domingo, 17 de octubre de 2010

Las horas más dramáticas del encierro: Los días en que la desesperación y la anarquía reinaron en el fondo de la mina

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domingo 17 de octubre de 2010

Los días en que la desesperación y la anarquía reinaron en el fondo de la mina

Sólo al quinto día los mineros lograron organizarse, racionar la comida y establecer un sistema de mando. En los días previos cundieron el miedo y la desesperanza entre los 33.

Equipo de Reportajes

Luego del ensordecedor ruido del derrumbe, vinieron el silencio y la oscuridad. Una nube de polvo que no permitía ver a más de un metro de distancia envolvió a los 33 mineros, que de inmediato comenzaron a buscar la forma de salir del yacimiento. Un grupo se dirigió a la rampa que estaba bloqueada. Otro a la chimenea, sin escalerar. No tenían cuerdas. Se dieron cuenta de que estaban atrapados a 700 metros de profundidad.

Así se inician las dramáticas horas de miedo y desesperación que marcaron los primeros cinco días bajo la mina San José.

Día uno: ¿Dinamitar la chimenea?




Luis Urzúa (54), el jefe de turno que había llegado apenas hace dos meses a la mina, intenta mantener la calma y les dice a sus compañeros que hay que esperar, ya que está seguro de que serán rescatados. Pero no todos piensan lo mismo y comienzan las divisiones. Surgen tres ideas que hacen peligrar la vida de los mineros. Un grupo plantea dinamitar la chimenea; un segundo grupo sugiere hacer un gran incendio con el combustible disponible para dar señales hacia afuera, y un tercero usar la maquinaria pesada para provocar vibraciones que pudieran ser percibidas desde el exterior.

La tensión sube de nivel y miembros del grupo llegan a los golpes para imponer sus respectivos planes de escape o supervivencia.

Tras la desesperación inicial, se logra imponer la visión de Luis Urzúa, quien con dificultad logra dividir al grupo en diferentes labores para dar señales al exterior. Richard Villarroel (27) sube en una camioneta hasta el nivel 190 y quema algunos neumáticos a manera de señal. Otro grupo hace pequeñas explosiones con dinamita. Otros recorren la galería en busca de aire.

Pero las soluciones no dan resultado y vuelve la desesperación.

Día tres: No hay racionamiento

Durante tres días hubo anarquía y desgobierno. Los mineros se dividieron en bandos, no hubo racionamiento de agua ni de comida. Cada uno dormía donde quería y usaba distintos sectores como improvisados baños.

La desorganización pasa la cuenta. Los alimentos empiezan a escasear y sólo quedan unas pocas provisiones de atún, galletas, duraznos, leche, jugo y agua. Las corrientes de aire llevan hasta el refugio olores nauseabundos.

Luis Urzúa continúa intentando liderar al grupo, pero choca contra otro bando, donde se encuentran parte de los subcontratados de la empresa Armamit, liderados por Juan Illanes (52), quien, amparándose en su formación castrense, quiere poner en práctica las herramientas aprendidas en los dos años que pasó en un trinchera para el conflicto chileno-argentino del Canal Beagle a mediados de los 70.

Día cinco: Sistema de mayorías



Al quinto día logran organizarse. No todos estaban convencidos del liderazgo de Luis Urzúa. Algunos cuestionaban que llevaba muy poco tiempo en la mina. Otros decían que sabían mucho más que él de las faenas mineras. Pero un elemento fue clave: el rol de José Henríquez (56), el predicador evangélico oriundo de Talca que sostuvo a sus compañeros a través de la fe y apoyó a Urzúa, afianzando su liderazgo.

Los mineros se reúnen y acuerdan racionar el agua y la comida: sólo una cucharada de atún cada 24 horas. Además, logran imponer un sistema de votación para tomar decisiones de acuerdo con la voluntad de la mayoría. Pero más allá de las votaciones, se estipula que aunque se alcancen acuerdos, primará la voz de Urzúa para las grandes determinaciones.

Además, diseñan un código de disciplina con responsabilidades y sanciones, del cual aún no se conocen los detalles.

El jefe de turno improvisó una oficina a bordo de una camioneta. A bordo de ella organizaba a sus compañeros, revisaba una y otra vez los planos de la mina, y por sobre todo intentaba mantener la calma a 700 metros bajo tierra.

Afianzar el liderazgo

Durante los siguientes días se mantuvo la desesperanza -"estábamos esperando la muerte", dijo el minero Richard Villarroel esta semana- y bajo tierra no se sabía a ciencia cierta si los estaban buscando. Se mantuvieron algunas de las diferencias, pero ya había más cordura entre los miembros del equipo.

Urzúa intentaba infundir confianza en sus compañeros, dando por sentado que estaban siendo buscados y que se haría todo lo posible para que fueran rescatados. "Si nos encuentran, bien, y si no, eso es todo", les repetía Urzúa, según relató a los medios esta semana. Su aceptación del destino chocaba con la visión de otros grupos.

El quiebre entre contratados y subcontratados se mantuvo hasta el día en que fueron contactados, situación que ha sido reconocida incluso por autoridades gubernamentales. "Tenían una relación menos prolongada con el resto y en la práctica eran mirados (al interior del refugio) como de segunda categoría", explicó esta semana a "El Mercurio" una autoridad que pidió reserva de su nombre.

"Estaban marginados. Tenían un campamento en otra parte, lejos", agregó.

Una de las decisiones más polémicas del grupo, entre los que se encontraban Juan Carlos Aguilar, Raúl Bustos, José Henríquez, Richard Villarroel y Juan Illanes, fue marginarse del primer video del grupo, que fue dado a conocer la noche del domingo 22 de agosto, el día en que fueron encontrados al interior de la mina San José.

Por eso, una vez que el equipo de rescate hizo contacto con ellos, una de las primeras labores fue cohesionar al grupo. El Gobierno y Codelco sabían que la única forma de lograr buenos resultados arriba era mantener la unión bajo la mina, labor que fue asignada al psicólogo de la Asociación Chilena de Seguridad Alberto Iturra.

Las familias también mediaron. De hecho, Adi, la hermana de Juan Illanes, reconoció esta semana a este diario que hubo intervención a través de cartas.

En la superficie además se tomó la decisión de ordenar jerárquicamente las conversaciones y conversar sólo con Urzúa para remarcar su liderazgo y mantener el orden bajo la mina. Las comunicaciones oficiales serían sólo a través de él.

"Nos manejamos con el jefe de turno como autoridad en la mina y dejamos que el resto del equipo se comunicara con todos ellos, o por temas puntuales según sus especialidades: mecánicos, eléctricos, en fin, según los necesitaban para desarrollar alguna tarea determinada", explica un rescatista.
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