martes, 11 de junio de 2013

Miguel Littin revela las primeras imágenes de su filme sobre Allende


LA TERCERA

Allende, tu nombre me sabe a hierba, tiene a Daniel Muñoz encarnando al ex mandatario. La cinta recrea sus últimas horas en La Moneda. Se estrena a fin de año, dice el director.

por Jorge Letelier F. - 09/06/2013 - 07:33



Caen las bombas sobre el Palacio de La Moneda. Es el 11 de septiembre de 1973. Salvador Allende, con fusil en mano y casco, le pide a su gente que salga rápidamente. La oscuridad y el humo dejan ver poco, pero una mujer se acerca. “Yo estoy aquí por derecho propio”, le dice. Es la Payita, su secretaria. Allende la abraza y entre el ruido de la destrucción, le dice al oído: “Tu nombre me sabe a hierba”.


Este momento es una de las escenas que Miguel Littin rodó de su nueva cinta, Allende, tu nombre me sabe a hierba, el filme que reconstruye las últimas siete horas del ex presidente y con el que salda una obsesión personal, nacida el mismo día del golpe. Ahora, entrando ya en la fase definitiva de la producción, muestra sus primeras imágenes con Daniel Muñoz como el ex mandatario y Aline Kuppenheim en el rol de su secretaria y amante.


“Me llena de ternura ver esa escena”, dice Littin, y Daniel Muñoz agrega: “Es una historia de amor en un escenario trágico, que refleja el amor hacia la pareja, a los ideales, a la amistad, a los valores, a la consecuencia. Todo eso es muy épico”, cuenta.

La cinta ha sido levantada con extremo sigilo por su director, quien apostó por volver a sus orígenes en la forma de encarar la producción: menos estructurado, más flexible y paciente.

“Ha sido espectacular tener tanto tiempo para estudiar al personaje. Y a medida que estudias, más te das cuenta de lo complicado que es”, dice Daniel Muñoz, quien revela un costado especial del personaje: su lozanía. “Era físicamente joven, atleta, con mucho humor”, afirma el actor de Los 80.

Con esta forma de trabajo, el director dice que quiere darle el tiempo necesario al rodaje. “En El Chacal de Nahueltoro lo hice así, filmábamos, analizábamos el material y seguíamos. ¿Cuánto tiempo demora un novelista en escribir una novela? ¿Y por qué un cineasta no puede hacer eso?”, se pregunta.

De todos modos, hay algunas fechas concretas. La cinta se terminará de rodar entre julio y agosto, y Littin prepara el armado de las secuencias exteriores del bombardeo en La Moneda. “Pero lo que es el tratamiento de los seres humanos y sus relaciones es muy distinto, y nosotros necesitamos tiempo, porque estamos en un entramado emocional muy delicado. Esta historia no le pertenece a una persona o a un grupo; esto le pertenece a la cultura y la memoria de todo un país”, resume.

El aniversario de los 40 años del golpe de Estado no apura los planes de Littin. “No hay plan de llegar a esa fecha, no queremos caer en el terreno de las falsas expectativas. Pero sí estrenaremos este año”, afirma.

EL MITO

Para esta entrevista, Littin ha reunido a sus actores Daniel Muñoz, Luis Dubó y Daniela Ramírez. Quiere enfatizar que esa obsesión personal de 40 años, es hoy una pasión colectiva que los envuelve a todos.

“Hasta hoy, nunca me sentí maduro para enfrentar al personaje en su dimensión humana”, dice.

Luis Dubó agrega que el objetivo del filme no es ser conmemorativo: “Rescatamos su memoria y figura, y de paso indagamos en la identidad del Chile profundo”. El actor interpreta al Inspector J, un detective que trabaja en La Moneda. “Es la voz informada que le dice que esto viene mal”, cuenta.

A través de racontos desde esas siete últimas horas, la cinta muestra diferentes episodios de la vida de Allende: su época de estudiante de medicina, su infancia, su despertar político luego de sus viajes por el país y sus pasiones. El mito juega un papel importante.

