes", explica el historiador Sergio Martínez Baeza.

En esa época, El Arrayán todavía era un sector campestre. En invierno, la nieve cortaba los caminos. "Se requeriría un acceso especial para las canchas, pero cuando se dio cuenta de que sólo la habilitación de éste costaba US $ 30 millones, se frustró todo", explica Felipe.

Nuevo dueño

Al Santuario de la Naturaleza se llega mejor si se parte en Plaza San Enrique y se toman las calles Pastor Fernández y luego Camino El Cajón. A la entrada hay un camino que conduce a la zona de picnic, pero si se toma la vía opuesta al estero, luego de un km se llega a la loma donde está "el castillito".

No sólo luce abandonado, sino que no hay siquiera signos de que alguien haya querido refaccionarlo. Ideas hubo, pero nada que se haya concretado. Fue su actual propietario, Claudio Santander, dueño hace 28 años del santuario, quien en 1985 pensó hacer una hostería. "Pero no pude generar los $ 350 millones que requería refaccionarla, así es que quedó botada", cuenta y agrega: "Si alguien quiere pasear por ahí, no puedo evitarlo. Pero no es un lugar que me guste publicitar, porque está en ruinas", explica Santander.

Hace unos años le encontró un uso sin buscarlo. El instructor de paintball Raúl Méndez buscaba un lugar para darle rienda suelta al juego y vio en la mansión un escenario ideal. Una vez por semana lleva a grupos de 20 personas que se disparan balas de pintura en su interior. "Un bando está defendiendo el inmueble desde dentro y el otro está afuera tratando de tomárselo", revela el instructor.

En 1981, el terreno que había sido de Enrique Amunátegui Johnson, según cuenta su hijo Felipe, se vendió a Valle Blanco Limitada, quienes parcelaron para luego venderlo por partes. Claudio Santander se quedó con el sector bajo del fundo San Enrique.

Antes de ser arrendado para el paintball, el lugar era prácticamente una casa okupa. Méndez cuenta que le sacó los escombros, puso medidas de seguridad y mejoró el acceso. "Se robaron hasta las tazas de baño. La gente pernoctaba ahí, hacía fogatas, la dejaba llena de cajas de vino", explica.

Generación perdida

A pesar de que Enrique Amunátegui Johnson era descendiente de una de las familias de más alta alcurnia santiaguina, no tenía mucha fortuna. A diferencia de su abuelo y tío abuelo, Miguel Luis y Gregorio Víctor Amunátegui Aldunate, no tenía profesión. "La de mi padre fue una generación perdida, porque no continuó la tradición profesional de los antecesores", afirma Felipe. "De hecho, remataron uno de los inmuebles patrimoniales más importantes que ha tenido el centro de Santiago".

Felipe se refiere a la casona que la familia Amunátegui poseía en la esquina donde hoy está la Torre Entel, en la Alameda con El Peumo, calle que después de la muerte de los hermanos se llamaría Amunátegui en su homenaje. "Ahí se reunían con Andrés Bello y los intelectuales más importantes del país. Los hermanos le decían La Picantería. Era un chiste que reflejaba que la ciudad todavía no se ampliaba al oriente", cuenta Martínez Baeza.

Las canchas de esquí en la precordillera no fueron el único proyecto truncado de Enrique Amunátegui Johnson. El propio Martínez Baeza lo conoció en su castillo en 1976 cuando, junto con el general de la Fuerza Aérea Eduardo Iensen Franke, discutían sobre construir un funicular que cruzara la capital, desde Macul hasta Farellones. "Iensen y Amunátegui Johnson eran amigos desde 1973. Se habían asociado para evitar que la Reforma Agraria expropiara los fundos. Enrique le entregó unas tierras al general y él intervino ante el Consejo de Monumentos Nacionales, para que se declararan santuarios de la naturaleza sus terrenos", dice Martínez Baeza. He ahí el nombre del lugar.
´,
Pero ese decreto no lo hizo sentir más seguro. Tras el golpe de Estado, El Arrayán se transformó en un paso para varios fugitivos del régimen militar que arrancaron hacia Argentina. A Amunátegui Johnson le daba terror dormir ahí solo y su familia tuvo que ir a acompañarlo a su casona.

Juntos planearon criar salmones y truchas, pero el territorio era muy seco. Entonces Enrique, octogenario y cansado, se fue a vivir a Viña. Pero poco a poco fue perdiendo la movilidad en sus piernas y terminó enfermándose. Postrado, en 1981, un día recibe la visita de un belga llamado André Kuborn, quien le ofreció cumplir lo imposible: construir andariveles, canchas de esquí, hoteles cinco estrellas y hasta un restaurante giratorio en la parte alta del fundo, con panorámica hacia La Dehesa, Santiago y Farellones. El proyecto se llamaba Valle Blanco. "Quería que mi padre le entregara la administración de sus predios y fue hasta su lecho de muerte a embaucarlo. Era un charlatán", dice Felipe.

Pocos días después de entregar la firma, Amunátegui Johnson falleció y su castillo fue desocupado. Ninguno de estos proyectos vio la luz.

---

PAINTBALL CASTILLO SANTUARIO DE LA NATURALEZA





---

6 comentarios:

  1. Una historia para tener en cuenta en nuestras vidas .un lugar fascinante y muy mítico y espiritual .sería lindo que volviera a su glorioso pasado y dejar entrar a ver cómo era en su pasado y disfrutar su lindo paidapa

    ResponderEliminar
  2. como no habra alguien que lo recontryya , hay tantas ideas como remodelar y llevarlo a la gloria
    lo observo e imagino tantas cosas para hacerle a este fscinante castillito

    ResponderEliminar
  3. Muy buen artículo, y una historia muy interesante 👍

    ResponderEliminar
  4. Mi bisabuelo Enrique fue el que construyó este lugar. Mi mamá, con sus hermanos y primos veraneaban ahí.
    Es una alegría que se haga un homenaje a esta parte de la historia de mi familia, aunque creo que se podría ampliar muchísimo el artículo con más información del resto de la familia.

    ResponderEliminar
  5. Interesante! Pero una mala redacción!!!

    ResponderEliminar