sábado, 12 de diciembre de 2009

Fruto de la paciencia

EL MERCURIO
V/D
Sábado 12 de diciembre de 2009

Una década debió pasar para que la Capilla San Vicente de Paul, ubicada al interior del Hospital Clínico de la U. de Chile, reabriera sus puertas. Permaneció cerrada mientras era sometida a una rigurosa restauración que le devolvió el esplendor con que fue concebida hace más de un siglo.

Texto, Claudia Pérez Fuentes


El zinc que tenía la cubierta de la capilla se reemplazó por paneles de cobre. Al costado, el pabellón donde se ubican oficinas y un oratorio.

El jueves recién pasado el Hospital Clínico de la Universidad de Chile estuvo de fiesta, pues celebró la inauguración de la remozada Capilla San Vicente de Paul ubicada en su interior. Una misa oficiada por el Cardenal y Arzobispo de Santiago Monseñor Francisco Javier Errázuriz fue la principal actividad de ese día, en que tras diez años de trabajos, el simbólico edificio volvió a recibir a la comunidad.


Los vitrales se recuperaron a partir de los cristales franceses que sobrevivieron.

Reabrió sus puertas con la misma impronta con que fue concebido durante la segunda mitad del siglo XIX, exactamente en 1872, época en que, con Santiago atacado por una epidemia de viruela, se gestó la construcción de dos hospitales: El Salvador y, a cargo de las Hermanas de la Caridad, el San Vicente de Paul. Éste contaba con una capilla aledaña, lo único que sobrevivió cuando en 1952 se aprobó la creación del edificio de la Facultad de Medicina del plantel universitario, en los terrenos del recinto administrado por las religiosas.

Sin embargo, el paso del tiempo y la falta de mantención hicieron su trabajo y transformaron al esplendoroso inmueble -declarado Monumento Histórico en 1981- en una estructura que apenas se sostenía. Así estuvo hasta 1999, fecha en que por encargo de la Fundación Capilla San Vicente de Paul, se iniciaron los trabajos de recuperación de la obra que hasta tenía perforaciones en el techo por donde la lluvia pasaba sin contemplaciones.

La solución a los problemas causados por la humedad -a los que se sumaron los provocados por los sismos- fue uno de los principales desafíos que enfrentó Luis Gómez Lerou, el arquitecto de la Universidad de Chile seleccionado para llevar a cabo los trabajos. "Así -cuenta el profesional- la primera parte consistió en consolidar la estructura y reforzarla, especialmente el sector norte, cuyos muros se habían derrumbado".


La torre está coronada por cuatro relojes que ya no funcionan.
Pino Oregón y raulí son las maderas que se emplearon en balcones y confesionarios.

Sus objetivos estaban claros: "garantizar la seguridad de las personas y la conservación del edificio en el tiempo", resume. Por eso escogió hormigón armado para ejecutar las reparaciones, material que además de convertir a la capilla -originalmente de adobe- en una obra "estructuralmente confiable" habla del lenguaje contemporáneo que marcó la restauración.

"No quisimos hacer historicismo repitiendo las líneas del edificio original. Mantuvimos la unidad, pero con un diseño que da cuenta de la intervención que se efectuó", aclara el arquitecto refiriéndose especialmente a la zona norte, rehecha casi por completo.


El rescate de fachadas fue otro de los aspectos contemplados en la restauración.

Una vez asegurado, comenzó la segunda parte del proyecto focalizada en las terminaciones, sobre todo en la recuperación de las pinturas decorativas de cielos y muros. El responsable de este trabajo -además de la reparación de los objetos de madera- fue el restaurador Francisco González Lineros, quien desde fines del 2007 hasta este año estuvo concentrado en rescatar los ricos diseños cubiertos por las múltiples capas de pintura -en algunas zonas retiradas a punta de bisturí- que fueron aplicadas en distintas épocas.

Especial cuidado tuvo en que las nuevas intervenciones se distinguieran de las antiguas. Así, trabajó con "veladuras" que permiten que se aprecie la diferencia con los originales "sin que la obra pierda calidad estética", afirma. Otra parte importante de su trabajo fue la reparación del Cristo que corona el altar; "una valiosa policromía que había sido intervenida con óleo" y que desde el jueves acoge a la comunidad tal como la recibió hace más de un siglo.

Texto, Claudia Pérez Fuentes.

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