“¿Cuántos Allende hay?”, se pregunta Littin. “Cada persona tiene uno. Es un personaje inabarcable, por eso hacer una articulación mecánica del personaje no funciona, no se puede. La pregunta no es sólo quién es Allende, sino cómo, cuándo, dónde”, añade el director.

En esa dirección, el filme del realizador de Dawson, Isla 10 quiere abordar pasajes desconocidos de su vida, como su trabajo en provincia haciendo autopsias y combatiendo los piojos y el tifus, “el lugar donde se gestaron las ideas y el espíritu del Chile profundo”, concluye el realizador.

Aumentan las tiendas y las ferias de vinilos en Santiago


LATERCERA
Hace 10 años no habían más de tres locales en Santiago, entre ellos Kind of Blue, y uno que otro en el persa Biobío.





por Valentina Pozo - 11/06/2013 - 07:34

Más de 800 personas llegaron al Café del Patio el sábado pasado. Ahí se desarrolló todo el día la Segunda Feria del Vinilo, organizada por la Cooperativa del Vinilo (CDV) con el propósito de que sus miembros vendan sus objetos sin intermediarios. Para eso crearon la cooperativa en abril de este año los coleccionistas y empresarios del rubro, Alvaro Acuña, Marco Villarroel y Alfredo Cabrera.


Era la segunda planificada en menos de un mes (la primera fue en Plaza Ñuñoa) y la concurrencia superó a la de la primera feria. “Pagamos propaganda en radios, además de publicitarlo en Facebook. Sabemos que hay muchos interesados hoy, por eso vamos detrás de estos eventos”, cuenta Acuña.


El vinilo se ha vuelto popular. Ha conquistado al público capitalino por la calidad de su sonido, por su estética y, también, por el interés de ciertos sectores hacia los objetos “vintage” (del recuerdo). “Lo otro que le llama la atención es el valor agregado que traen los discos. Estos vienen con diseños especiales y más fotografías. Hay un trabajo más artístico detrás de estos”, explica Víctor Vega, dueño de la tienda de música Sonar, del Paseo Las Palmas.


Hace 10 años solo existían un par de estas tiendas y no solo dedicada a los vinilos. En Santiago estaba Kind of Blue (en Merced ) y en algunos galpones del persa Biobío, había un par de personas que ofrecían vinilos del pasado. Hoy, sin embargo, los locales llegan a 30, repartidos principalmente en Providencia y Santiago. Uno de los últimos en abrir fue Flashback, hace cerca de ocho meses, en las Torres de Tajamar y en Santiago Centro, antes de ella La Tienda Nacional, en calle Merced, comenzó a vender vinilos en noviembre de 2012.


Y no son solo espacios físicos: el comercio del vinilo ha proliferado en internet también, siendo Needle Vinilos la que más suena entre los seguidores de esta tendencia.


También hay particulares que encargan sus discos por Amazon. “Algunos encargan 20 y se quedan con tres. El resto los venden en el mercado santiaguino”, cuenta Alfredo Cabrera de la CDV.

Reivención del comercio

Desde que fue creada en el Paseo Las Palmas, Triangle era una tienda de juegos y películas, pero hace tres años, sumaron vinilos a su oferta.




Cerca de ahí, en tanto, y solo hace un año, abrió Mano de Gato, una peluquería que en su interior vende este tipo de discos y solo de artistas nacionales como Astro y Protistas. “Quería agregarle un valor a mi tienda y como noté la afición por los vinilos, los sumé”, afirma la dueña, Viviana Hormazábal.


“De a poco han desplazado al CD y a las descargas de Mp3 por la calidad de su sonido. Solo en un vinilo podrás escuchar más fidedignamente la voz de un cantante. Es un sonido análogo, que no está distorsionado digitalmente”, afirma Acuña.

Reunión en las calles

Una cosa llevó a la otra. El aumento del interés por estas piezas llevó a que en 2011 aparecieran las primeras ferias donde se ponían a disposición de los seguidores una mayor variedad y se podían conseguir mejores precios. Conocidas alcanzaron a ser las de Providencia, Ñuñoa y las que se realizaban en bares como El Desmadre.

Sin embargo, solo en 2012 estos encuentros tomaron fuerza. Solo este año ya se han hecho 10. Para junio, incluso, hay otra más, organizada por Feria Vinilo Libre, en el centro El Cerro, ubicada en Bombero Núñez. “Lo bueno de estas es que puedes encontrar joyitas. Yo, por ejemplo, llevé mi disco el sábado pasado a la del Café del Patio. Se trata del primer concierto que realizaron los Beatles en Estados Unidos en 1964 y que cuesta $ 300. 000”, dice Mauricio Carrasco, dueño la tienda Dicap, ubicada en el Biobío.

Otra de las que están detrás de estos eventos, es Coke Records.


“El perfil de gente que llega a las ferias son profesionales jóvenes, tiene buena situación. Porque un disco de Jamiroquai cuesta $ 25.000 y los interesados no van por uno, sino por varios. También hay colecciones como la de Sargent Pepper, de The Beatles, llega a los $ 89.000”, indica Cabrera, quien también es dueño de la tienda Vinilos Primitivos, del Persa de de Los Reyes.


En algunos de estos encuentros, organizados en espacios públicos también se pueden comprar tornamesas (entre $ 130.000 y $ 250.000) y otros accesorios como portavinilos y kids especiales de limpieza para estos aparatos que prometen quedarse por un buen rato.

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lunes, 10 de junio de 2013

El tesoro escondido de calle Lira



Hace dos décadas la UC encontró una cava del 1800 debajo del antiguo solar de la familia Lira. Antes de levantar ahí un nuevo edificio, sacó ladrillo por ladrillo la antigua estructura y la replicó en el Centro de Extensión, para albergar un restaurante.

por Evelyn Briceño - 09/06/2013 - 09:04




Uno a uno se desmontó cada ladrillo en el subterráneo de los terrenos que compró la Universidad Católica al poniente de Lira. Se guardaron en un espacio, con sigiloso cuidado, hasta que la entidad definiera el lugar dónde se volverían a montar uno sobre otro para dar forma a la estructura original: unos bellos arcos en forma de bóveda catalana.

En 1988, cuando la UC adquirió los terrenos delimitados por Diagonal Paraguay, Lira y Alameda, sabían que en el subsuelo se escondían algunas sorpresas, como esta cava. Pero no fue sino hasta principios de los 90 cuando se dieron cuenta del lugar preciso que ocupaba (ver infografía). Olía a humedad y estaba en mal estado, pero la universidad decidió recuperarla, por tratarse de una construcción de mitad del siglo XIX y que había pertenecido a uno de los clanes aristocráticos más influyentes de la época, la familia Lira.

Poco se sabe de la historia de estos terratenientes, excepto que tenían campos en el sur y que en la capital vivían en un solar que ocupaba una manzana que antes iba desde la Alameda hacia el sur. El historiador Miguel Laborde explica que en esa zona de la capital, entre San Francisco y Vicuña Mackenna, abundaban las propiedades agrícolas pequeñas de media héctarea (parcela) o de un par de ellas (casaquinta), y que la de los Lira “era una posesión un poco más elegante, porque tenían un activo rol social”.

Por eso presume que lo lógico fuese que tuvieran una cava grande. “Para recibir con buenos vinos a sus invitados”, dice Laborde.

Es muy probable también que ese espacio oscuro y frío cumpliera la labor de refrigerar alimentos como los granos y la sal.

En los 90 hicieron las primeras indagaciones para saber dónde estaba exactamente la reliquia del 1800 y luego de encontrarla, comenzaron a pensar qué hacer con ella. Sin embargo, sólo en 2006 la universidad encontró su destino y en 2012, su lugar definitivo: a unos pocos metros de su ubicación original, debajo del Centro de Extensión UC. De hecho, hace unos días, y en el marco de la celebración de sus 125 años, acaba de inaugurarse la réplica exacta de la cava de ladrillos y argamasa (especie de cemento), tal y cual estuvo durante décadas debajo de la casa de la familia Lira. A fin de mes el espacio abovedado de cielo curvo, abrirá al público como restaurante.

El director de infraestructura UC, Hans Muhr, cuenta que en 2006 cuando la universidad planeaba levantar el edificio Patio Alameda (MBA) en el terreno al poniente de Lira, se pensó hacerlo sobre la cava, y dejarla en medio de los estacionamientos subterráneos de la nueva construcción. Pero pronto esa idea se desechó, pues el tesoro habría perdido protagonismo. Eso sí, se mantuvo la convicción de guardar esta estructura.


Ese mismo año 2006, partió un levantamiento riguroso y el desmontaje de los ladrillos. Fue un proceso que tomó cinco meses y que contó con la opinión de Santiago Arias, ingeniero especialista en restauración patrimonial recientemente fallecido. El fue también quien dio las directrices para su reinstalación en el lugar en que hoy se encuentra.


Apenas de desmantelaron, los bloques de barro cocido se conservaron en pallets (cajones) de madera y solo seis años después, en 2012, las autoridades de la UC decidieron trasladarlos a la vereda oriente de Lira, a unos 50 metros de su ubicación original para comenzar a levantar la réplica.


Al reconstruirla, los obreros reinstalaron los bloques en el orden que mejor les pareció, “derechitos”, sin saber la fórmula correcta para llegar a la geometría perfecta de un arco. “Hubo que capacitarlos en un sistema constructivo ya extinto en Santiago para poder emprender esta tarea de conservación patrimonial que no conocían”, cuenta Francisco Prado, académico de la Escuela de Construcción Civil UC y uno de los encargados del rescate de esta reliquia arquitectónica. Junto a él, trabajaron también los arquitectos Enrique del Río y Juan Ignacio Baixas.

Fueron cerca de 27 personas -entre arquitectos, ingenieros, constructores civiles y obreros- los que trabajaron en conjunto durante ocho meses en rearmar la cava en el costado surponiente del Centro de Extensión en un nivel subterráneo. Aunque el inmueble no estaba protegido desde el punto de vista patrimonial, la casa de estudios hizo parte a la Municipalidad de Santiago y al Consejo de Monumentos Nacionales.

A fin de mes, la nueva cava de 85 m2 se abrirá como restaurante al público. Sobre ella se hizo una terraza de adoquines que une el Centro de Extensión con la plaza del edificio Patio Alameda, al otro lado de Lira.

El nuevo espacio podrá albergar a 90 comensales y su carta será internacional, con acento en las carnes finas, como wayú y cordero magallánico, a la parrilla. La patente de alcoholes está en trámite para que dentro de poco esta cava vuelva a tener botellas de vino como sus principales atractivos.

Juan Sabbagh: el arquitecto que refundará el "elefante blanco" de Pedro Aguirre Cerda



Se trata del Hospital Ochagavía, que en 1973 paró su construcción y que el 22 de junio se retoma.

por Valentina Pozo - 10/06/2013 - 06:33

Se trata del Hospital Ochagavía, que en 1973 paró su construcción y que el 22 de junio se retoma.

“En cuanto recibí el encargo creí que era un cacho. Pensé al tiro en las excusas que daría para no hacerlo, y es que no era cualquier edificio. Era el ícono del fracaso y el abandono”, recuerda el Premio Nacional de Arquitectura, Juan Sabbagh, sobre el minuto exacto en que le ofrecen hacerse cargo de “refundar” el ex Hospital Ochagavía, ubicado en Pedro Aguirre Cerda.

Si bien el de ahora, el Núcleo Ochagavía, no es su proyecto más grande (antes hizo el pabellón de Chile en la Expo Shanghai 2010 y la fábrica y el edificio corporativo de Coca-Cola Andina), dice que es “su proyecto más importante”.


Este arquitecto de 62 años recibió el encargo en diciembre pasado en su oficina de Isidora Goyenechea. Era la séptima vez que este edificio -conocido como “elefante blanco”- llegaba a manos de un experto para que le diera mejor vida. Y la tercera vez que le llegaba a él.



“Antes me había negado a tomar el proyecto, porque el encargo no era claro. Ahora, en cambio, venía resuelto. Querían un núcleo de oficinas mezcladas con bodegas”, cuenta Sabbagh sobre la idea de la empresa Megacentro. Además, el presupuesto de US$ 40 millones estaba listo.



Otro de los argumentos que lo convenció fue el que no se estuviera forzando la estructura existente a ser algo más pretencioso, como un mall, por ejemplo. “Oficinas y bodegas era lo mejor que podría hacerse ahí”, indica el arquitecto sobre este inmueble que empezará a construirse el 22 de junio.



LO QUE QUEDA ATRAS

Ubicado entre las calles La Marina, Manuela Errázuriz, Angel Guarello y Club Hípico a la altura del 4.600, este edificio fue por 40 años el ícono de las iniciativas fallidas.



Según Sabbagh, esto se debe a que el proyecto fue erróneo desde su concepción. “¿Por qué tu objetivo va a ser el hospital más grande de Sudamérica? Es presuntuoso e innecesario, si no respondía a la realidad, ¿cómo vas a hacer departamentos en esta infraestructura?, era ridículo”, dice.



Es por eso, y pese a cargar sobre sus hombros con 84.000 m2 de terreno y centenares de toneladas de concreto y fierro, Sabbagh asegura que no fracasará y que dejará de ser el punto negro dentro de la capital en tres años.



Para potenciar la “nobleza” de la obra, él apostará por una doble piel de acero crudo, una que al oxidarse con el paso del tiempo tomará una pátina de colores muy bonita, que lo revitalizará sin ocultarlo. “No es lógico simular que no existe, lo honesto es refundarlo”, afirma.



No habrá derribos. Toda la estructura se conservará, pues comenzar a remover tierra y generar un alto tránsito de camiones sería poco sustentable. Generaría un impacto ambiental negativo, algo que ya fue absorbido por el entorno hace 40 años. Además, el inmueble demostró soportar tres terremotos: el del 71, 85 y 2010.



Sobre las oficinas, cuenta Sabbagh que “serán modulares y sofisticadas. Tendrán aire acondicionado, ascensores de última generación y el mismo estándar de uno tipo A, del mejor barrio de Santiago”.



PARTICIPACION CIUDADANA



A diferencia de otros proyectos, éste fue sometido a consulta ciudadana. Se trabajó con el municipio y los vecinos, quienes asistieron a charlas informativas, en las que expusieron dudas e ideas. También hay una caseta al costado de la obra donde se explica la iniciativa.



“Fue inédito. Los vecinos se tomaron con mucha seriedad la propuesta de mitigaciones. Ellos mismos podrán definir en qué orden ejecutarlas, la repavimentación, la instalación de áreas verdes, de juegos infantiles y de mobiliario urbano, entre otras. Fue importante para ellos, porque tomaron protagonismo en el futuro cambio de su entorno. Esto no es sólo nuestro; es del barrio”, sentencia Sabbagh.



domingo, 9 de junio de 2013

Los últimos días de Adolfo Couve



A 15 años de la muerte del artista, se lanzan sus obras completas. Carlos Ormeño, hijo adoptivo y compañero, relata su intensa vida literaria y cómo la depresión lo llevó al suicidio.

por Roberto Careaga C. - 08/06/2013 - 07:27


Ese año no quiso volver a dar clases. Tras décadas como profesor de pintura en la Universidad de Chile, Adolfo Couve dijo al teléfono que no regresaría a la escuela. No podía. Había sido un verano duro. El peor de todos. La depresión que siempre lo acechó, en esas vacaciones lo arrinconó como nunca. Después de muchas reescrituras, había terminado la novela Cuando pienso en mi falta de cabeza y estaba seguro que era su réquiem. También estaba seguro que sería olvidado. La noche del 10 de marzo de 1998 se enteró de que había un plan familiar para internarlo. Horas después se suicidó. “Yo me muero por el arte”, había dicho poco antes.



Bicho raro entre los artistas chilenos, Couve fue un dogmático escritor realista y un influyente pintor seducido por la mancha. Fue también un intenso obsesionado con la belleza que, agotado del ruido de la ciudad, se instaló en Cartagena a mediados de los 70. Apenas se asomaba por Santiago para dar clases. Separado, padre de una hija, el autor de La lección de pintura vivió acosado por una depresión que a fines de los 90 no le dejó salida. Lentamente, se aisló del mundo. En sus últimos días, su única compañía era su perro, el Moro, y por supuesto, Carlos Ormeño. “No te olvides, Carlitos -le dijo antes de quitarse la vida-, yo muero por el arte”.



Parte de la vida íntima de Couve y fuente de leyendas, Carlos vivió junto al artista desde los 10 años y lo acompañó hasta el momento de su muerte. Fue su hijo, también fue su amante. “Con Adolfo tuvimos una relación muy especial. Yo era la única persona en quien confiaba. Con el tiempo se creó una dependencia terrible que nos llevó a aislarnos del mundo”, dice Carlos a La Tercera, a 15 años de la partida del escritor.



En las próximas semanas, Editorial Tajamar publicará una nueva versión de sus obras completas, que incluirá sus textos sobre arte (editados en 2005 por la UDP) y sus 11 concisas novelas publicadas entre 1965 y 1998: el testimonio de una rigurosa apuesta estética que a ratos, como cree el argentino César Aira, rozó la perfección.



Hoy de 40 años, Ormeño cuenta que Couve prácticamente lo crió. “Yo andaba por la calle, porque era un niño pobre, no tenía nada”, recuerda. El autor lo vio desde su departamento en Miraflores, en el centro de Santiago, y luego se hicieron amigos. Al poco tiempo, lo llevó a vivir con él, a su casa en Cartagena, con permiso de su madre. Su padre había muerto tras el gobierno militar. “Fui su hijo adoptivo de mentira. El siempre me pedía que fuera su hijo legal, pero yo no quise cambiarme el apellido de mi papá. Ese fue un dolor grande para Adolfo”, dice Carlos, que desde chico leyó novelas de Balzac o Capote que le pasaba Couve.



Primero con profesores particulares (“Adolfo no quería que me separara de su lado, creía que me podía pasar algo”) y luego en el colegio, Carlos Ormeño terminó su educación y estudió Arte en la U. de Chile, con Couve entre sus profesores. En ese tránsito, la relación cambió. “Sí, tuvimos una relación de pareja. Más que eso: él era un todo para mí. Era mi papá, mi amigo, mi maestro, mi pareja. Yo también para él era todo”, dice. “Pero quiero dejar en claro que no hubo abuso, no hubo pederastia. Yo quise estar con él. Nadie me obligó, me podría haber ido”, agrega.



Carlos Ormeño jamás se fue. Llevaba las riendas de la casa de Cartagena y seguía a diario la rutina impuesta por Couve: levantarse a las nueve de la mañana, desayunar, salir a caminar con el Moro, almorzar, dormir una siesta. Luego, cada uno a su taller. Adentro, Couve daba una batalla por la perfección. No con la pintura: la había dejado y retomado, le salía tan fácil que, según Carlos, “la odiaba”. La escritura le fascinaba por su dificultad. “Vivía su escritura a concho, se enfermaba. Pasaba toda la noche, siete, ocho horas escribiendo y cuando no le gustaba lo quemaba: ‘Esto no vale nada’. Tenía que llegar a un punto de perfección. Síntesis, síntesis”, dice Ormeño.



Después de La comedia del arte (1995), una novela sobre el callejón sin salida de la pintura tradicional en clave de sátira, Couve continuó con una segunda parte, Cuando pienso en mi falta de cabeza. Fue una guerra de corrección, que terminó en un manuscrito de menos de 50 páginas. Paralelamente, la depresión lo arrinco- naba. “Esa fue la novela que lo mató”, dice Carlos. “Era su epílogo. El mismo lo decía: ‘Mi réquiem es esta novela’”, agrega.



En esos días, la paranoia de Couve se disparó: creía que su comida estaba envenenada y Carlos Ormeño debía probarla antes que él. Casi no dormía. No se medicaba, apenas llamaba por teléfono a un primo psiquiatra. No tenía dudas del valor de su obra literaria, pero sospechaba que lo olvidarían: “Nunca más se van a acordar de mí, a la gente como nosotros nos olvidan fácilmente”, le dijo a Carlos, que explica su temor así: “Después de su muerte se iba a saber que era homosexual, aunque siempre se supo, pero nunca se dijo. Para él eso era terrible. Odiaba ser homosexual”.



Alrededor de dos semanas después de terminar Cuando pienso…, Couve se colgó en el baño de su casa, al amanecer. “Ya no hay nada de mí acá”, le había dicho a Carlos Ormeño, quien había conseguido más de una vez detener sus intentos de suicidio.



Cuenta que después de la muerte de Couve le entregó a la familia del escritor todo lo que éste le dejó y se fue a vivir a Buenos Aires. Estuvo allá casi 10 años. Hoy vive en Santiago y trabaja para el Parque del Recuerdo, escribe y reescribe una novela y no es raro que le lleguen propuestas para contar su historia con Couve: le dijo que no a Raúl Ruiz. Le dijo que sí a la fotógrafa Paz Errázuriz y a la periodista Claudia Donoso, a quienes considera familia, y juntos hicieron un video que retrata su regreso a Cartagena. Carlos también cree que el olvido está cayendo sobre Couve: “Aunque es lindo que se olviden de él, porque así queda para mí nomás”, dice.



La primera tienda de diseño del Barrio Italia cumple 15 años



El Bazar de la Fortuna abrió el 28 de mayo de 1998. Entonces sólo vendían accesorios, hoy tienen su línea propia en una multitienda.

por Valentina Pozo - 01/06/2013 - 10:20



Cuando hace 15 años la fotógrafa Carolina Peña y la socióloga Karina Berrier llegaron al Barrio Italia, el sector era un tranquilo polo residencial que sólo era alterado por los anticuarios y mueblistas de calle Caupolicán.

Su pasión por las antigüedades les hizo incursionar en este rubro con una tienda de accesorios que al poco andar dejó de ser sólo una buena idea. El 28 de mayo de 1998 abrieron el Bazar de la Fortuna, que se transformó en la primera tienda del barrio en poner de moda artículos antiguos y reciclados.

“Cuando empezamos, nadie entendía este estilo, ni tampoco querían comprar objetos antiguos. ¿Por qué comprar un rallador de queso de los años 40 si puedes comprar uno nuevo y moderno?”, explica Berrier.

Diseño y decoración

Fue la propia decoración de su tienda de objetos la que las llevó sin querer a la confección de muebles. Cuenta Berrier que un día cualquiera un cliente preguntó si uno de los muebles estilo vintage-provenzal -como ellas definen su trabajo- estaba a la venta.


“Y bueno, la necesidad tiene cara de hereje, así que lo vendimos. Nos empezaron a pedir más y así comenzó el negocio, ya que con la venta de un mueble ganábamos lo mismo que en un mes de venta de objetos”, explica Berrier.



El taller se hizo famoso rápidamente tras decorar desde el año 2000 los restaurantes Liguria con afiches publicitarios, letreros de marcas de los años 50 y 60 y fotografías enmarcadas de vírgenes, Arturo Prat, Allende, Arturo Alessandri, Camilo Sesto o equipos de fútbol. De detalles menores pasaron a ocuparse del interiorismo completo de esta cadena gastronómica.



15 años

Hace nueve años dejaron su primer local -ubicado en Avenida Italia 1794, frente al restaurante Danoi- para instalarse en un ex taller mecánico de dos pisos, en calle Girardi 1560, casi al llegar a Caupolicán. Ahí hasta hoy tienen su taller de pintura y la sala de ventas de muebles de maderas nobles.



Para celebrar los 15 años de la empresa, sus dueñas firmaron un convenio con la multitienda Ripley para vender una línea exclusiva de sus productos y exhibir una muestra permanente en su local del Parque Arauco. Ahí estarán sus sofás de terciopelo, comedores retro o estanterías y repisas francesas, muebles únicos realizados con maderas recicladas y buen gusto.



martes, 4 de junio de 2013

Arquitectos rescatarán la historia de la piscina escolar del barrio Mapocho



Tres profesionales se adjudicaron un Fondart para estudiar esta obra emblemática de Luciano Kulczewski.





por Darío Zambra - 04/06/2013 - 07:34

Pocas personas saben que la Piscina Escolar de la Universidad de Chile, el recinto de estilo art decó ubicado en Av. Santa María, a pasos de Av. Independencia, en un comienzo estuvo rodeado por árboles y jardines y no como se le ve hoy, flanqueada por el cemento de las avenidas que la rodean y los puestos de la Pérgola de las Flores, instalada ahí desde mediados de los 40.

Otro antecedente poco conocido de este recinto es que hasta hace un par de años funcionó, en el primer piso, una peluquería. Era administrada por un privado y hasta el lugar llegaban los clientes más variopintos. Son antecedentes que ha ido recabando la arquitecta de la U. de Chile María Magdalena Barros, quien desde abril investiga la historia de este recinto deportivo construido en 1929 por el arquitecto chileno Luciano Kulczewski, para la rama de natación de la casa de estudios.


El trabajo de esta arquitecta, que es miembro del comité de Patrimonio del Colegio de Arquitectos, es financiado por un Fondart que la profesional se ganó este año, para recopilar todos los antecedentes necesarios para postular al edificio como Monumento Histórico.

La investigación la desarrolla en conjunto con otros dos arquitectos, Pamela Domínguez y el polaco Christopher Dabrowsky, especialista en la obra de Kulczewski.

La piscina del barrio Mapocho fue un encargo que el Presidente Carlos Ibañez del Campo le hizo al renombrado arquitecto de origen polaco, conocido por la construcción de poblaciones para la nueva clase media santiaguina del siglo pasado en barrios de Providencia e Independencia, entre otros.

Arreglar la piscina

El corazón del edificio es la piscina, que mide 25 metros de largo por 16 de ancho. Originalmente era temperada a través de calderas y hoy se utiliza un sistema mixto de electricidad y petróleo.


“Es una de las obras más signficativas de Luciano Kulczewski”, afirma el arquitecto y autor de un libro de este polaco, Fernando Riquelme.

Por su parte, Barros cuenta que, a pesar de ser un hito dentro de la ciudad, no había mucha información acerca de éste. El Fondart le entregó financiamiento suficiente para recabar antecedentes y postularlo como Monumento Histórico ante el Consejo de Monumentos Nacionales. De obtener esta categoría, serviría para postularlo, a su vez, a fondos destinados a su recuperación.

El inmueble está hoy deteriorado. “Está rayado con grafitis y se han desprendido elementos decorativos. Sin embargo, lo más complejo está en su entorno, ya que se le adosó un edificio (el de la pérgola) y afuera se instala comercio informal. De todos modos, es valioso que siga funcionando”, explica. Hoy, en el recinto entrenan diariamente más de 700 personas, según su administrador, Luis Gálvez.

A fin de año, cuando termine la investigación, se lanzará una serie de postales de la piscina y se realizará una exposición de fotografías itinerante.